—¿Que hiciste qué? –gritó Edna Elliot abriendo grandes los ojos— ¡Cuando dijiste que ibas a casa de ese hombre, estaba segurísima de que lo hacías con Boinet! ¿Dónde estaba él de todos modos? ¿Cómo es que permitió que fueras sola a un sitio así?
—No fui sola, fui con Duncan –contestó Allegra con tranquilidad, recostándose en el diván que estaba a los pies de su enorme cama en su enorme habitación. —Además, todo el mundo exagera, el cine y la televisión exageran. La casa de Duncan es muy decente, muy normal.
—Me imagino.
—Son muy agradables. Tiene hermanos gemelos, ¿sabes? Son morenitos, así como él, encantadores.
—Allegra, ten cuidado.
—¿Cuidado con qué?
—Conoces a ese hombre desde ayer, y mírate hoy, ¡ya estás hablando de él como si fuera… como si fuera… ¡Superman!
—Bueno, tú lo viste. De verdad parece Superman.
—¿Entonces te atrae porque es guapo y porque tiene un cuerpo… bien?
—Claro que no. ¡Y no me atrae!
—Vamos, Allegra, te conozco desde que usabas pañales. ¡Claro que te atrae, a mí no me engañas!
Allegra se miró las uñas en silencio.
—De todos modos… él tiene claro que esto es pasajero. Y yo también. Así que no te preocupes.
Edna la miró meneando la cabeza, no le gustaba nada el camino que estaban tomando las cosas. Nunca esperó que el hombre que eligieran fuera a tener un mínimo de personalidad que terminara atrayendo a su jefa.
—Algo bueno hay en todo esto –dijo, dirigiéndose a la salida.
—Qué.
—Desde ayer en esta casa no se ha mencionado el nombre de Thomas Matheson, ni para bien ni para mal.
Allegra dejó salir el aire en un gesto poco femenino.
—Ese idiota… ya ni me acordaba de él.
—Seguro que ya tampoco te importa la dichosa apuesta.
—Ya perdió, de todos modos. Duncan es un hombre de palabra, y estará conmigo un tiempo.
—¿Te das cuenta de que, así dure uno o dos años, cuando terminen, Thomas lo tomará como tu derrota?
—¿Qué sugieres, que le proponga matrimonio a Duncan?
—Esta es una apuesta sin fin. Yo que tú, me andaría con cuidado.
Edna salió dejándola sola con sus dudas y pensamientos. Duncan había dejado claro que no esperaba que eso se alargara demasiado, y ahora ella caía en cuenta de que lo necesitaría por más tiempo. Cerró sus ojos. ¿A qué horas se había metido en semejante lío?
Duncan estiró las piernas y se miró los zapatos. Tenía a Kathleen enfrente con la mirada fija en él, muy poco convencida con las respuestas que le daba. Había tenido que mentirle. Si le decía que Allegra era una novia por contrato, pensaría muy mal de ella. Si le decía que para él eso no significaba nada, y que, al contrario, ella lo estaba ayudando a conseguir un buen trabajo, pensaría muy mal de él. Kathleen se ufanaba de tener una mente abierta y de ser moderna, pero mente abierta o no, era una madre que, como cualquiera, deseaba lo mejor para su hijo, y estaba seguro de que una mujer que ponía un clasificado buscando novio no entraba en esa categoría para ella.
—Entonces conociste a esta chica anoche, en la reunión de trabajo que tuviste.
—Sí.
—Y te gustó, y hoy la trajiste a casa.
—Bueno, ella insistió en conocer dónde vivo.
—Una niña rica como ella sintió curiosidad… vaya. Es especial, ¿no?
—Mamá…
—Está bien, no me lo estás contando todo, pero tienes derecho a tu intimidad. Sólo espero que esta niña no te rompa el corazón como… la tal Daphne esa.
Duncan no quiso recordarle que, a Daphne, la casada, ella le había abierto las puertas de su casa y de su corazón, siendo la mujer equivocada. Dudaba que Allegra Whitehurst fuera la indicada, pero su madre estaba siendo demasiado precavida.
—Igual, no creo que vaya a volver –mintió. El brillo en los ojos de ella al envidiarlo por tener una familia aún estaba grabado en su mente. Estaba seguro que, aunque su casa no tenía lujos ni espacio, a ella le había gustado.
—Pues yo pienso diferente. Parece que no te has mirado en un espejo. Las mujeres te miran y empiezan a comportarse de una manera extraña.
—Ya, no empieces.
—¿Y esta Allegra? No será la excepción.
—Esperar y ver. A lo mejor te sorprendes.
Kathleen se puso en pie y se encaminó a su habitación.
—Voy a ver si consigo que los gemelos duerman una siesta, y de paso yo. Hoy trasnocho.
—Yo me voy al taller. Dejé botado el trabajo esta mañana. Además… tengo que avisar que renuncio.
—Ve, pero cámbiate de ropa. Sería un pesar que dañes ese traje tan caro que llevas puesto.
Kathleen no agregó nada más y Duncan se sintió como lo peor por estar mintiéndole a su madre. Pero era lo mejor, pensó mientras se quitaba el Armani, la verdad, a veces, hacía más daño.