Amantes de Cristal

FLORES BLANCAS, SOMBRAS NEGRAS

La vida en la cabaña seguía siendo una sinfonía de risas y caricias. Anthony y Evan habían construido un mundo pequeño, imperfecto, cálido, en el que el amor nacía incluso en los rincones donde antes solo había silencio.

Por las mañanas, Evan preparaba café mientras Anthony leía recetas imposibles que jamás lograba replicar..En las tardes, se recostaban en la hierba, uno sobre el pecho del otro, observando las nubes. En las noches, hablaban de todo lo que querían hacer juntos. Una casa. Un perro. Un huerto donde Anthony prometía no destruir las plantas..Evan siempre le respondía:

—Si matas una planta, la entierro con honores.

Anthony le arrojaba una almohada..Evan lo atrapaba y lo abrazaba como si fuera la cosa más preciosa del mundo. Era un amor real.
Un amor vivo. Un amor que crecía. Pero lejos de ellos, en la ciudad, una rosa blanca se marchitaba de odio.

CLAUDIA: LA ROSA QUE PICÓ EL ALMA

Claudia Marchand no dormía. No comía. No sonreía. No aceptaba consuelo de su familia. La humillación que sufrió ante cientos de aristócratas la había convertido en otra persona. Una sombra. Un eco hueco de lo que fue. En su habitación, arrancaba pétalos de rosas blancas mientras murmuraba:

—No debió decir eso. No debió hacerme eso.
Anthony Beaumont tú me pertenecías. Tu apellido me pertenecía. Tu futuronera mío.

Las flores caían como lágrimas rotas sobre el mármol. Claudia había sido criada para desear perfección. Pero ahora deseaba destrucción. Y su objetivo era claro:

No solo quería destruir a Anthony. Quería destruir aquello que él amaba más. Evan. Y detrás de él toda la familia Beaumont. No por justicia..Por dolor. Por orgullo. Por ira. Por amor retorcido.

UN PUEBLO QUE NO ES UN PARAÍSO PARA TODOS

Evan bajó una mañana al pueblo para comprar víveres. El sol caía sobre su piel oscura y brillante, y algunas mujeres del mercado lo saludaron con simpatía. Pero no todos los ojos eran amables..Un hombre alto, de mirada húmeda y agria, lo observó desde la entrada de la tienda. Evan sintió la incomodidad, pero decidió ignorarla. Se concentró en elegir pan, frutas, un poco de carne. Cuando salió, el hombre dio dos pasos hacia él.

—¿Tú eres el muchacho nuevo? —preguntó con una sonrisa que no llegó a los ojos.

Evan levantó una ceja.

—Depende. ¿Qué quiere?

El hombre se acercó más. Demasiado.

—He visto al rubio contigo. Un chico muy distinguido. Su piel blanca como la nieve..Su rostro de ángel.

Evan guardó silenciosamente las bolsas de víveres en su mochila.

—¿Y?

El hombre frunció los labios.

—¿Qué hace un blanco con un negro?

Evan no respondió. No le regaló ni una mirada. Simplemente se giró y siguió caminando. El hombre se quedó atrás, indignado por haber sido ignorado.nEse debió ser el final..Pero no lo fue.

EL VENENO SE INSTALA

Desde ese día, cada vez que Evan iba al mercado, encontraba al mismo hombre observándolo desde algún punto. Al principio, solo miraba con desprecio. Luego comenzó a lanzar comentarios.

—El pueblo era tranquilo antes de que llegaran ustedes.
—Ese rubio merece algo mejor.
—Seguro vino por el dinero del chico bonito, ¿no? Se te nota en la mirada.

Evan nunca respondía. Nunca lo provocaba.
Nunca le daba lo que quería..Pero el veneno seguía acumulándose. Y el hombre seguía insistiendo.

—Dime, ¿qué le viste a él? ¿Qué hace un negro como tú con un blanco tan hermoso?

Evan cerraba los puños. Pero no respondía.

—Debe ser extraño… ¿verdad? Que te haya elegido a ti. ¿O es lástima lo que le das?

Ese día, Evan casi pierde la compostura. Pero recordó a Anthony. Recordó su sonrisa.
Sus besos. La forma en que lo abrazaba por las noches. La forma en que decía su nombre como si fuera algo sagrado. Y decidió no ensuciar su amor con palabras vacías. Simplemente siguió su camino.

EL DÍA QUE ANTHONY DECIDIÓ TOMAR PARTIDO

Pero todo cambió cuando Anthony, que había bajado al pueblo para sorpresa de Evan, escuchó al hombre hablar.

—¿Dónde está tu rubito? —insistía el pueblerino— Ese chico es demasiado para Blanco, aristócrata.perfecto..Tú deberías saber tu lugar.

Evan respiró hondo.

—Déjalo —murmuró—.No vale la pena.

Pero Anthony ya estaba allí. De pie. Con el rostro tenso.bCon los ojos azul hielo.

—¿Tienes un problema conmigo? —preguntó Anthony serenamente.

El hombre lo miró de arriba abajo.

—Sí. Tengo un problema. ¿Por qué estás con él? ¿No hay hombres blancos para ti? ¿O es que te gustan las......?

Anthony levantó una mano..Solo una.nY lo silenció sin violencia, sin gritos pero con una autoridad devastadora.

—Jamás vuelvas a hablar de Evan con desprecio —dijo Anthony, sin parpadear—
Juzgarlo por el color de su piel solo demuestra tu ignorancia..Y yo no converso con ignorantes.

El hombre retrocedió, sorprendido. Anthony dio un paso más.

—Evan es más hombre que tú jamás serás. Es noble, honesto, fuerte, sensible. Y yo lo amo..No toleraré que nadie lo insulte por existir.

El pueblo entero contuvo el aliento. Evan, detrás de Anthony, sintió un nudo en la garganta. Nunca lo habían defendido así.
Nunca nadie había hablado con tanta pasión por él. El hombre, avergonzado, murmuró insultos y se alejó. Anthony respiró hondo y tomó la mano de Evan sin miedo.

—Vamos a casa —susurró.

Evan apretó su mano.

—Anthony…. gracias.

Anthony sonrió.

—No tienes que agradecerme por defender lo que amo.

Ese mismo día, mientras volvían a la cabaña de la mano, una mujer encapuchada los observaba desde la sombra del antiguo campanario. Sus ojos, fríos y hermosos, brillaron con satisfacción venenosa. En sus dedos, un pétalo blanco se deshizo lentamente.

—Perfecto —susurró Claudia— Déjate amar, Anthony. Que duela más cuando lo destruya.




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