La realidad la golpeó como una ola helada que le revolvió el estómago y le nubló la vista. Celestina miró asustada su mano, aún caliente del apretón firme de Reín. El recuerdo de Valentín, Tobias y Cleo seguía punzando su conciencia, dejándole una sensación de desesperanza.
–Dios mío –Reín se levantó de golpe, su rostro estaba pálido, los ojos brillaban de shock.
Se pasó la mano por el cabello, como intentando ordenar sus pensamientos.
El inspector, que estaba a su lado, miró a Celestina:
–¿Entonces es verdad? ¿Son estas sus acusaciones? –y se volvió hacia Reín–: ¿Qué hago ahora? ¿Has visto la confirmación?
Celestina escribió en la hoja junto a él:
«Creo saber dónde pueden estar ahora».
Reín asintió, su mandíbula se tensó.
–Sí –respondió breve al inspector–. Pero primero intentaremos resolverlo por las buenas.
Extendió la mano hacia Celestina, sus dedos estaban cálidos pero temblaban de tensión. Ella se aferró a él, las piernas apenas la sostenían, pero apretaba su mano con fuerza, como si fuera su único apoyo en medio de este caos, y lo siguió. En su pecho latía un deseo de disculparse: si hubiera mostrado antes el recuerdo de Valentín, si no lo hubiera guardado para sí misma, todo podría haberse resuelto más rápido.
Se sentaron en el coche, y Reín preguntó en voz baja:
–¿Hacia dónde vamos?
Celestina dudó. No sabía dónde vivía Valentín, pero recordaba cómo Cleo corría horas en el parque, a menudo hasta entrada la noche. Tal vez Valentín se había quedado allí con su hija. Sus dedos temblaron al abrir el móvil y mostrarle a Reín la ubicación. Pero se encogió de hombros: no estaba segura al cien por cien.
Reín asintió, su mirada llena de determinación. Encendió el motor, y el coche avanzó, rompiendo el silencio de la tarde. Celestina miraba por la ventana, su corazón se apretaba entre miedo y esperanza.
–Lo vi… Ahora recuerdo, estaba en la oficina de Tobias cuando fui a hablar con él. Supongo que Tobias ni siquiera sabe lo que pasó después de que corrió tras Alexa. ¿Fue con él que te ofrecieron el contrato?
Celestina asintió. Pero no entendía… cómo podía existir alguien más fuerte que Reín.
Él parecía leer sus pensamientos de nuevo:
–¿Cómo pudo Valentín… vivir desapercibido con esas habilidades? Por su apariencia… aunque… considerando su fortuna y éxito en los negocios, supongo que eligió un camino distinto para su talento que yo. Eligió el dinero. Y lo que hizo con tu voz es muy complejo… casi imposible. Y, por desgracia, lo consiguió.
Celestina sintió el frío recorriendo su piel. Miraba por la ventana, donde el cielo vespertino ya se sumergía en la oscuridad. El verano había terminado, y el otoño había llegado demasiado rápido: el aire olía a hojas ambarinas que crujían bajo las ruedas y al frío húmedo. El parque hacia el que se dirigían apareció ante ellos en unos veinte minutos.
Se detuvieron junto al área de juegos, y Celestina, sin dudar, tomó a Reín de la mano. Sus dedos lo apretaron con fuerza, como si temieran que desapareciera. Lo arrastró consigo. El aire frío mordía sus mejillas, pero no le importaba: sus ojos buscaban a Cleo, buscaban a Valentín.
En el parque, bajo la luz tenue de una farola, lo vieron: un hombre con traje caro reía mientras columpiaba a la niña. Cleo se balanceaba feliz, cantando algo, sus ojos brillaban con felicidad infantil. Cerca, en el coche de Valentín, la niñera se calentaba en el interior.
En cuanto Valentín los vio, su sonrisa se apagó. Se acercó al coche, dijo algo breve a la niñera y esta, asintiendo, se alejó por el sendero. Valentín volvió a Cleo, tomándola en brazos, como escondiéndose tras la pequeña figura de su hija. Sus ojos, fríos y vigilantes, seguían a Celestina y Reín.
–Di «hola» a Estelle y a su amigo –le dijo a la niña, acariciándole la frente.
–Ho-hola –Cleo sonrió, su voz débil pero sincera.
Agitó la manita; sus ojos centelleaban de alegría, sin sospechar nada de lo que podía pasar.
Celestina apretó la mano de Reín con más fuerza. Se quedaron allí, sin saber qué decir frente a Cleo para no traumatizar a la niña. Maldita sea… Valentín sostenía a Cleo delante de sí, como un escudo.
Reín negó con la cabeza y comenzó:
–¿De verdad permitirías que la niña escuchara algo horrible? ¿Y si yo no fuera tan prudente, por ejemplo? No te escondas detrás de la niña.
–Oh, no, jamás me escudaría en mi hija; ella es lo único que tengo en este mundo. Solo dime qué has recordado. O qué –miró a Celestina– has recordado tú.
–Todo –Reín encogió de hombros.
–Cantará –volvió a acariciar la cabeza de su hija y ella escondió los ojos tras las manitas, tímida–. Será tan maravillosa y famosa como Estelle.
–Será ella –Reín negó con la cabeza.
–Sí.
–Papá, ¿por qué Estelle está triste? ¿Por qué llora? –susurró de repente Cleo.
–Valentín, no me obligues a decir tu horrible acto frente a la niña.
–Si le haces daño, no te dejaré ir así de fácil –rió.