El sobre blanco temblaba entre los dedos de Anthony. La tinta dorada brillaba débilmente bajo la luz de la luna, como si las letras respiraran. Cada trazo parecía observarlo.
Cada curva parecía un susurro.
De parte de alguien que te extraña demasiado.
Evan se acercó por detrás, apoyando una mano firme en su hombro.
—No la abras —murmuró— No sabemos qué quiere.
—Sí sabemos —respondió Anthony sin apartar la vista del sobre— Claudia.
El viento golpeó la ventana. Los árboles crujieron como viejos esqueletos. La noche se volvió demasiado silenciosa. Evan tomó aire.
—Dámela. Quiero verla yo primero.
Anthony negó. Su voz fue un susurro asfixiado.
—Es para mí.
Evan entrecerró los ojos, preocupado por esa mezcla de miedo y determinación en su rostro.
—Anthony…
—Si no la enfrento seguirá viniendo. Seguirá acechando. Hasta que rompa lo que tenemos.
Evan apretó la mandíbula.
—Entonces la enfrentaremos juntos.
Anthony abrió el sobre con manos temblorosas. Dentro había una hoja de papel perfumada. Al desplegarla, cayó otro pétalo blanco. La carta estaba escrita con la caligrafía perfecta de Claudia. Y decía:
Mi querido Anthony:
Espero que esta cabaña perdida en el fin del mundo no apague tu elegancia. Sería una pena que tu belleza aristocrática se marchitara entre barro, gatos callejeros y pieles oscuras. No creas que no te quiero.
Te adoro. Pero el amor tiene dos caminos:
la devoción o la destrucción.
Y tú elegiste el que más duele. Me humillaste. Delante de todos. Me robaste mi futuro. Me volviste una burla. Ahora me corresponde devolverte el favor. No quiero matarte, Anthony. Quiero matarte por dentro.
Quiero ver cómo el brillo de tus ojos se apaga lentamente cuando veas perderse lo que más amas. Y sí. Me refiero a él. Dile a tu pequeño juguete que disfrute el tiempo que le queda. Yo también lo disfrutaré. Nos veremos pronto.
Con amor Claudia.
Anthony sintió náuseas. La carta tembló en sus manos. Evan se la arrebató, leyó cada línea, y su expresión se transformó. Primero incredulidad. Luego rabia. Luego algo más profundo: una violencia silenciosa capaz de romper huesos.
—La mataré —susurró Evan, arrugando el papel— No voy a permitir que te toque. Ni que me toque a mí. Ni que se acerque a ti.
Nunca.
Anthony tomó su rostro entre las manos.
—No, Evan. No quiero eso. No quiero que pierdas el control por mí.
—¿Qué otra opción tenemos, Anthony?
Ella no va a detenerse.
Anthony respiró hondo.
—Entonces no le demos miedo. No le demos satisfacción. Vivamos. Ríamos. Besémonos.
Seamos lo que ella nunca podrá ser.
Evan quedó en silencio. Lo observó con una mezcla de admiración y miedo.
—¿Cómo puedes ser tan fuerte después de todo lo que te hicieron?
Anthony apoyó su frente en la de él.
—Porque tú me enseñaste a no obedecerle a nadie. Ni siquiera al miedo.
Evan lo abrazó con fuerza. Pero el abrazo fue interrumpido por un sonido seco afuera. Un crujido. Una rama quebrándose. Evan reaccionó de inmediato. Se tensó. Tomó a Anthony por la cintura y lo colocó detrás de él.
—Quédate aquí —ordenó en voz baja.
Anthony agarró su camisa.
—No te alejes.
—Nunca lo hago —respondió Evan— Pero si alguien está ahí quiero verlo primero.
Encendió la linterna. Abrió la puerta lentamente. La brisa helada entró como un suspiro maldito. La luz recorrió el exterior:
El bosque. La tierra húmeda. La cerca. Las sombras. No había nadie. Hasta que Evan enfocó el árbol más cercano. Y vio algo clavado en el tronco. Anthony, detrás de él, sintió cómo su corazón se aprisionaba.
—¿Qué es…?
—Anthony —susurró Evan— No mires.
Pero Anthony ya había visto.
Una fotografía.
Una fotografía de ellos dos…
Durmiendo abrazados en la cama. Tomada desde afuera. Desde la ventana. Con una frase escrita a mano en el borde:
La felicidad se mira desde lejos antes de romperla.
Anthony retrocedió un paso. Luego otro.
—Evan….Ella estuvo aquí.
Evan cerró los ojos un segundo. Cuando los volvió a abrir, estaban llenos de fuego.
—Anthony….No vamos a huir más.
Anthony lo miró aterrado y fascinado a la vez.
—¿Qué… qué vamos a hacer?
Evan tomó la foto con fuerza. Sus dedos se clavaron en el papel.
—Vamos a descubrir dónde está.
Anthony tragó saliva.
—¿Para qué…?
Evan lo miró directo a los ojos.
—Para evitar que te quite lo que más amo.
Esa noche, mientras Evan hacía guardia sin dormir, Anthony intentó descansar hasta que escuchó un sonido suave bajo la cama.
Siseante.
Lento.
Casi un murmullo. Se inclinó. Encendió la linterna del celular. Y lo que vio debajo de la cama hizo que se quedara sin aire.
Un espejo.
Pequeño.
Roto.
Y sobre él, escrita con lápiz labial blanco: Estoy más cerca de lo que crees.
Anthony dejó caer el teléfono. Y detrás de la ventana, entre los árboles oscuros dos ojos femeninos brillaron con una calma antinatural.