Amantes de Cristal

DONDE SOLO EXISTE LA FELICIDAD

Los días en la cabaña se volvieron una danza de luz. La ciudad no los encontraba. Claudia no los rastreaba. Los padres de Anthony no tenían pistas. Y en ese rincón del mundo donde nadie sabía sus nombres, donde nadie esperaba nada de ellos, empezaron a vivir. No a sobrevivir. A vivir.

LA GUERRA CONTRA LA COCINA

Anthony decidió que quería aprender a cocinar. Una decisión noble. Un gesto doméstico. Un error monumental.

—Evan —anunció un día con dignidad aristocrática— hoy prepararé el almuerzo.

Evan lo miró con sospecha.

—Anthony… la última vez que lo intentaste, convertiste un huevo en carbón.

—El fuego me odia —respondió Anthony con solemnidad— Pero yo no me rendiré.

Media hora después, la cocina estaba llena de humo. Anthony tosía, desesperado, agitando un paño como si luchara contra una tormenta. Evan entró corriendo.

—¿Qué hiciste?

—Una sopa —respondió Anthony, trágico— O intenté. No estoy muy seguro.

Evan abrió la olla. La sopa se movió. Evan la cerró inmediatamente.

—Creo que creaste una criatura.

Anthony bajó la cabeza.

—¿Es… peligrosa?

—Solo para el paladar —respondió Evan riéndose— Ven, príncipe del caos. Te enseñaré a hacer algo sencillo.

Anthony sonrió con vergüenza.

—¿Un té?

—Sí. Intentemos no destruir la cabaña hoy.

EL JUEGO DE LOS APODOS

Evan, que disfrutaba provocarlo, decidió un día que Anthony necesitaba un apodo.

—Anthony es muy largo —dijo mientras se acostaba sobre él en el sofá—. Te llamaré Tonny.

Anthony lo miró horrorizado.

—No. Eso suena como un mecánico de barrio.

—Entonces… Anto.

—¿Por qué peor?

Evan sonrió.

—Entonces te llamaré Cielo.

Anthony se quedó quieto un segundo. Sus mejillas se enrojecieron.

—Eso es bonito —susurró.

Evan se inclinó, besándolo en la mejilla.

—Y tú te vas a acostumbrar a que te lo diga cada vez que quiera.

Anthony escondió el rostro entre las manos mientras Evan se reía a carcajadas.

—¡No te rías! —protestó— Me haces sentir como si fuera tuyo.

Evan le apartó las manos del rostro.

Lo eres. ¿O no, Cielo?

Anthony lo miró, tragando saliva.

—Claro que lo soy.

El beso que compartieron después fue lento, dulce, lleno de sol.

UN ARISTÓCRATA EN EL MERCADO

Un día, Evan decidió llevar a Anthony al mercado del pueblo. Un error adorable. Anthony caminaba como si el piso fuera demasiado común para él. Miraba las verduras como si fueran objetos misteriosos. Y cuando una anciana le ofreció una bolsa de papas, Anthony sonrió con esa educación impecable:

—Lo siento, señora ¿esto se come?

La anciana soltó una carcajada.

—¡Ay, mi amor! ¡Qué lindo eres! Tu novio debe tener mucha paciencia.

Anthony se puso rojo como un tomate. Evan casi se ahoga riéndose.

—Tiene razón —dijo Evan abrazándolo por la cintura— Tengo paciencia… pero también razones para tenerla.

La anciana guiñó un ojo.

—Son hermosos juntos, hijos. Nadie aquí juzga a nadie.

Anthony se quedó helado. Evan lo miró con ternura.

—¿Escuchaste? —susurró— Aquí, te ven. Y no te lastiman.

Anthony bajó la mirada, emocionado.

—No sabía que podía existir un lugar así…

Evan lo abrazó fuerte.

—Existe. Y es nuestro.

EL DÍA DE LA NIEVE

Una mañana, la colina amaneció cubierta de nieve. Anthony jamás había jugado con ella.
En la ciudad, la nieve era un evento elegante, no un juego. Evan salió descalzo, gritando:

—¡Anthony, ven! ¡Mira esto!

Anthony salió cubierto con tres capas de bufandas. Parecía un príncipe congelado.

—No quiero ensuciarme —dijo con dignidad.

Evan le arrojó una bola de nieve en el pecho. Anthony abrió la boca.

—¿Te atreviste a atacarme?

—Sí —respondió Evan— ¿Qué vas a hacer, aristócrata?

Anthony tomó nieve torpemente formó una bola deforme. y se la estampó en la frente. Evan quedó en silencio. Luego se acercó lentamente, con una sonrisa que mezclaba peligro y cariño.

—Anthony Beaumont.acabas de declarar la guerra.

—Entonces ven por mí —respondió Anthony, corriendo.

Evan lo persiguió por todo el bosque, ambos riendo, tropezando, jugando como niños que nunca habían sido libres. Cuando Evan por fin lo alcanzó, lo abrazó desde atrás, ambos jadeando, riendo sin control. Anthony se apoyó en él, agotado.

—Evan…
—Dime.
—Creo… que soy feliz.

Evan cerró los ojos y lo estrechó con fuerza.

—Yo también, Cielo.

Esa noche, mientras dormían abrazados, Evan despertó por un sonido sutil. Un motor.
Lejano. Pero real..Se incorporó en silencio.

Anthony ni se movió, perdido en sueños tranquilos. Evan miró por la ventana. A lo lejos, en la carretera que llevaba al pueblo dos luces de automóvil avanzaban lentamente. Demasiado lento. Como si observaran. Como si buscaran algo..Evan apretó los dientes.

—No… no todavía… —susurró.

Anthony dormía con una sonrisa. Evan, en cambio, ya sentía la sombra acercándose.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.