Ámame siempre

III

Julia limpiaba el interior de su refrigerador. Había sacado cada cosa que tenía dentro, cada panel de cristal, y los había lavado cuidadosamente. Ahora limpiaba las paredes internas con ahínco, como si su vida dependiera de que no quedara ni un átomo de suciedad en ellas.

Era lo que siempre le ocurría cuando estaba ansiosa, se ponía a limpiar.

Ya el baño estaba limpio, las sábanas de su cama habían sido cambiadas, el piso, las paredes, los muebles… Las manos le ardían un poco por el uso de productos, pero no se había detenido. Habían pasado varios días y no sucedía nada, su abogado no le daba noticias, y tampoco había oído nada de parte de Nicholas Richman.

No le había creído, al parecer. Creyó que había conseguido sembrar la duda en él, pero falló. Eso pintaba ante ella un panorama muy gris.

Pero bueno, habría sido un milagro que un hombre como él le creyera, y en medio había seiscientos millones, entendía si seguía siendo incrédulo. Pero había tenido esperanza.

Su teléfono timbró y saltó para atenderlo. Al ver en la pantalla que era Clifford, toda su energía volvió a decaer. No podía ignorar esta llamada, lamentablemente.

—Hola, papá —contestó.

Esa última palabra se le atragantaba, pero no podía ignorar ese hecho; este hombre la había engendrado. Podía recordar cuando, de adolescente, le preguntó a Simone si en verdad él era su padre, que ella no se enojaría si acaso era hija de otro hombre. Simone la había gritado sumamente ofendida, y le contó que ya Clifford le había hecho la maldita prueba de ADN estableciendo que, definitivamente, eran padre e hija.

No había escapatoria.

—Tu hermana va a celebrar su compromiso en seis semanas —dijo él sin saludar, sin preguntar cómo estaba, ni nada parecido. Julia apretó finamente los labios—. Debes asistir.

—¿Debo?

—Por supuesto. Toda la familia estará.

—No soy de la familia.

—No empieces de nuevo con esas tonterías, Julia…

—Si Pamela quiere que esté en su fiesta de compromiso, que me lo diga ella personalmente. Estoy muy ocupada…

—No te atrevas a colgarme—. Ahora, Julia enseñó sus dientes. Desafortunadamente no lo tenía delante para que viera su agresividad—. Asistirás a la fiesta.

—Ya te dije. Si Pamela quiere que esté, que me invite ella.

—¿Por qué todo tiene que ser tan difícil contigo?

—Me pregunto lo mismo. Adiós —dijo, y cortó la llamada. Dejó el teléfono a un lado y siguió limpiando el refrigerador con más ira ahora. Pasó una y otra vez la toalla por la puerta, y luego, por el interior. Después, volvió a poner todo en su lugar y miró a otro lado buscando otra cosa qué limpiar.

Al menos, pensó dirigiéndose a su librero y empezando a bajar los libros uno por uno, Pamela no había tenido la decencia de llamarla ella misma, o no habría tenido esta excusa para evadirla. No podría asistir a esa fiesta de compromiso si antes no aclaraba su situación judicial, y tal como estaban las cosas, dudaba que estas se resolvieran en menos de tres semanas.

Además, no tenía dinero para comprar un vestido para esa fiesta, y si lo tuviera, no invertiría tanto para complacer a gente tan esnob y estúpida; de todos modos, comprara lo que comprara, ella sería menospreciada, señalada y ridiculizada.

Por otro lado, aunque estuviera libre y tuviera el vestido, no tendría con quién ir. Justin… él… No se sentía capaz de pedirle este favor luego de que se juntara con Margie.

El teléfono volvió a sonar. Esta vez era su medio hermana, Pamela.

—¿Acabas de decirle a papá que, si yo personalmente no te invitaba, no vendrías? —espetó Pamela tan pronto Julia contestó—. ¿Por qué me pones las cosas tan difíciles, Julia? ¿No sabes acaso que soy una persona muy ocupada? Tengo tanto qué hacer, y papá me hizo el favor de hacer esta llamada por mí. ¿Cuándo dejarás de ser tan egoísta?

—Hola Pamela —se burló Julia—. Oí que te casas.

—Por supuesto que me caso. Y estoy siendo amable al invitarte…

—No necesito tu amabilidad.

—Vas a venir, porque de lo contrario, todos se empezarán a preguntar qué sucede contigo. Tu puesto estará vacío, y les diré a todos que, a pesar de haberte invitado amablemente, tú no quisiste asistir.

—¿Y eso a quién afectará? Es tu círculo social, no el mío.

—Oh, ¿de verdad lo crees?

—Sé sincera, Pamela. Realmente, no quieres que vaya. Entonces, seamos listas y no nos arruinemos el día.

—Ah, entiendo. Pobrecita Julia. No tienes dinero para conseguir un vestido decente, ¿verdad? Es una lástima que hayas engordado tanto y no te queden mis vestidos, o te prestaría uno.

—¿De qué hablas? ¿Me criticas por no estar flacucha como tú? Y jamás me pondría un trapo usado por ti. Mi piel es delicada, me daría urticaria.

—A pesar de que ahora trabajas para una empresa de prestigio, no consigues reunir el dinero suficiente para comprar un simple vestido de fiesta. Estudiaste finanzas, pero no tienes ni idea de cómo multiplicar el dinero.

—Cierra esa boca. Si no fuera por las tarjetas de crédito de tu papi, no lograrías ni sobrevivir un mes con tu propio dinero.




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