Ámame tú

4

Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.

—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.

—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.

—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.

Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.

Afortunadamente había encontrado a su madre durmiendo. Estaba seguro que lo esperaba para preguntarle cómo le había ido, y siendo sinceros, él no estaba seguro de qué contestarle. Ahora era probable que consiguiera un buen empleo… el cual venía adosado a una exuberante novia rubia y de ojos violeta.

Ah, y rica.

Sacudió su cabeza al caer en cuenta de que ni él mismo se tragaba esa historia. Más le valía seguir buscando empleo por todas partes. Ahora que sabía lo que se sentía al tener un traje de diseñador, no podía más que seguir luchando para cumplir sus metas. Necesitaba un capital pronto para poder poner a funcionar su proyecto, pero como mecánico, apenas si le alcanzaba para vivir, y no había nadie lo suficientemente loco como para confiarle a alguien joven y sin experiencia como él el dinero suficiente para que se alzara vuelo en la vida.

Diez mil dólares por salida, había dicho ella. Qué fácil para una niña rica desprenderse de una fortuna de ese modo. Pero a pesar de que le urgía el dinero, quería unas bases más dignas para su futuro. 

Eh, ¿cómo hiciste tu fortuna?

 ¡Salí con una chica! 

Sí, eso le tocaría contestar, y lo odiaría.

Se quedó quieto cuando notó que alguien intentaba abrir la puerta con demasiado cuidado. Ésta se abrió silenciosamente, y apareció Nick, que al darse cuenta de que allí en la cocina estaba su hermano mayor, dejó de preocuparse por el ruido.

—Vaya mierda.

—Eso digo yo, vaya mierda. ¿Qué son estas horas de llegar, Nick?

—No me jodas.

—Te joderé hasta que me harte. Eres un menor, vives en esta casa, ¡respeta!

—¡Wow! ¿Qué pasó con el sermón de siempre? “Nick, estudia, eso te hará alguien en la vida”, —dijo tratando de imitar la voz severa de Duncan— “Nick, deja esos amigos, no te aportan nada”, “Nick, no le causes tantas preocupaciones a mamá”. Echo de menos al viejo Dun.

Duncan se le acercó, lo tomó de la camisa y lo estampó contra la pared. Nick se cubrió la cara con los brazos esperando un golpe, aunque Duncan nunca le había puesto la mano encima, pero reconociendo así que esta vez se había pasado de la raya.  Se detuvo cuando vio que su hermano sólo lo estaba olfateando.

—Además de alcohol y cigarros, ¿qué más consumiste?

—No te import… —No terminó la frase. Duncan le apretó la nuca y lo llevó a rastras hasta la pequeña cocina, lo obligó a doblarse y le metió la cabeza bajo el grifo de agua fría.

—Si gritas y despiertas a mamá, te irá peor.

—¡Ya basta!

—¿Qué estabas consumiendo, Nick?

—Marihuana, sólo un poco de marihuana.

—¿Me crees idiota? ¿Acaso crees que no reconozco el olor de la marihuana? ¡Tú no hueles a marihuana!

—Está bien. Sólo era un poco de éxtasis, pero sólo un poco.

Duncan lo dejó en paz. Nicholas se enderezó y se escurrió el cabello mojado.

—¡Eres un idiota!

—El que está drogado aquí eres tú, pero el idiota soy yo. Vaya historia. ¿Eres adicto?

—¡Claro que no!

—¿Dónde la consigues? ¿Con qué dinero?

—No te voy a decir—. Duncan lo miró de arriba abajo. Lo doblaba en peso, le sacaba una cabeza en estatura y aun así se le oponía. 

—Un día de estos te matarás, o te mataré… no lo sé.

—¿Qué te pasa hoy? Ni que fuera la primera vez que llego tarde—. Duncan no dijo nada, sólo cerró sus ojos apoyándose en la encimera y apretando los bordes de ésta con sus manos.

—Me voy a dormir. No me molestes, y no te preocupes por mí, algún día dejaré la casa. –Iba arrastrando los pies mientras se encaminaba a la habitación que compartían desde siempre— Dormir… dormir… dulce sueño. Mañana hay escuela… Ah, no, verdad que es sábado.

Duncan despeinó sus cabellos, desesperado. Debía sacar a su familia pronto de allí. Quería rescatar a su hermano, y los gemelos crecían. Ojalá Allegra Whitehurst pudiera conseguirle ese empleo. Ya no se sentía tan escrupuloso acerca de la procedencia de su éxito, cuando acababa de ver a su hermano bajo los efectos de la droga.

 

Allegra miró a Edmund Haggerty con su mejor carita de perro apaleado. Siempre funcionaba con el viejo Haggerty, siempre, pero esta vez se estaba haciendo el difícil.

Haggerty era uno de los directivos más importantes de la Chrystal, tenía más de setenta años y cuatro matrimonios con sus cuatro divorcios encima. Los tres últimos habían sido con mujeres que bien podían ser sus hijas… o sus nietas. Pero eso poco le importaba a sus ex, que todavía lo acosaban con mensualidades y denuncias abiertas, pues como bien sabían, el viejo estaba forrado en dinero.




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