Amantes de Cristal

EL MUNDO CALLA

La presencia de Claudia seguía siendo apenas un susurro en la oscuridad. Una sombra lejana. Una amenaza que aún no se manifestaba. Anthony y Evan, en cambio, vivían cada día con el corazón lleno. Era como si la vida por primera vez les regalara un respiro digno, una tregua luminosa después de tanta oscuridad.

La cabaña se había convertido en su pequeño mundo privado. Y en ese mundo, el amor florecía a pasos gigantescos.

LOS PEQUEÑOS MOMENTOS QUE TAMBIÉN SON AMOR

Una mañana, Anthony despertó al escuchar un ruido extraño. Se incorporó confundido.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz ronca.

Evan estaba en la sala, vestido con un delantal verde, sosteniendo una espátula como si fuera un arma de guerra.

—Estoy preparando panqueques.
—¿Con el delantal del gato?
—Sí. El gato es jefe de cocina ahora.

El enorme gato gris los observaba desde una silla. Tenía una expresión sofocantemente seria. Anthony rió.

—Te prometo que verlo a él con un delantal es lo más aristocrático que he visto desde que escapamos.
—Cielito no insultes a mi socio culinario —dijo Evan con tono digno— Él tiene más experiencia en la cocina que tú.

Anthony le lanzó una almohada. Evan la atrapó con la mano libre.

—Increíble —dijo Anthony— ¿Puedes atrapar almohadas pero no panqueques?

El panqueque en el sartén se dobló de una manera que desafiaba la física. El gato maulló como si desaprobara todo.

—Eres cruel, Anthony —dijo Evan riendo.

—Soy sincero —replicó Anthony con falsa solemnidad.

Evan se acercó y lo abrazó por la cintura.

—¿Y así me amas?
—Así te amo —respondió Anthony—
Incluso cuando destruyes panqueques.

Se besaron entre risas mientras el gato los miraba, indignado por tanta distracción en la hora del desayuno.

UN PASEO POR EL PUEBLO

Ese día decidieron bajar juntos al pueblo a comprar velas nuevas y flores para la mesa.

El pueblo estaba tranquilo. La gente los saludaba con cariño. Algunos ya estaban acostumbrados a verlos tomados de la mano. Una señora mayor les entregó un ramo de flores silvestres.

—Para los chicos más enamorados que haya visto en años —dijo.

Anthony se puso rojo como una cereza.

—Gracias, señora…
—Qué dulzura —murmuró ella— Ténganse el uno al otro, ¿sí? Es raro ver amor sincero en estos tiempos.

Evan le entregó unas monedas, sonrió, y Anthony se aferró a su mano con fuerza.

—Eres popular —susurró Evan al oído.

—¿Yo?
—Te miran como si fueras un príncipe exiliado.
—Pues lo soy, técnicamente.
—Un príncipe precioso.
—Evan deja de decir esas cosas en público.
—No puedo evitarlo —susurró él— Eres hermoso.

Anthony casi tropieza por el halago. Evan se rio y lo sostuvo por la cintura.

—Te amo —dijo Anthony muy bajito.

—Y yo a ti —respondió Evan.

CLAUDIA: LA FLOR QUE SE OSCURECE

Mientras ellos compraban flores y reían, Claudia observaba desde la colina más alejada. Llevaba un abrigo largo, las manos bajo la tela, los ojos brillantes como hielo fracturado. La felicidad de ellos, su luz, su libertad….Todo eso alimentaba su rabia. Dos pétalos cayeron de sus dedos.

—Anthony Beaumont… —susurró— Tu felicidad será mi arma. Y cuando te la arrebate, te quedarás vacío. Como me dejaste a mí.

Sus labios se torcieron en una sonrisa infinitamente amarga.

—Ni tu padre me humilló tanto como tú.

La nieve comenzó a caer. Y con ella, la promesa de destrucción.

EL HOMBRE DEL PUEBLO REAPARECE

De regreso en el mercado, Evan sintió una mirada conocida. Era él. El mismo hombre que lo había insultado días atrás. Esta vez no dijo nada. Solo los observó. Con algo más que desprecio. Con odio silencioso.

Evan ignoró la mirada. Anthony lo tomó de la mano y lo atrajo hacia sí sin decir palabra.

—No dejes que ese tipo ensucie tu día —dijo el rubio suavemente— Ya lo enfrentamos una vez. Lo haremos mil veces si hace falta.

Evan respiró profundo.

—Me molesta que te incomode.
—Y a mí me molesta que te lastime. Así que estamos a mano.

Evan soltó una risa suave. Anthony sonrió.
Su mano se apretó más fuerte.

LA RISA QUE LOS SALVA

Al volver a casa, encontraron al gato sentado en el techo.

—¿Cómo llegó ahí? —preguntó Anthony.

—No lo sé —respondió Evan— ¿Cómo llegas tú a la cocina y destruyes tres ollas?
—Compararme con el gato es ofensivo.
—El gato cocina mejor.
—EVAN.

A pesar del peligro oculto, de las sombras que se acercaban, de la amenaza en la colina la cabaña seguía llena de calor. Sus vidas seguían llenas de risas, caricias, pequeñas batallas domésticas y promesas silenciosas. Evan se acercó por detrás y abrazó a Anthony, apoyando el rostro en su cuello.

—Cielito… —susurró— Lo que tenemos aquí es perfecto.

Anthony se giró y le sostuvo el rostro con ambas manos.

—Y lo vamos a proteger, Evan. Pase lo que pase.

Esa noche, mientras dormían abrazados, alguien tocó la ventana. Un golpe suave.
Delicado. Anthony se despertó. Se levantó.
Abrió la cortina. Y allí, en el alfeizar…

No había un pétalo. No había una rosa. Había un sobre blanco. Con su nombre escrito en tinta dorada:

Para Anthony Beaumont. De parte de alguien que te extraña demasiado.

Anthony sintió el estómago caer. Evan despertó de inmediato.

—¿Qué es eso?

Anthony no pudo responder. Porque detrás del sobre, en la oscuridad del bosque, unos ojos femeninos lo observaban con calma mortal.




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