Amantes de Cristal

EL CORAZÓN QUE OBEDECE

Los guardias del castillo irrumpieron antes de que Evan pudiera mover un dedo. Uno lo sujetó por el brazo, otro lo tomó por la espalda. Anthony, aterrado, intentó soltarse de su madre, pero ella lo sujetó con una fuerza casi sobrenatural.

—¡Suéltenlo! —gritó Anthony, desesperado.

—No vuelvas a levantar la voz, Anthony —susurró su madre con hielo en la lengua— No delante de extraños. Nunca más.

Evan luchó, pero no quiso herir a los guardias. Aun así, sus ojos no se apartaron de Anthony.

—No dejes que te encierren —le dijo, peleando contra las manos que lo arrastraban— No vuelvas a esconderte. Tú vales más que su mundo, Anthony. ¡Más de lo que ellos jamás admitirán!

Anthony sintió algo romperse dentro de él.
Un cristal. Una pared. Una parte de sí.

—Evan… —susurró— Lo siento…

—No te disculpes —dijo Evan, con una mezcla de furia y dolor—. Sólo lucha.

Pero Anthony no luchó.nNo pudo. Su cuerpo se quedó rígido, obediente, quebrado. Y así, bajo la lluvia helada del atardecer, Evan fue arrojado a la entrada del castillo como si fuese basura. Las puertas se cerraron con un estruendo que atravesó su pecho. Evan respiró hondo..No podía llorar. No podía gritar. Pero se sintió vencido.

EL PRECIO DE LA ARISTOCRACIA

Los días siguientes fueron una caída silenciosa. Evan regresó a su departamento, un espacio pequeño, cálido, lleno de fotografías de otros tiempos, de luces, de arte, de libertad. Pero al entrar, el lugar le pareció vacío. Como si algo faltara. Como si alguien faltara. Encendió su celular. Y vio lo inevitable. Tres mensajes de directorios de moda.

Lo lamentamos, Evan. Su perfil ya no encaja con la dirección de la firma.
Hemos decidido tomar otro rumbo con la campaña.
Gracias por su trabajo, pero ya no podremos seguir colaborando.

Todos en la misma mañana. Todos con una sonrisa falsa entre líneas. Evan apretó el teléfono.

—Los malditos Beaumont…

Al día siguiente, su agente lo llamó.

—Evan, lo siento pero no puedo seguir representándote. Hay presiones. Órdenes que vienen de arriba.

—¿De qué tan arriba? —preguntó Evan, aunque ya sabía la respuesta.

—De gente con poder… apellido… dinero. Ya sabes.

Evan lanzó el teléfono contra la pared. Él jamás se sometía. Jamás dejaba que nadie lo dominara.

Pero por primera vez en su vida lo estaban doblegando. Y todo por un rubio de ojos tristes que él no podía sacarse de la piel.

MEDITAR PARA NO ESTALLAR

Durante semanas, Evan comenzó a visitar un boulevard silencioso, una avenida antigua adornada con faroles de hierro y árboles desnudos. Se sentaba siempre en el mismo banco. Con los codos sobre las rodillas.
Mirando el atardecer teñir de rojo la ciudad.

Era el único lugar donde su furia no lo consumía. Allí pensaba en Anthony. En su rostro perfecto, en sus ojos dóciles, en sus labios temblorosos pidiendo libertad sin saber pedirla. En cómo se aferró a él un instante antes de perderlo.

—Maldito seas… — susurró Evan, con una mezcla de cariño y frustración — ¿Qué me hiciste, Anthony?

Sus manos temblaban cuando recordaba el tacto del rubio. Su voz. Su miedo. La forma en que lo miró antes de correr hacia él entre las llamas. Sí. Anthony estaba robando su cordura lentamente.

EL CRISTAL QUE CUMPLE ÓRDENES

Mientras tanto, Anthony había regresado a su papel de hijo perfecto. Su ropa. Elegante. Impecable. Sus gestos. Medidos. Fríos. Sus palabras. Suaves. Obedientes. Pero su mirada vacía. Su padre lo observaba con aprobación silenciosa. Su madre le daba instrucciones con ese cariño afilado como una daga.

—Debes asistir al evento filantrópico de esta noche. Sonríe. Camina recto. No hables más de lo necesario.

—Sí, madre.

—Y recuerda —dijo el padre— a partir de ahora, estarás supervisado en todo momento. Para evitar distracciones.

Anthony bajó la cabeza.

—Sí, padre.

Cenaban juntos. Caminaban juntos. Lo escoltaban. Lo guiaban. Lo vigilaban. Anthony nunca estuvo tan solo en su vida.Pero cada noche, cuando cerraba los ojos, recordaba la voz de Evan. Ese elige. Ese mírame. Y algo dentro de él se retorcía.
Como un pájaro atrapado golpeando las paredes de su jaula.

EL PAPEL PROHIBIDO

Una tarde, al regresar a su habitación, Anthony encontró algo deslizado bajo la puerta. Un papel doblado tres veces. Sus dedos temblaron al tomarlo. Era una sola frase escrita con trazo firme.

Si estás roto dímelo tú, no ellos.
—E.

Anthony sintió un golpe en el pecho. Lo llevó a su escritorio. Lo leyó una vez. Dos. Diez. Apretó el papel contra su corazón.

—Evan…

Entonces escuchó el giro de la llave. Su padre entró sin tocar.

—Anthony, necesitamos hablar de tu compromiso —anunció, como si fuera una orden más.

Anthony levantó el rostro, pálido.

—¿Mi… qué?

—Tu futuro matrimonio —continuó el padre, imperturbable— Ha llegado el momento de anunciarlo. Una alianza prestigiosa para garantizar el legado familiar.

Anthony sintió que el mundo se partía.

—Pero yo…

—No es decisión tuya —interrumpió su padre— Lo harás. Porque así debe ser.

Anthony cerró los puños, intentando respirar.
El papel de Evan quemaba en su mano. Esa misma noche, incapaz de soportarlo más, Anthony escapó de su habitación sin hacer ruido. Las escaleras crujieron bajo sus pasos. El viento helado entró desde las ventanas.

Salió del castillo. Caminó. Corrió. Hasta llegar al boulevard. Donde Evan estaba sentado, como cada atardecer. Evan levantó la mirada. Y Anthony, temblando, con los ojos rojos, dijo la frase que cambiaría todo:

Evan arráncame de aquí.




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