Raquel
Dos semanas más tarde, decido tomar un vuelo de once horas para visitar a mi mejor amiga. Necesito de su amor y confort en estos momentos, gasté unos ahorros que tenía para mi vestido de novia. Supongo que eso ya no será necesario.
Athena me conoce bien y supo reconocer en mi voz que las cosas no estaban bien.
—Te extrañé mucho —Me digo mientras me da un fuerte abrazo.
—No más que yo. —le regreso el abrazo con la misma fuerza—. ¿Dónde está mi sobrina/ahijada favorita? —pregunto mirando alrededor. Buscándola.
—Se ha quedado en casa de mis padres, tú y yo tenemos que hablar. —expresa con seriedad.
—Está bien, mamá oso. Déjame recoger mi maleta y nos vamos. —Me alejo de ella hasta la zona de desembarque donde las maletas ya corren por la cinta.
Quería ver a Xenia, la extraño mucho. Pero estoy segura de que me espera un interrogatorio y para eso es mejor que estemos las dos solas.
—Bien, llévame a conocer la ciudad —Le pido una vez tengo mi equipaje.
Subimos mis cosas al maletero y después de dejar la maleta en casa me lleva por un pequeño paseo por los alrededores hasta que es hora de almuerzo.
—Bien, cuéntame ¿cómo va todo con ese dulce hombre tuyo? —cuestiono cuando estamos sentadas y esperando por nuestra comida. Tengo mucha curiosidad, no ha dejado de hablar más que maravillas de él.
—No tengo con quien compararlo, es el mejor hombre con el que he estado alguna vez y me encanta. ¿Y Xenia?, ella está demasiado feliz también. Suelen pasar mucho tiempo juntos y estoy segura de que ella podrá contar con él para lo que necesite.
»Mi hija sabe que tiene un padre, eso nunca se lo escondería y si ella quiere verlo cuando sea mayor estaría de acuerdo porque sería su decisión, pero ella está bien con no hacerlo y lo respeto. Tiene al resto de la familia Vlachos y ellos la adoran. Eso me hace feliz y me deja tranquila —Se desahoga como no podía hacerlo por teléfono, me gusta ver la ilusión en sus ojos.
—Vaya, todo lo que ha pasado desde que regresaste a esta ciudad ha sido estresante y me alegra que tengas personas cerca para apoyarte. Aunque nadie como yo —ríe ante la burla en mi voz—, pero hablando en serio, estoy feliz por ti y por Xenia. No necesitaban un hombre en sus vidas, pero no se puede negar que él las hace feliz. —tomo su mano y le doy un apretón.
—No quiero llorar, pero me hiciste mucha falta. —Se le encharcan los ojos.
—Ya, tonta. No llores, llegué para quedarme, al menos por unas semanas.
—El tiempo que quieras.
La comida llega y nos disponemos a disfrutarla. Ella sabe estoy evitando hablar sobre la razón por la que estoy aquí, pero también sabe que debe dejarme tranquila hasta que sienta que puedo contarle lo que me pasa. Siempre he sido así, y cuando alguien me presiona, exploto y sale todo el mal carácter que tengo escondido bajo mi actitud relajada y jovial.
—Me encanta la comida, podría quedarme pasa siempre. —expreso mientras me recuesto y acaricio mi vientre de lo llena que quedé.
—Siempre puedes hacerlo. —propone con sutileza. No deja escapar la oportunidad para tentarme con su oferta.
—Quisiera, pero toda mi vida está allá. —odio que Martín me haga sentir así, no me siento como yo misma.
—¿Me dirás que pasa? —pregunta con dulzura, el mismo tono que usa cuando Xenia se pone tímida.
—Vamos por un paseo. —Me levanto rápido de mi asiento y no le queda más que seguirme.
Se pone a mi lado y caminamos juntas por unos minutos antes de sentarnos en un parque. Hay niños jugando emocionados y tomo un profundo suspiro, sé que ya estoy lista para hablar.
—¿Tengo un cartel en la cara que dice: fácil de engañar? Tengo dos años de relación con Martín Lorenzo, me comprometí con él al año y se supone que tendríamos muchos bebitos italianos, nuestros primeros hijos. Pero no, solo serían mis primeros hijos porque él ya tiene uno. Estuvo casado y eso tampoco me lo dijo. Por Dios, Athena, ¿con quién se supone que he tenido una relación?, ¿por qué el hombre con el que dormía no fue honesto? —hago una pausa y el primer sollozo sale.
»¿Como puedo seguir con él? Dime, ¿que se supone que debo hacer cuando el hombre que amo tanto me engaña? Porque justo ahora no puedo ni mirarlo. —Me abraza hasta que mi llanto disminuye un poco.
—¿Te dio una explicación más extensa de la que mencionaste cuando hablamos? —pregunta.