Almas Gemelas: El juego del silencio

Epílogo

El salón temblaba con los últimos acordes. La luz de los focos brillaba en tonos dorados y plateados, cayendo sobre los rostros del público, y en algún lugar arriba olía a humo cálido. La última canción se apagó, y una ola de aplausos envolvió todo a su alrededor.

Celestina estaba de pie en el centro del escenario, el corazón latiéndole con fuerza. Bajó ligeramente la mirada, hacia debajo del escenario, y lo encontró. Reín. Su mirada oscura se alzaba hacia ella, y había en ella tanta calma y fuerza, tanta silenciosa apoyo, que en ese instante se sintió la mujer más feliz del mundo.

Él estaba vestido con un traje oscuro, sonriendo, su cabello ligeramente despeinado, como siempre después de un largo día, y sus manos estaban apretadas en puños por la emoción. Celestina sintió cómo su cuerpo temblaba ante su presencia; no era solo un hombre, era aquel que había compartido con ella la tristeza y la alegría, quien la sostuvo cuando el mundo se desmoronaba, y que ahora estaba junto a ella mientras brillaba.

Y ahora estaba llena de gratitud por el hecho de que no la había soltado.

Celestina movió la mano, enviándole un beso al aire, ligero como una mariposa que se eleva de una flor, y él lo atrapó, presionándolo contra su pecho; su sonrisa se amplió y sus ojos brillaron. La multitud aplaudió aún más fuerte, pero para ella solo existía él. Y sentía su amor.

Si amar a Reín hubiera sido una elección o una decisión… nunca se habría negado.

Dio un paso adelante, tomó el micrófono y, sin hacer caso del murmullo sorprendido del público, habló:

–Hoy es un día especial para mí. Este es mi primer concierto en el que realmente soy libre. Libre de contratos, de miedos, de decisiones ajenas. Este es el primer concierto en el que puedo estar frente a ustedes tal como soy.

Los aplausos resonaron nuevamente, pero ella levantó la mano, pidiendo silencio.

–Después de que mi estudio cayó –tras traiciones, manipulaciones y el dolor que me causaron…– pensé que nunca volvería al escenario.

Reín se tensó, pero eso no importaba… Ahora ella podía decir todo lo que sentía.

Valentín, quien estaba detrás de todo esto, recibió sospechas de fraude y ahora estaba bajo investigación. Se lo merecía, por todo lo que me robó y por cómo trató a quienes lo amaban o podrían haberlo amado.

–Pero estoy aquí porque encontré la fuerza no en los contratos, no en los sellos que luchan por mí, sino en el amor –extendió la mano hacia Reín–. Este es el hombre que un día me salvó cuando estaba al límite. Este es quien me vio en mis peores estados y aun así me sostuvo la mano. Quien cargó mi dolor, porque mi dolor también es suyo. Se rió conmigo cuando tenía miedo, y lloró conmigo…

Celestina recorrió la sala con la mirada: decenas de miles de ojos la miraban, miles de corazones latían al unísono con el suyo.

Tragó aire, sintiendo fuego en la garganta.

–Mi luz –dijo–, ese es él. Reín, sube aquí, por favor.

El público estalló en gritos, la gente se levantaba de sus asientos, agitaba las manos, lo llamaba. Reín primero negó con la cabeza, apartando la mirada, pero cuando ella le envió de nuevo un beso y apenas susurró: «Por favor», cedió.

Subió al escenario.

Ella le tomó la mano, firme, segura, y volvió al micrófono:

–Y ahora, frente a ustedes, quiero decir: lo amo. Amo a este hombre más de lo que las palabras pueden expresar, más de lo que esta música puede transmitir. Lo amo como solo se ama una vez en la vida. Lo amo a pesar de todas las prohibiciones que me colgaron…

Sonrió entre lágrimas, se inclinó y susurró solo para él:

–Gracias por existir. Eres mi alma gemela, mi faro, mi voz cuando callaba. Te amo…

Y, sin contenerse, lo besó frente a miles.

Parecía que el mundo se había detenido. Aplausos, gritos, luces –todo era solo un fondo para ellos dos.

Porque ya no existían contratos, venenos ni traiciones. Solo estaban ella y él. Dos almas gemelas que finalmente se permitieron la felicidad.

Celestina siempre soñó con decirle al mundo lo que sentía en su corazón. Y ahora, después del concierto, sus palabras viajaban a través de entrevistas, redes sociales y periódicos, pero lo más importante era lo que se había dicho a sí misma y a quienes escuchaban su música:

«Las almas gemelas son reales. No son solo hermosas fantasías de libros o cuentos. Es algo que existe, que se siente dolorosamente real. Así es. Es cuando tu dolor se convierte en dolor ajeno, y la alegría ajena te llena de luz. Es cuando, incluso en la oscuridad más profunda, sientes una mano junto a ti y sabes que no estás sola».

…Pasaron unos días después del concierto más grande de su vida. Celestina se despertaba en una casa donde se sentía protegida, en los brazos de alguien que ya no era solo un hombre para ella, sino parte de sí misma. Aún no abría los ojos, solo escuchaba su respiración, cálida y constante, inhalaba el aroma del café que habían olvidado sobre la mesita, sin beberlo la noche anterior.

Finalmente abrió los ojos lentamente, cansada pero feliz. Sus abrazos eran familiares, cada vez más acostumbrada a ellos. Pero esa mañana algo fue diferente: Reín también abrió los ojos, la miró –y en lugar del beso habitual, se incorporó con desconcierto, sujetándose la cabeza.




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