Almas Gemelas: El juego del silencio

55

La lluvia danzaba sobre el parabrisas mientras iban a casa, atravesando la oscuridad de la noche otoñal. Las gotas golpeaban con fuerza, difuminando la luz de los faroles en manchas borrosas. Celestina estaba sentada en el asiento del copiloto, con las piernas recogidas bajo ella, la palma presionada contra la boca, como tratando de contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas. De vez en cuando se inclinaba hacia la guantera, sacando servilletas, pero las lágrimas corrían más rápido de lo que podía secarlas o sonarse la nariz.

¡Qué incómodo era, demonios, cuando las emociones te desbordan y encima tienes que limpiar ese maldito moquillo!

Las servilletas arrugadas reposaban en sus manos, y ella miraba alrededor, desconcertada, sin saber dónde ponerlas, hasta que finalmente las arrojó a la papelera.

Reín, aún pensativo, detuvo el coche en un semáforo en rojo, sus dedos apretando con fuerza el volante.

Negó con la cabeza:

–Lamento que todo esto te haya pasado –dijo, sus ojos fijos en la carretera–. Y casi lo estropeo todo… por ser imprudente. Debería bajar un poco mi arrogancia. Resulta que no soy el único…

Celestina giró la cabeza hacia él, su mirada recorriendo su perfil: pómulos marcados, cabello oscuro cayendo ligeramente sobre la frente, manos fuertes que sujetaban el volante con seguridad. A la tenue luz del interior del coche, sus rasgos parecían suaves pero fuertes… Ella lo miraba, y su corazón se apretaba. ¡Cuánto quería decir!

Nadie. Nadie en su vida jamás había luchado por ella como Reín. Él la veía –no solo su voz, no solo su dolor, sino ella misma, con todos sus miedos y sueños. Él le devolvió la voz cuando ella pensaba que la había perdido para siempre, y estuvo a su lado cuando se sentía más débil. Cada palabra suya, cada toque, era para ella. Celestina sintió cómo el calor se extendía por su pecho, ahogando las lágrimas. Él era su hogar, su fuerza; ella lo sentía tan profundamente… ¿cómo decía él? ¿Alma gemela?

–¿Tú crees…? –comenzó, vacilante.

Reín exhaló, como si un nudo le ahogara la garganta, conmovido por escucharla finalmente. Bajó la mano del volante hacia su rodilla, y Celestina apretó con fuerza sus dedos, rodeando su mano con ambas suyas.

–¿Tú crees… –sonó un sollozo y se sonó la nariz– que Cleo ya no podrá hablar? ¿Que no quedó nada…?

–No puede. Estoy seguro.

Celestina volvió a llorar. Los niños no merecen algo así… Cleo no merecía pasar por lo que pasó, así como Celestina no merecía perder lo que tenía.

–Celestina, querida –Reín se inclinó hacia ella, aunque el semáforo ya había cambiado a verde y un coche detrás pitaba–. A Cleo la engañaron demasiado, pero es una niña perspicaz, lo entendió todo… créeme, lo vi. Ha pasado por mucho, pero es realmente fuerte, y su fuerza no se desperdiciará en tonterías como lo hacía Valentín… Crecerá y encontrará la manera correcta. Al fin y al cabo, creo en algo…

Celestina asintió, mirándolo a los ojos, y señaló el volante:

–Vamos.

Él volvió las manos al volante, pero no podía contener la emoción:

–Creo en algo, Celestina. Pienso que cuando ella pudo hablar, en algún lugar del país también habló un niño al que no le habían dado voz… Quiero creer en eso.

–¿De qué hablas? –finalmente se incorporó, mirando la lluvia tras la ventana.

–Digo que en el mundo hay personas conectadas entre sí y que pueden sentir el dolor del otro… Algún día ella lo encontrará y será feliz con él. Y cuando encuentre la forma correcta de recuperar su voz, él también podrá hablar…

–Pero esa no era su voz… ¿cómo podría hablar él entonces? –sonrió.

–Quiero creer en algo mágico. No robado. Bueno. ¿Puedo? –le sonrió, guiñándole un ojo ligeramente–. Al fin y al cabo, es una niña maravillosa, fuerte… realmente fuerte. Lo sentí cuando la toqué. Todo le irá bien, no llores, Celestina. Pero… ¿qué quieres hacer con el contrato roto? No tenían derecho a romperlo así… ¿O sí?

–En ese contrato tienen más poder del que parece… Pueden hacer todo. Yo era ingenua y joven cuando lo firmé… No hay ni una palabra que esté a mi favor.

–Tienes un poder que ellos no tienen.

–¿Cuál? –Celestina volvió a secarse los ojos con la manga.

–Eres una estrella –sonrió ampliamente–. Te escucharán; puedes destruirles la reputación con una sola palabra contra cien de ellos…

Celestina asintió; tenía razón. Y estaba dispuesta a aparecer primero en todos los programas de televisión en vez de en el escenario para enterrar al sello por lo que le habían hecho.

–También quisiera encontrar a Alexa… convencerla de que presente una demanda contra Tobias.

–Y lo haremos todo, pero necesitas descansar. Por favor.

La lluvia no cesaba cuando Reín y Celestina llegaron a su casa. Reín estacionó el coche. La luz de las ventanas se derramaba sobre el adoquinado mojado, creando un pequeño oasis cálido en la oscuridad fría.

–¿Olvidaste apagar la luz? –preguntó ella mientras rodeaba el coche y él abría la puerta para ella.

–La dejé para los perros, para que no se sintieran solos –le ofreció la mano–. Vamos.




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