Raquel
¿Puede una mala decisión afectar tu vida por completo?
Me han cogido con las manos en la masa, casi que literalmente hablando. O más bien fuera de ella, estoy retrasada y que mi jefe/socio se haya aparecido de la nada no ayuda a que me rinda más.
—No he terminado, pero estoy cerca de hacerlo. —decido ser honesta con él.
Igual se daría cuenta si no tengo todo listo.
—Queda poco tiempo para que vengan mis chicos, dime como ayudo. —Se quita la chaqueta de su traje y remanga los brazos de su camisa.
Parece que habla en serio.
—Debo terminar de decorar algunos —Le indico el camino a la cocina—. Ya voy. —asiente y camina en la dirección que le indiqué.
—Mateo, debo regresar a trabajar. Prometo que hablaremos con más calma cuando estemos en casa. —Lo sostengo de los hombros para que me mire.
—Sí, como sea. —se nota molesto, pero justo ahora no puedo apaciguarlo.
Con reticencia lo dejo sentado, después de cerrar bien la puerta, camino hasta la cocina donde veo a Lucius concentrado decorando con la manga pastelera que antes estaba usando yo.
Me gusta como se marcan las venas de sus brazos, ese siempre me ha parecido un rasgo llamativo en los hombres y aunque quisiera quedarme admirándolo, hay trabajo pendiente. Lleno otra dulla con la misma crema pastelera y me uno a la tarea de decorar. Juntos terminamos los cien postres que faltaban en un tiempo récord.
—Muchas gracias, y lamento el retraso. —Le paso un paño para que se quite el sudor de la frente.
—No hay problema, pero no dudes en llamar y pedir ayuda para la próxima vez. —Me recuerda.
—Pude haber terminado sola, pero no contaba con tener que cuidar de él. —señalo a Mateo.
—¿Puedo saber quién es? —Se acomoda la camisa de nuevo y me pone triste no poder seguir apreciando esas vistas. Aquellas venas abultadas se veían provocativas.
«Estás casada», me recuerdo. No debo ser irrespetuosa.
—Es el hijo de mi esposo, cuidaré de él por un tiempo.
—La expresión correcta sería cuidaremos, ¿no? —Su mirada inquisitiva me evalúa.
—No, lo dije bien. Mi esposo debe viajar y el niño no tiene a nadie más que cuide de él. —Esa es la triste realidad.
Se queda callado, parece que está analizando lo que le acabo de decir y es que no es fácil de comprender. ¿En qué cabeza unos padres dejarían a su hijo con una desconocida?, porque eso soy para el niño. Una extraña con la que debe quedarse mientras su madre muere y su padre viaja.
—No estoy en posición de juzgar porque no conozco la situación, pero no creo que eso sea lo correcto. De todas maneras, mucha suerte para los dos. —suena bastante honesto.
—Gracias —El alivio ahora que hemos terminado es grande.
—Ya llegaron. —dice después de leer el mensaje que llegó a su celular.
Sale a abrir la puerta de entrada mientras yo me quedo cerrando y acomodando todas las porciones. Pronto ingresan cinco hombres con uniformes de repartidores y bolsos gigantes, empiezan a acomodar los postres con delicadeza bajo las instrucciones de Lucius. Yo aprovecho para recoger lo que ensucié y empezar a limpiar.
—Admito que los postres quedaron mejor de lo que esperé. —Me halaga el hombre.
—¿Es eso un elogio, señor Vermont? —El tono que usé sonó más provocativo de lo que pensé—. Lo siento, eso fue irrespetuoso. —Me giro de nuevo a terminar de lavar.
—Sí, fue un elogio. Buen trabajo, señora… —alarga la palabra como queriendo saber el apellido de mi esposo.
—Solo Raquel. —aún no me acostumbro a estar casada.
—De acuerdo. Dado que es posible que nos veamos más seguido, puede llamarme Lucius. —ofrece su mano.
—Gracias de nuevo por la ayuda. —debo reconocer que este hombre tiene muchos talentos con sus manos.