Se soltó de sus brazos, tratando de mantener la calma al menos por fuera. Asintió, saludó a Cleo con la mano y casi corrió hacia el coche. Apenas cerró la puerta, bloqueó todas las cerraduras. Y de inmediato pisó el acelerador. Condujo rápido, nerviosa, la aguja del velocímetro temblaba… Solo tenía un rumbo: la casa de Reín. Tenía que mostrarle lo que había visto y oído. Porque, ¿y si no se lo había imaginado? ¿Acaso existen coincidencias así?
Se detuvo frente a la reja. Esperó. Pero nadie abrió: ni la empleada doméstica, que probablemente ya se había ido a casa tras el trabajo, ni Reín. Los mensajes permanecían sin leer. Tal vez simplemente no estaba en casa. Y esa idea la aterrorizó aún más. Le parecía que el cielo se le venía encima por todos lados, y quedarse sola en el coche era insoportable.
Acercó el coche lo máximo posible a la entrada, bajó y, después de mirar a ambos lados, subió con cuidado al techo del vehículo. Contuvo la respiración y trepó por la reja metálica. Cayó al otro lado sin demasiada gracia; el césped le quemó las rodillas. Tomás salió a su encuentro ladrando, pero al reconocerla, calló y movió la cola.
Entonces, la alarma se activó. Un pitido agudo le desgarró los oídos. Celestina quedó paralizada frente a la puerta de la casa, clavada en el sitio como una ladrona a punto de ser descubierta. Sabía que la seguridad llegaría de un momento a otro y que la detendrían, a menos que él regresara a tiempo para apagar la alarma.
Y, por suerte, el sonido cesó. A los pocos minutos apareció Reín. No pudo entrar en coche porque ella lo había dejado bloqueando la entrada, así que corrió hacia ella. Sus ojos –oscuros, encendidos con una mezcla de pena y desconcierto.
–Celestina… ¿qué pasa? –se acercó, preocupado, inclinándose para buscar su mirada–. ¿Alguien te asustó?
Ella asintió, su mano buscó la suya de inmediato –quería mostrarle a Cleo, mostrarle a Valentín, cuanto antes– pero Reín retrocedió apenas.
–Espera, no hace falta –negó con la cabeza–. Hablemos primero.
¿“No hace falta”? Celestina lo miró a los ojos, sin entender.
–Primero escucha. Me enteré de algo.
Celestina agitó las manos, sus ojos brillaron: ¡ella también había visto algo!
Reín ya había abierto la puerta de la casa, dejándola pasar adentro.
–Espera, voy a meter tu coche –dijo, bajando la mirada hacia sus rodillas.
Estaban manchadas de verde y arañadas por la caída. Sus ojos se nublaron de tristeza.
–Ay, Celestina… espera, ahora vuelvo –tomó las llaves de su mano temblorosa–. Siéntate y espera, te voy a ayudar –añadió con suavidad.
Pero a Celestina se le agotaba la paciencia. Cuando él se giró para volver hacia la entrada, ella lo agarró del brazo. Su toque fue brusco, desesperado.
–Por favor, espera por mí –él bajó la vista, viendo cómo Celestina sostenía su mano, y esbozó una leve sonrisa.
Celestina no lo entendió de inmediato, pero… no sintió dolor.
Y por primera vez pensó en su dolor. En el suyo. Él siempre había sido quien lo soportaba, solo para poder tomarla de la mano. Lo había hecho desde el principio. Desde su primera sesión.
Porque… todo había empezado hace tanto… él estaba enamorado de ella desde hacía tiempo.
–Por favor, espera un momento –se volvió hacia ella y suavemente acomodó su cabello.
Celestina no entendía por qué no temía tocarla; simplemente obedeció y, con respiración pesada, salió a la terraza de la cocina y se sentó como de costumbre, con los brazos cruzados sobre el pecho. Sus ojos miraban hacia la distancia, donde el cielo nocturno se sumergía en tonos grises del atardecer. Esperaba, apretando los labios.
Reín regresó unos minutos después con un botiquín. Se arrodilló frente a ella y, sin mirar directamente sus ojos, levantó el borde de su vestido por encima de las rodillas.
–No es grave –susurró, como tranquilizándose más a sí mismo que a ella–. Perdón por no haber contestado, estaba manejando.
Celestina guardó silencio, observando cómo sus dedos tocaban con cuidado la piel, limpiando los rasguños.
–Me enteré de algo –finalmente habló, en voz baja y pesada–. Alexa te engañó. Te obligó a romper su contrato, porque planeaba irse a otra discográfica donde tenía asegurado el debut. Tobias no quería soltarla –habían invertido mucho en ella. Pero Alexa encontró la forma… Tobias no la dejó marcharse de gratis; debía compensar lo invertido. Y ella… –hizo una pausa–. Ella puso veneno en tu café, Celestina. Para destruirte como rival. Y después debutar con otro sello. Fue ella quien te hizo esa jugada sucia, y no era la primera vez. Es capaz de cosas peores.
Celestina negó con la cabeza: no. No era así.
–Sí –insistió él, su voz se volvió más firme–. Créeme. Es verdad. Te lo juro.
Ella extendió la mano, quiso tocar sus dedos, y él la sostuvo, apretando sus dedos sin prisa y con ternura.
–Fui a verlos. Han roto contigo: creen que tu voz no volverá. Pero yo… yo quiero creer en lo contrario. Siento no haber podido ayudarte a sanar. Avisaré al investigador, haré que arresten a Alexa. Y además: ya sé que tus conciertos no fueron pospuestos, sino cancelados junto con tu contrato. Es cruel. Albert podría haberlos aplazado, pero… quieren soltarte.Me aseguraré de que no pagues ninguna multa por pérdidas. No tenían derecho a quitarte tiempo.