Ámame siempre

IV

Julia se sorprendió cuando le llegó un citatorio a una audiencia acerca de su caso. El abogado Green le explicó que en esta audiencia se presentarían las pruebas que habían logrado recabar, y se demostraría su inocencia.

¿Tan pronto?, se preguntó. Pensó que esto tomaría meses, pero al parecer, con el poder del dinero, hasta esto se podía acelerar.

No quería ir sola, pero entonces se dio cuenta de que tampoco tenía quién la acompañara. Familia y amigos… los unos, no tenían idea de lo que le estaba ocurriendo, los otros, aunque sabían, no quería decirles, ni verlos.

Estaba sola.

Como era de esperarse, un auto de la policía la esperó afuera para llevarla a la audiencia, pero al acercarse vio otro par de autos lujosos que le llamaron la atención. De uno de ellos se bajó el mismísimo Nicholas Richman, y Julia lo miró tan sorprendida que no pudo dar otro paso. Él la saludó con un asentimiento de cabeza, con las manos metidas en los bolsillos, y su presencia revolvió en Julia una gran cantidad de pensamientos.

¿Por qué estaba allí? ¿Tan importante era este caso para él que venía a comprobar personalmente que ella se presentara? ¿Así de involucrado estaba que no se perdería ninguna audiencia?

No pudo contestar su saludo, su rostro confundido se giró hacia la puerta que un agente le abría, y cuando se giró para volver a mirar hacia Nicholas Richman, él ya estaba ingresando a su propio auto.

No entendía su actitud, pero suponía que debía estar agradecida.

Horas después, y luego de muchos alegatos, unas cuantas objeciones, el juez dictó su sentencia. Encontraba a Julia inocente de todos los cargos y se la eximía de todo castigo. Además, se hacía acreedora a una indemnización por el tiempo que no pudo trabajar, y se obligaba a la empresa a devolverle su cargo con dignidad.

Julia escuchó todo aquello con los ojos fuertemente cerrados. Una fuerte carga era quitada de sus hombros, era tanto el alivio que volvió a caer sentada en su asiento, y una lágrima rodó por su mejilla.

Stanley Green y su compañero se giraron a ella para felicitarla, pero para ellos era un caso más, una historia más, de modo que tan pronto estrecharon su mano, empezaron a recoger sus cosas para irse; no entendían que esto para ella había sido decisivo, de vida o muerte.

—Felicitaciones —dijo una voz tras ella, y Julia se giró a mirar. Nicholas Richman la miraba con una media sonrisa en el rostro, y sus ojos brillaban con honestidad. Él la felicitaba de corazón. Sin poder evitarlo, ella se puso en pie y le extendió la mano.

—Muchas gracias —dijo con ojos brillantes—. Sin su ayuda… esto no habría sido posible—. Nicholas elevó una ceja ladeando la cabeza analizando muy bien sus palabras.

—¿Estás agradecida de verdad?

—Claro que sí. Y como le prometí, trabajaré duro para…

—No quiero eso como agradecimiento —la interrumpió él, y Julia se lo quedó mirando confundida—. Invítame a comer —dijo, y miró su caro reloj comprobando la hora—. Ya casi es hora de almorzar.

—Ah, yo… —por la mente de Julia pasaron mil cosas; primero, lo extraño que era que este ricachón le pidiera un almuerzo a alguien como ella; segundo, con qué dinero invitarlo. No tenía efectivo, sus cuentas estaban vaciadas y sus tarjetas de crédito cerca del límite. No podía llevar a la persona que la había salvado de la cárcel y un escándalo a un restaurante cualquiera, pero tampoco le alcanzaba para algo más digno.

Ni modo, se dijo. A reventar esas tarjetas de crédito.

Asintió con una sonrisa y tomó la delantera hacia la salida.

Ya afuera, respiró hondo tratando de meter en sus pulmones y en su mente la libertad. Ya podía volver a salir, ya no se la estaba investigando por nada.

Elevó una oración al cielo y miró a su lado al hombre que, con sólo el valor de una de sus prendas podía pagar el arriendo de su pequeño apartamento por tres meses, pero al que tenía que invitar a comer.

Se acordó entonces de un lugar que había conocido con Justin. Tenía buen ambiente, buena comida, no era tan barato, pero tampoco tan caro. Se ajustaba a su presupuesto, pensó. Ella pediría algo económico y lo dejaría a él ser.

Le mencionó el lugar a Nicholas Richman, y éste le transmitió la información a su chofer. Le abrió la puerta para que ella ingresara, y Julia se encontró al interior de uno de los autos más lujosos que jamás tuvo la oportunidad de ver.

Con su padre y la familia de este había subido a autos caros, restaurantes y hoteles de lujo, de modo que no estaba tan sorprendida, pero no pudo evitar sonreír al ver lo espacioso y hermoso que era el vehículo por dentro.

—¿Qué harás ahora? —preguntó él casi al entrar. Julia lo miró aturdida—. ¿Descansarás? ¿Viajarás? ¿O volverás de inmediato a las oficinas?

—No puedo darme el lujo de viajar o descansar —contestó ella mirando por la ventanilla—. Y hay mucho que hacer.

Nicholas no dijo nada. No le recordó que sería indemnizada y se le pagaría su salario pendiente como si hubiese trabajado con normalidad. Si para ella viajar y descansar eran un lujo, tal vez se debía a otras razones.

Llegaron al restaurante, y Julia lo guio hasta su mesa favorita. Pidieron el menú y Nicholas miró alrededor. Era un sitio bonito, estaba algo solo, pero no dudaba que fuera un sitio concurrido. Se dio cuenta de la casi imperceptible muestra de alivio que tuvo Julia cuando pidió su plato y sonrió. ¿Ella estaba preocupada por los precios?




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