El salón quedó en silencio absoluto después de que Evan pronunció esas palabras imposibles.
—A mí.
Anthony sintió cómo las rodillas le fallaban.
Durante un segundo, el sirviente, las cámaras, las luces todo desapareció. Solo quedó Evan, sosteniéndole el brazo como si fuese el único punto de realidad en el universo.
—Evan… — susurró Anthony, con la voz hecha trizas.
El modelo lo soltó, pero no retrocedió. En lugar de eso, dio un paso hacia él. Sin permiso. Sin miedo. Como si el castillo entero le perteneciera.
—Mírame —dijo con suavidad férrea.
Anthony obedeció sin saber por qué. Tal vez porque por primera vez no era una orden impuesta por miedo sino por deseo. Los ojos verdes de Evan lo atraparon como una marea.
—No tienes idea de lo que vale tu vida fuera de este mundo —susurró él— Ni de lo hermoso que eres cuando no intentas obedecer.
Anthony tembló, las pestañas bajaron, y Evan, con un gesto lento, casi reverencial, le tomó el rostro entre las manos. El rubio se quedó completamente inmóvil. Era la primera vez en su vida que alguien lo tocaba con delicadeza y no con expectativas.
—No deberías tocarme… —susurró Anthony, pero no se apartó.
—Entonces dime que deje de hacerlo.
—No puedo…
Evan sonrió apenas.
—Exacto.
UN MOMENTO SUSPENDIDO
—Joven Beaumont —repitió el sirviente desde la entrada, incómodo—, sus padres—
—¡Fuera! —ordenó Evan, sin apartar la vista de Anthony.
El sirviente palideció.
—S-señor, no puedo—
—Fuera.
—Pero…
—Fuera —repitió Evan, con una gravedad que heló el aire.
El sirviente, temblando, cerró la puerta. Anthony abrió los ojos desorbitados.
—¡No puedes hablarles así! Te… te echarán del castillo. Te vetarán de toda la aristocracia. Te....
—Que lo intenten —murmuró Evan.
Anthony estaba a punto de decir algo más cuando Evan volvió a tomarlo, esta vez por la muñeca, suave pero firme, guiándolo hacia un rincón oscuro del salón donde las cámaras no alcanzaban. Allí, bajo una enorme araña de cristal, el mundo parecía detenido. Anthony tragó saliva.
—¿Por qué… por qué haces esto?
Evan apoyó su frente contra la de él. El gesto fue tan íntimo, tan inesperado, que Anthony sintió que su corazón se encendía.
—Porque te vi —susurró Evan— De verdad te vi. Y no pienso mirar hacia otro lado.
Anthony apretó los labios, su respiración tembló.
—No me conoces…
—Sí —replicó Evan— Conozco tu silencio. Conozco tus cadenas. Y sé cómo se quiebra una jaula.
Anthony se estremeció como una cuerda tensada a punto de romperse.
—Evan… tengo miedo…
—Bien —dijo Evan, inclinándose más cerca— Entonces estás a un paso de vivir.
LA VOZ QUE ROMPE TODO
Antes de que Anthony pudiera responder, una voz resonó como un látigo:
—¿QUÉ ES ESTE ESPECTÁCULO?
Ambos se separaron instintivamente. La madre de Anthony estaba en la entrada del salón, con los labios apretados y los ojos encendidos de furia contenida. Detrás de ella, su padre. Fríos. Inamovibles. Como estatuas.
—Anthony, ven aquí —ordenó su madre.
La voz era afilada. Irrefutable. Anthony dio un paso. Evan lo detuvo tomándolo del antebrazo.
—No —susurró.
—Debo ir… —dijo Anthony, temblando.
—Te romperán —respondió Evan con voz ronca.
—¡Evan, suéltalo ahora mismo! —tronó el padre.
Evan no se movió.
—Si lo tocas una vez más —continuó el hombre, con amenaza helada— te aseguro que ni tu nombre ni tu rostro volverán a aparecer en ninguna marca de moda del país.
Anthony se congeló. Evan apretó la mandíbula.
—Entonces lo arruinaré todo gustoso —respondió Evan— Pero él no va a moverse porque ustedes lo ordenen.
La madre se adelantó un paso, venenosa:
—Anthony… hijo mío… si no vienes ahora mismo no habrá perdón.
Anthony sintió un golpe en el pecho. Una cadena más, cerrándose. Otra cuerda tensándose. Evan lo miró, y la furia verde en sus ojos era casi animal.
—Anthony —susurró—. Mírame.
Anthony lo hizo. Sus ojos chocaron.
Fue un segundo eterno.
—¿Quieres irte con ellos? —preguntó Evan, suave.
—Yo… yo no puedo elegir —susurró Anthony.
—Entonces por primera vez en tu vida vas a elegir.
—Evan
—Elige.
Silencio.
Cristales temblando en las arañas. Luces parpadeando. Respiraciones cortadas. Todo el castillo esperando. Anthony alzó una mano, temblorosa y la apoyó sobre el pecho de Evan. Evan contuvo el aliento. La madre ahogó un grito. El padre dio un paso hacia adelante.
—Anthony — susurró Evan— ¿Qué significa eso?
Los labios del rubio temblaron…
—Que… yo…
Pero no pudo terminar la frase. Un portazo retumbó por los pasillos. Un sirviente llegó corriendo, jadeando, desesperado.
—¡Señores! ¡Señores! Ocurrió algo gravísimo en el ala norte del castillo deben venir ya. ¡Es urgente!
La madre palideció. El padre frunció el ceño. Y Anthony….Anthony dio un paso hacia atrás, mirando a Evan como si el mundo entero acabara de desmoronarse entre ellos.
El destino acababa de intervenir. De la peor forma posible. Mientras todos corren hacia el ala norte, Evan queda mirando a Anthony. Anthony abre la boca, a punto de decir aquello que interrumpieron pero su padre lo toma del brazo y se lo lleva a la fuerza. Evan solo alcanza a murmurar:
—Anthony… dime lo que ibas a decir…
Anthony, arrastrado por su familia, lo mira por última vez. Con lágrimas en los ojos. Y murmura, apenas audible:
—No era un sí.