Almas Gemelas: El juego del silencio

52

La maldita pelota en el campo que le rompió la vida. Que así sea…

El hospital y las voces de los profesores, que daban consejos pero no la salvaron del miedo. El señor Cliff, que siempre sabía calmarla, pero traicionó. El estudio, que debía ser un comienzo, pero se convirtió en una prisión. Tobias, con sus comentarios tontos, pero realmente un profesional… aunque una mala persona, horrible. Albert, con palabras vacías y firmas.

Su primera sesión: ella sentada frente a un desconocido, temblando, sin comprender quién era. Pero en su interior, la sensación de que ya había visto esos ojos en algún lugar, alguna vez. Su toque –tan simple, pero aún no doloroso para ella. Y un deseo que la envolvía. Ella lo quería para sí– a Reín.

El primer beso, que quedó en la memoria como fuego bajo la piel. Un beso que no dolía, y otro –doloroso y aterrador. Y esas noches sin dormir en casa, cuando el corazón latía tan rápido, porque él se había apoderado de él demasiado fácilmente.

El contrato, como cadenas. Rosas rojas – demasiado estridentes, demasiado falsas. Cleo en brazos de Valentín – un angelito pelirrojo sonriente, con ojos llenos de silenciosa tristeza y con el corazón roto. Una niña que no ríe, porque la risa es algo verdadero, sincero, que no se puede quitar tan fácilmente… Malditas citas cortas con Valentín, que temía mostrarle a Reín, para que no pensara que eran citas reales, y no solo una condición para ver a Cleo… Cada vez más vergonzoso.

Alexa. El día perdido. El vacío en la memoria que reconstruían juntos, recogiendo fragmentos. Y la silueta en la puerta del café, que casi se cruza con Alexa…

Una silueta que no podía recordar, pero demonios, familiar. Pero ahora, haciendo un paralelo en su mente, Celestina la reconoció. Todas las piezas encajaron en un solo cuadro. La figura oscura en su memoria tomó forma.

Valentín. Era él. No podía ser otro.

Y en cuanto lo reconoció, todo pareció estallar, el recuerdo la envolvió, y Celestina apretó con fuerza la mano de Reín.

Juntos miraban el recuerdo perdido.

Ella vio a Valentín, su sonrisa fría. Y a Alexa – esa misma Alexa.

–Ay, perdón –Valentín se apartó, dejando pasar a Alexa.

Ella ni siquiera levantó la vista; corría para escapar para siempre del peor hombre que le podía haber tocado. La puerta se cerró de golpe a su espalda.

Valentín se acercó con calma a Celestina, se inclinó, su voz demasiado suave:

–Estelle, este vestido… es simplemente increíble.

El mundo se inclinó y se balanceó alrededor de ella. El recuerdo se rompía en pedazos, como el mar durante una tormenta, la cabeza le estallaba por el ruido.

Pero Celestina, desde el recuerdo, deslizó la mirada por su rostro.

–¿Nos conocemos? –preguntó con voz débil.

–Aún no. Valentín –su sonrisa se ensanchó–. ¿Te sientes mal? ¿Necesitas ayuda? Puedo ayudarte –extendió la mano.

–Sí… me mareo –y Celestina, desconcertada, apretó su mano.

–Levántate y ven conmigo, señorita.

En ese momento, el control se escapó de su cuerpo. Sus huesos sentían un dolor agudo, como descarga eléctrica. La obligaban a ponerse de pie, aunque no quería moverse.

Su toque era similar al de Reín – irrumpía en su mente, pero en lugar de calor… traía frío y pánico.

Valentín la sacó del café, sosteniéndola de la mano. Rodearon el edificio, dirigiéndose al estacionamiento. La sentó en un coche oscuro, con las ventanas polarizadas. En el asiento trasero, Celestina vio a Tobias. Pánico.

El corazón le martilleaba, pero no podía moverse, no podía gritar. Su cuerpo no obedecía, aunque la mente gritaba. Escuchaba su conversación.

–Tu Alexa se escapó –moviendo la cabeza, dijo Valentín, y se puso al volante.

–¿Cómo que se ha escapado? –Tobías estaba perplejo.

–Ella rompió el contrato –respondió Valentín–. Lo vi con mis propios ojos.

–¡No podía hacerlo! –Tobías golpeó el asiento con el puño–. ¿Qué demonios estás diciendo?

–Estelle pudo. Ella la ayudó –Valentín miró a Celestina, que estaba en el asiento trasero, casi inconsciente.

–¡¿Qué demonios pasó ahí?! –gruñó Tobias, señalándola–. ¡Tú tenías que quitarle la voz y dársela a Alexa! ¡¿Cómo llegó a escaparse?! ¡¿Adónde?!

–Búscala, y yo haré todo.

–¡Maldición! –Tobías saltó del coche, se metió en el suyo y salió disparado.

Valentín apretó el volante hasta que se le pusieron blancas las nudillos. Giró la cabeza hacia Celestina, sus ojos por un instante pensativos, y luego aceleró bruscamente. El coche avanzó hacia la escuela privada. Allí recogió a Cleo – la pequeña niña con coletas, que agitaba las manos sorprendida, incapaz de hablar. Valentín la sentó en el coche junto a Celestina. Los deditos de la niña se movieron rápido, hablando en lenguaje de signos con Valentín; sus ojos brillaban de emoción.

–Estelle, saluda a Cleo y dale la mano –dijo, pero no era una sugerencia, sino una orden.

Celestina no pudo resistirse. El dolor en sus huesos la obligaba a obedecer, aunque cada célula de su cuerpo gritaba de terror. Lágrimas de desesperación corrían por sus mejillas. Apretó la mano de Cleo, y la niña, sorprendida, reconoció feliz a su cantante favorita.




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