Amantes de Cristal

DONDE LA FELICIDAD SIGUE FLORECIENDO

Evan observó las luces del automóvil avanzar lentamente por la carretera. Su pecho estaba tenso, y cada músculo de su cuerpo se preparaba para proteger a Anthony.

Pero cuando el vehículo se acercó lo suficiente, Evan distinguió la matrícula oxidada, la estructura vieja y las luces temblorosas.

No era un auto lujoso. No era un enviado de la aristocracia. No era Claudia ni los Beaumont. Era el viejo coche del panadero del pueblo, que siempre regresaba tarde después de repartir los pedidos de harina. Evan soltó un suspiro que se convirtió en risa.

—Dios… casi me da un infarto por un señor que solo lleva baguettes —murmuró.

Volvió a acostarse. Anthony durmió sin despertarse, con una mano sobre su pecho, como si lo protegiera incluso en sueños. Evan sonrió.

—Estamos a salvo, Cielo.

Y lo abrazó fuerte antes de dormirse otra vez.

UN AMOR QUE DESPIERTA ENTRE RISAS

A la mañana siguiente, Anthony abrió los ojos y encontró a Evan mirándolo fijamente.

—¿Qué haces? —preguntó, aún somnoliento.

—Vigilando que no te escape y regreses con tu aristocracia —respondió Evan con tono dramático.

Anthony lo golpeó con la almohada.

—¿Y adónde voy a escaparme? ¿A la cocina? ¿A quemar otra cacerola?

—Eso sería un acto terrorista —bromeó Evan— El pueblo ya casi entregó una petición para prohibirte cocinar.

Anthony abrió los ojos indignado.

—¡Eso no es cierto!

Evan se llevó una mano al corazón.

—Cielo, el horno está traumado. Ayer se apagó solo cuando entraste a la cocina.

Anthony volvió a golpearlo con la almohada mientras reía.

—Eres insoportable.

—Y tú me amas así —respondió Evan, abrazándolo por la cintura y tirándolo suavemente sobre él.

Anthony quedó atrapado entre sus brazos, con el rostro enrojecido.

—A veces eres demasiado confiado —murmuró.

—A veces tú eres demasiado adorable —replicó Evan.

Anthony escondió el rostro en su pecho para que no viera su rubor.

—No digas esas cosas tan temprano —susurró.

—¿Por qué?

—Porque me derrito. Y luego no puedo ser serio en todo el día.

Evan se rio con cariño y le levantó el mentón con suavidad, dándole un beso lento, dulce
el tipo de beso que hace que el mundo sea un lugar perfecto.

EL PRÍNCIPE Y EL MODELO… Y UN POLLO DESCONTROLADO

Ese día, decidieron que era buena idea criar una gallina. Error.

Error épico. La compraron en el mercado del pueblo con mucha ilusión. El vendedor lo advirtió:

—Es un poco inquieta.

Anthony, jamás habiendo visto una gallina de cerca, pensó que era exageración. Hasta que la soltaron en la cabaña. La gallina salió corriendo como si hubiera escapado del infierno.

—¿Por qué corre así? —preguntó Anthony.

—No lo sé —respondió Evan—. Yo corro así cuando me persigue la prensa.

—¡Está en la mesa! ¡Evan, está en la mesa!

La gallina corrió por encima de los platos, tiró un vaso, saltó al sofá, y luego se lanzó directamente al regazo de Anthony.

—¡¡QUÉ HAGO!! —gritó él.

—¡ABRÁZALA!

—¡NO QUIERO ABRAZARLA, QUIERO QUE SE DETENGA!

—¡ES TU HIJA AHORA!

—¿QUÉ?

Anthony se levantó, tropezó, y terminó en el suelo con la gallina sentada encima de él como si fuera un trono viviente. Evan se tiró al piso de la risa.

—Anthony… te juro que jamás te vi tan derrotado.

—Ev… an… —gimió Anthony desde el piso— Sácame a esta criatura de encima…

Evan tomó a la gallina, todavía riendo, mientras Anthony se levantaba despeinado y con plumas pegadas al suéter.

—No pienso volver a adoptar nada —declaró Anthony, ofendido.

—Ni siquiera un perro?

—Un perro sí.

—¿Y un gato?

—Un gato también.

—¿Una cabra?

— Depende.

—¿Otra gallina?

—EVAN.

LA HORA DORADA

Al atardecer, se sentaron juntos frente al lago. Evan apoyó la cabeza en el hombro de Anthony.

Anthony le acariciaba el cabello con movimientos lentos, suaves.

—No recuerdo haber sido tan feliz —dijo Anthony en voz baja.

—¿Ni en tu infancia?

—No.

—¿Ni un poco?

—Ni un poco —respondió con una sonrisa triste— Pero ahora todo es diferente.

Evan entrelazó sus dedos con los de él.

—¿Crees que nos dure? —preguntó Anthony, con un hilo de miedo en la voz.

Evan lo miró, serio, decidido.

—Mientras estemos juntos, sí. Siempre.

Anthony se inclinó y lo besó. Un beso dulce, lento, lleno de ternura. Después otro más. Y otro. Y otro. Hasta que el cielo se volvió violeta. Eran dos almas refugiadas una en la otra. Dos hombres que lo habían perdido todo excepto a sí mismos.

Esa noche, mientras jugaban a ver quién podía lavar los platos más rápido (Anthony perdió de forma trágica), Evan descubrió algo en el bolsillo de su chaqueta. Un papel. Uno pequeño, doblado. Con la misma caligrafía delicada.

La felicidad nunca dura.

Evan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Anthony, desde la otra habitación, reía sin saber nada. Evan apretó el papel entre los dedos.

—No…..no otra vez…

La sombra se acercaba. Sin ruido. Sin prisa. Sin descanso.




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