Mientras conducía, Nicholas miró a Julia, que, aunque silenciosa, parecía contener toda una turbulencia en su interior. Ella estaba en una lucha interna, evidentemente, entre mostrar todos los sentimientos que la embargaban y mostrarse digna.
—Tienes derecho a ser patética hoy —le dijo, y ella dio un respingo. Nicholas sonrió—. Si quieres llorar, maldecir, no tienes que moderarte. O, dime, y te llevaré con tu mejor amiga.
—Mi mejor amiga… —murmuró Julia mirando por la ventana.
—Sí. Siempre hay una, ¿no?
—Si es mi mejor amiga, ¿por qué no me acompañó en un día tan crucial como el de hoy? —respondió ella usando las mismas palabras que él anteriormente—. ¿Por qué tuve que estar sola? No tengo mejor amiga. Tampoco madre… ni padre… o hermanos… —De repente se echó a reír y lo miró fijamente, girando todo su cuerpo hacia él—. Tiene toda la razón, señor Richman, tengo todo el derecho a ser patética hoy. ¡Y usted es un desconocido! ¿Qué me importa?
—¿Sigo siendo un desconocido?
—Lloraré y maldeciré sin moderación —siguió ella sin escucharlo—. ¿Por qué siempre tengo que ser bien portada y digna? ¡Me acusaron de estafa por ser estúpidamente buena! ¡No más la idiota Julia crédula y comprensiva!
—Así que estás sufriendo un cambio de corazón —sonrió Nicholas, y maniobró para ingresar a un parqueadero privado.
Al bajar, Julia se vio ante un alto edificio bastante conocido.
—En la terraza está el bar de un buen amigo —explicó Nicholas, y la guio a los ascensores—. Aunque a esta hora regularmente no abre, lo hará por mí.
Sí, apenas iban a ser las dos de la tarde, se dio cuenta Julia.
No importaba, se repitió. Basta de la Julia digna y moderada. Iba a ser mala de aquí en adelante.
—¡Eh, Nick! —saludó el hombre tras la barra. El lugar no estaba solo del todo, había personal de limpieza subiendo las sillas, barriendo, y etcétera.
—Hola, Martín —contestó Nicholas con una sonrisa. Sin hacer preguntas, Martín los llevó a una mesa junto a una amplia ventana que ya estaba lista para ellos. Julia la miró preguntándose a qué horas Richman lo había llamado, o enviado el mensaje, pues ella no se había dado cuenta.
—Una botella de vodka, por favor —pidió ella al sentarse. Martín y Nicholas la miraron confundidos y sorprendidos—. ¿Qué me miras? —le preguntó a Nicholas, y éste sacudió su cabeza.
—Para mí, agua.
—¿No vas a beber conmigo?
—Estoy conduciendo.
—Ah.
—Una botella de vodka, entonces —apuntó Martín.
—La mejor que tengas.
—Así será—. Martín miró a Nicholas con ganas de hacerle muchas preguntas, pero se abstuvo. Si bien conocía a este chico prácticamente desde que aprendió a andar, y Duncan era su mejor amigo, comprendió que no era el momento para averiguar cosas.
Julia se atusó el cabello, imaginándose despeinada, y miró alrededor. Todavía tenía el ceño fruncido, y una mueca de tristeza en su rostro.
—¿Desde cuándo conoces a ese Justin? —como respuesta, Julia bufó.
—Desde los once —dijo—. Lo conocí en una fiesta de cumpleaños de Pamela.
—Y Pamela es…
—Mi medio hermana… Ah, es que no sabes…
—Cuéntame—. Julia lo miró fijamente, encontrándolo más guapo que antes a la luz pálida del invierno. Y de repente hizo calor, así que se quitó el abrigo, el blazer, y quedó en la simple blusa que llevaba debajo.
Nicholas pestañeó mientras la miraba quitarse las prendas, y tuvo que desviar la mirada.
Ella era preciosa, con las medidas justas, con la voluptuosidad que le encantaba. El color de su piel, de sus ojos, de su cabello, incluso la forma de sus orejas era bonitas Esas orejas estaban adornadas por simples aros de oro, diminutos como los de una niña, y entonces reparó en que no llevaba joyas, ni siquiera una cadena de oro, ni anillos, ni reloj. Nada.
Martín llegó con la botella de su mejor vodka y sirvió el primer trago. En menos de nada, Julia se lo metió entre pecho y espalda. Con la mirada, Nick le pidió a Martín que les trajera aperitivos. Iba a ser una tarde larga, y llena de alcohol… sería inevitable la resaca de después, pero haría lo posible para que el estómago y el hígado de Julia no sufrieran más de lo debido.
Y Julia, al primer trago, empezó a sentirse mejor.
Nunca había estado borracha, por lo que no tenía manera de saber cuál era su límite, lo único que supo es que de repente se sentía mejor, más liberada, y con ganas de quejarse.
Le contó a Nick la historia de sus padres, de cómo Simone Wagner, la preciosa socialité de su época le fue infiel al estricto y severo Clifford Westbrook, y cómo por su culpa ella tuvo que nacer en un hogar destrozado. Cómo Clifford se casó con Robin y tuvo dos hijas preciosas y perfectas, y tenía el hogar precioso y perfecto que con Simone y ella no pudo.
—Se avergüenza de mí —dijo ella con el tercer vodka en su mano—. Odia que sea morena como mamá.
—Morena eres perfecta.
—Gracias. Pero Clifford Westbrook no opina así… —A pesar de sus ganas de quejarse, todavía estaba lo suficientemente sobria como para hablar de las cosas que la avergonzaban, de modo que se bebió el tercer trago de vodka. Cuando Nicholas, instándola a hablar, volvió a preguntarle por Justin, no tuvo freno.