Celestina se despertó con un mensaje del gerente:
«Lo siento muchísimo. Albert canceló todos los conciertos, hoy abrirán la devolución del dinero en las webs… Siento que no hayas llegado a tiempo. Por favor, recupérate; estoy preocupado por ti».
Celestina se lavó los dientes en silencio, se vistió sin prisa, pero justo al salir de casa rompió a llorar. Además de todo lo que perdía, aún tendría que pagar las multas por los conciertos caídos. Las lágrimas le brotaron solas; escondió los ojos tras unas gafas oscuras y simplemente subió al coche, sin un destino claro. Quería perderse en la ciudad, en sus calles y su ruido, para no oír sus propios pensamientos.
De repente, un mensaje de la niñera Cleo le devolvió un poco de alegría:
«La niña quiere verte, Estelle. Estamos en el parque, como siempre. Si puedes, aquí tienes la ubicación».
Celestina exhaló, sintiendo cómo la presión en el pecho aflojaba. Las visitas con Cleo eran como respirar aire limpio: la devolvían a la realidad, espantaban la oscuridad, le daban tregua de todo lo que la desgarraba por dentro.
Condujo hacia el parque, al rincón más apartado, donde el área infantil se escondía entre viejos tilos. Cleo ya estaba allí: pequeñita, con dos trencitas que saltaban mientras corría entre los columpios. Celestina sonrió, y el corazón se le llenó de un calor dulce. En cuanto se acercó, la niña le tomó la mano; sus dedos se entrelazaron y echaron a andar por el sendero. Cleo tiraba de ella hacia el carrusel, balbuceando algo sobre mariposas y por qué chirriaban los columpios, y Celestina la escuchaba, notando cómo su propio dolor retrocedía, disolviéndose en la despreocupación infantil. Pasearon despacio, como si el tiempo se hubiera detenido, y el sol jugaba en el pelo de Cleo, dejando destellos dorados a su paso.
De repente, Cleo se detuvo, sus ojos brillaron de alegría:
–¡Imagínate! Ayer dibujé un pato y me salió como un dinosaurr. Ahora tengo un dinosaurr que ama na…dar en los charcos.
Celestina rió –suave, pero de verdad. Cleo sonrió también, saltando en su sitio.
–Estelle… t-tú ríes –dijo en voz baja, con un hilo de voz tembloroso–. Ríes tan bonito… quiero que hables. ¿Cuándo te curarás?
Celestina se quedó quieta. Las palabras de Reín resonaron en su mente: «La niña no ríe».
Y sí… nunca había oído reír a Cleo. Solo su balbuceo, solo la alegría en sus ojos.
Celestina se inclinó, sacó el teléfono y escribió rápido:
«¿Y tú por qué no te ríes?»
Cleo miró la pantalla largo rato, sus pequeños dedos apretando el borde del vestido. Leía rápido, pero simplemente no podía encontrar la respuesta.
–No sé –susurró–. De verdad, yo quiero, pero no pue…do. No me sale.
Las lágrimas le rodaron por las mejillas, y Celestina sintió cómo algo en su propio pecho se rompía. La abrazó, apretándola contra sí, y el cuerpecito tembló entre sus brazos.
–Cuando yo no podía h-hablar, tampoco me reía…
Celestina parpadeó sorprendida y se agachó para mirarla a los ojos.
–Si pudiéramos cam…biar –susurró Cleo–, yo querría que tú hablaras. Y yo… yo podría reír. Pero luego tendríamos que volver a cambiarnos. P-porque a mí me gusta mucho hablar –sonrió de repente, con esa chispa pura de los niños–. Y tú darías un concierto… ¡actuarías! Y después volveríamos a cambiarnos otra vez. Yo te ayudaría, pero solo unos días. ¡O podría actuar yo por ti!
El corazón de Celestina dio un vuelco. Las palabras de Cleo sonaban a fantasía infantil, pero había algo más profundo allí, algo que resonaba con su propio dolor.
Escribió rápidamente:
«Cleo, ¿por qué tú no podías hablar?»
La niña dudó un instante, retorciendo el vestido entre los dedos, pero su voz salió tranquila, casi cotidiana:
–Yo nací muda. Nunca hablé… hasta que murió mi mamá. Papá no quiere que nadie lo sepa, pero contigo sí lo puedo contar. Te lo cuento todo, todo, porque eres muy bue…na.
Celestina sintió un golpe en el pecho. Se incorporó de golpe, retrocediendo, como si el suelo hubiera cedido bajo sus pies. El aire se le cortó; no podía creer ni entender lo que acababa de oír.
En su memoria surgieron las palabras de la niñera: «La mamá de Cleo murió a principios del verano… hace poco… pero la niña se mantiene bien, te adora, sueña con ser cantante, como tú».
Las piernas se le movieron solas, alejándola. Los ojos se le abrieron de horror. Y Cleo, primero confundida, con las mejillas mojadas, de pronto sonrió –no a ella, sino a alguien detrás.
–¡Papá!
Celestina sintió unas manos firmes agarrarla por los hombros: se había chocado con Valentín al retroceder. Se volvió bruscamente y se encontró con su mirada.
Sus ojos estaban tranquilos.
–Estelle –su voz sonó suave, pero firme–. ¿Estás bien?