Amantes de Cristal

LA JAULA DORADA

El ala norte del castillo hervía en caos. Sirvientes corriendo, voces cortadas, puertas abiertas de par en par como bocas mudas. Anthony era arrastrado por su padre sin oportunidad de respirar. El aire olía a humo, cera derretida y miedo.

—¡Padre, estás lastimándome! —exclamó Anthony.

El hombre no aflojó la mano.

—Tu deber exige que estés donde corresponde —respondió con frialdad— no revolcándote con un modelo.

Anthony abrió la boca para protestar, pero su madre se adelantó, herida de orgullo.

—¿Sabes lo que hiciste, Anthony? ¿Lo entiendes? Permitiste que un extraño te tocara. ¡Delante de todos!

Anthony sintió un nudo en el estómago.

—Él no me hizo daño…

—Pero podría haberlo hecho —lo interrumpió ella— Y aun así lo dejaste acercarse. Eso demuestra que no sabes protegerte. Somos nosotros quienes debemos protegerte, aunque no lo entiendas.

Anthony bajó la cabeza.

Protección. Siempre lo llamaban así. Nunca control. Al fondo del pasillo, una puerta doble estaba abierta. Las cortinas habían caído arrancadas, una mesa había sido volteada, y una lámpara de aceite ardió sobre el suelo, consumiéndose.

—¿Qué ocurrió? —preguntó su padre.

Un sirviente tembloroso respondió:

—L-lo sentimos, señor hubo un pequeño incendio. Nadie resultó herido, pero creemos que fue intencional.

—¿Intencional? —la mirada del padre se volvió un cuchillo— ¿Quién?

El silencio se hizo pesado. Hasta que una voz temblorosa dijo:

—Creemos que el modelo, señor ese tal Evan Leclerc, estuvo en esta zona antes del incidente.

Anthony sintió un golpe en el pecho tan real que casi se dobló.

—¡Eso es absurdo! —exclamó, alzando la voz por primera vez en años.

Sus padres lo miraron como si hubiese dicho una blasfemia.

—Anthony —dijo su madre con tono venenoso— no defiendas a alguien que ha puesto en peligro nuestro hogar.

—Él jamás haría algo así.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —exigió su padre.

Anthony tragó saliva. No quería revelarlo. No todavía. Pero cada fibra de su cuerpo exigía defenderlo.

—Porque él me estaba… cuidando —admitió, la voz quebrada— Porque él me trató como si yo importara de verdad. Como si yo fuera alguien.

Su madre apretó los labios hasta que se pusieron blancos.

—Ese joven te ha manipulado —dijo con un tono suave y cruel— No es tu igual, Anthony. No puedes dejar que alguien así te envenene el juicio.

Anthony retrocedió un paso. Envenenar. Manipular.nPalabras que se clavaban como púas.

—Él no me envenena —susurró — Me ve.

Su padre dio un golpe en la pared. Anthony saltó como un animal asustado.

—¡Suficiente! —rugió— Desde hoy, ese muchacho tiene prohibida la entrada al castillo. Y tú, Anthony, no volverás a verlo.
Jamás.

Anthony sintió que el mundo se apagaba.

UNA VOZ QUE ARDE

—Qué casualidad —dijo una voz desde la escalera— Justo hablaban de mí.

Evan descendía los escalones lentamente, iluminado por el reflejo del fuego extinguido, su abrigo negro ondeando como alas nocturnas. Su mirada era un arma desenvainada. Anthony se llevó una mano al pecho.

—Evan…

Los padres intercambiaron una mirada llena de odio y escándalo.

—Tú —espetó el padre—. ¿Cómo te atreves a entrar sin permiso?

Evan sonrió con una calma peligrosa.

—No necesito permiso para venir a buscar lo que es mío.

Anthony sintió las piernas flaquear. Su madre abrió los ojos de par en par.

—¡Ese joven NO es tuyo!

—No todavía —respondió Evan— Pero lo será en cuanto él deje de tener miedo.

Anthony tragó saliva.

—Evan… no hables así…

—¿Por qué no? —Evan avanzó, sin apartar la mirada de Anthony—.¿Vas a dejar que sigan decidiendo por ti? ¿Vas a permitir que te corten las alas antes de aprender a volar?
Anthony, tú ya no eres solo un heredero.
No después de lo que sentiste hoy.

Los padres lo miraron horrorizados.

—No sabes nada de él —dijo la madre, intentando mantener el control— Anthony es frágil. Debemos protegerlo. Tu presencia solo lo confunde.

Evan se detuvo a dos pasos de Anthony. Su voz se volvió un susurro grave:

—Yo no vine a confundirlo. Vine a liberarlo.

Anthony alzó la vista, tembloroso.

—Evan… yo…

—Dilo —pidió Evan— Solo dilo.

Las manos de Anthony se sacudieron. Sus labios temblaron. Su corazón parecía romper el pecho. Los ojos brillaban como si estuvieran a punto de sangrar emociones retenidas por años.

—Evan… yo… siento algo por ti…

El silencio crepitó como electricidad. Su madre exhaló un grito ahogado. Su padre avanzó para interponerse. Pero justo antes de que pudiera agarrar a Anthony

—¡CORRAN! ¡Se está desatando otro incendio!
Gritó otro sirviente desde el fondo del corredor. Las llamas iluminaron el pasillo con un destello rojo y feroz. Y Anthony, en lugar de correr hacia sus padres corrió directo hacia Evan.

Lo tomó del brazo con fuerza. Evan lo sostuvo de la cintura como si por fin lo tuviera entre sus manos. La madre gritó su nombre. El padre corrió hacia las llamas. Y Anthony murmuró, sin volver la vista atrás:

Llévame contigo.




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