Amantes de Cristal

UN REFUGIO LLAMADO NOSOTROS

La cabaña que encontramos estaba en lo alto de una colina, lejos del pueblo, rodeada de árboles y silencio. Era pequeña, de madera oscura, con flores silvestres creciendo en la ventana y una chimenea que olía a pino. No tenía lujos. No tenía sirvientes. No tenía cámaras. No tenía reglas Y sin embargo, por primera vez en nuestra vida, teníamos algo más valioso: paz.

MAÑANAS QUE SABEN A LIBERTAD

La primera mañana desperté con el sol acariciando mi rostro. Algo me rodeaba la cintura, firme, cálido. Evan. Su brazo estaba tan apretado alrededor mío que parecía temer que desapareciera si aflojaba. Tenía el cabello revuelto y dormía profundamente, sin esa dureza en la mirada que solía tener en la ciudad. Me quedé mirándolo unos minutos. Él no era perfecto. No pertenecía al mundo de mármol en el que crecí. Pero a su lado, yo podía respirar.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome así? —murmuró sin abrir los ojos.

—No lo suficiente —respondí.

Evan sonrió medio dormido, y su sonrisa me rompió el pecho.

—Ven aquí —susurró, atrayéndome más cerca— Hoy no tienes que complacer a nadie más que a mí.

Lo dijo con suavidad, con una ternura que casi me hizo llorar.

—Y tú no tienes que pelear contra el mundo hoy —le respondí— Solo déjate querer un poco.

Evan abrió los ojos lentamente, como si mis palabras le hubieran tocado un lugar al que nadie antes había llegado.

PRIMERAS TORPEZAS DE LIBERTAD

El desayuno fue un desastre hermoso. Evan juró que sabía encender una fogata. La fogata explotó humo negro durante diez minutos. Yo intenté cocinar huevos. Los quemé tanto que parecían carbón con cáscara.

—Nos van a echar del pueblo por contaminación ambiental —dijo Evan, tapándose la nariz.

—Lo siento — me lamenté, observando la sartén arruinada.

Evan soltó una carcajada tan sincera, tan libre, que no pude evitar sonreír.

—Anthony, en tu vida tocaste una cocina, ¿verdad?

—No tenía permitido. Un heredero no debe ensuciarse las manos.

Evan se acercó, tomó mis manos aún temblorosas por el frío, y las besó una por una.

—Pues ahora las vas a ensuciar conmigo —susurró— Y me encanta.

Mi corazón se incendió sin permiso.

DÍAS FELICES ENTRE BOSQUES

Pasamos días enteros caminando por el bosque, sin dirección. Evan trepaba árboles como si hubiera nacido para ello, y yo, a pesar de mis intentos dignos, siempre terminaba cayendo al pasto.

—Tu aristocracia no sirve para esto —decía Evan riéndose mientras me ayudaba a levantar.

—Mi dignidad tampoco —gruñía yo, cubierto de hojas.

—Eres adorable —respondía él, dándome un beso rápido en la frente antes de echar a correr.

—¡Evan, vuelve aquí!

Y corríamos. Corríamos como si el tiempo no existiera. Por las noches, cenábamos en silencio mirando el fuego. No era un silencio incómodo. Era un silencio lleno. Un silencio de hogar recién nacido.

A veces, Evan apoyaba la cabeza en mi regazo y me pedía que le contara historias de mi infancia. No las orgullosas, no las elegantes sino las solitarias. Y él escuchaba. Siempre escuchaba. Yo descubrí que Evan, pese a su fuerza y su rebeldía, tenía un alma herida también. Y él descubrió que yo, pese a mi educación perfecta, era más frágil de lo que aparentaba. Pero juntos nos completábamos.

NO SERÁS UN REEMPLAZO

Una tarde, mientras recogíamos agua del lago, Evan se quedó mirándome con una seriedad que me hizo detener.

—Anthony sé honesto. ¿Extrañas tu vida anterior?

—Extraño algunas cosas —admití— No la cárcel que significaba.

—¿Y extrañas a tus padres?

—Extraño lo que hubiese querido que fueran.

Evan bajó la mirada, como si cargara un peso enorme.

—¿Y extrañas a ellos?

Sabía a quién se refería: la aristocracia, mis responsabilidades, mi apellido.

—Evan —susurré acercándome—, no escapé por capricho. No vine buscando un reemplazo de mi mundo. Vine porque tú fuiste el primer lugar que quise habitar.

Evan cerró los ojos lentamente, como si mis palabras fueran demasiado para procesar.
Luego los abrió y me abrazó con una fuerza desesperada, como si hubiera estado conteniendo ese abrazo por años.

—Gracias… —murmuró contra mi cuello— No sabes cuánto te necesitaba.

—Tú también eres mi libertad —respondí.

EL PUEBLO YA NO ES SEGURO

Esa noche, después de cenar, nos quedamos dormidos cerca del fuego. Pero en mitad de la madrugada, un sonido seco me despertó.

Un papel. Deslizado bajo la puerta de la cabaña. Me levanté con el corazón en la garganta. Lo tomé. No tenía firma. Solo tres palabras escritas con tinta negra y delicada:

Ya los encontré.

Mi sangre se congeló. Desperté a Evan con la voz temblorosa.

—Evan…

Él abrió los ojos y tomó el papel. Y su expresión pasó de sueño a furia absoluta.

—Anthony… nos están siguiendo.

Yo retrocedí un paso, sintiendo el aire escaparse de mis pulmones.

—¿Crees que es… ella?

Evan me tomó del rostro con ambas manos, serio, grave, preparado para la guerra.

—Claudia nos encontró.

Un trueno retumbó en la noche. La libertad que habíamos conquistado comenzaba a resquebrajarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.