Evan abrió las ventanas, una por una, asegurando los pestillos. No quería que Anthony lo viera tan serio, tan concentrado, tan preocupado. Pero ya no era el momento de ocultar nada. La marca del pétalo blanco pegado en el vidrio era una advertencia demasiado clara: Claudia había encontrado su refugio. Y si lo había encontrado una vez, podía hacerlo de nuevo. Anthony aún dormía abrazado a él, con el rostro hundido en su pecho. La respiración suave, inestable. Como si incluso en sueños luchara por mantener la calma. Evan lo observó con una mezcla de ternura y rabia.
Ternura por él. Rabia por ella.
Claudia había logrado algo que ni los Beaumont pudieron: quebrar la paz mental de Anthony. Y Evan no iba a permitir que volviera a hacerlo.
LA DEFENSA DE LA CABAÑACuando Anthony despertó, encontró a Evan moviendo muebles, reforzando la puerta con una barra de madera y revisando las ventanas por segunda vez.
—Evan… ¿qué haces?
—Asegurando la casa.
Anthony se incorporó de golpe, con el rostro pálido.
—¿Ella…? ¿Volvió?
Evan lo abrazó antes de que el pánico creciera.
—No, no. Anthony, no pasó nada. Solo estoy tomando precauciones. Eso es todo.
Anthony respiró rápido y apoyó la frente en el pecho de Evan.
—Lo siento… estoy siendo un desastre…
Evan le sostuvo el rostro entre las manos.
—No. Estás siendo humano.
Anthony bajó la mirada, pero Evan lo obligó a mantenerla.
—Escúchame: yo estoy contigo. No estás solo. Y nunca vas a estarlo.
El rubio cerró los ojos mientras las lágrimas se acumulaban.
—Evan… estoy… muy cansado.
—Entonces apóyate en mí —susurró Evan—
Yo aguanto por los dos.
Mientras Evan salía a cortar leña detrás de la cabaña, Anthony fue al baño a lavarse la cara. Abrió la canilla. Cerró los ojos.
—Calma… calma…
Pero cuando levantó la vista. Se quedó sin aliento. En el espejo empañado había un mensaje escrito con labial blanco:
¿Te gustó mi último regalo?
Anthony sintió cómo las piernas se le aflojaban.
—No… no… no…
Retrocedió, golpeándose contra la pared. La habitación giró. El aire se volvió espeso.
Inexistente. El mensaje comenzó a desdibujarse por el vapor, pero su significado seguía clavado en su mente. Ella estuvo aquí.
Aquí. Anthony abrió la boca para gritar, pero de ella solo salió un jadeo ahogado. Evan lo encontró segundos después, sentado en el suelo del baño, encogido, temblando, con los ojos vacíos.
—Anthony… amor, mírame —Evan se arrodilló frente a él, agarrándolo por los brazos—
Respira. Tranquilo. Respira conmigo.
Anthony sacudió la cabeza.
—Ella… estuvo aquí dentro, Evan….estuvo dentro…
Evan miró el espejo. La frase ya casi no se veía. Pero la vio. Y su sangre se convirtió en acero derretido. La levantó con cuidado, lo abrazó y lo llevó a la cama mientras Anthony lloraba en silencio, con el cuerpo hecho un nudo.
—Estoy aquí —susurró Evan, acariciándole el cabello— Estoy aquí. Y no vamos a dejar que ella vuelva a entrar. Te lo prometo.
Anthony lo abrazó tan fuerte que le dolieron los brazos.
—No me dejes.
—Nunca.
EL SECRETO QUE NO PUEDE OCULTAREsa tarde, cuando Anthony ya estaba más calmado, Evan salió a buscar agua al pozo del pueblo. Necesitaba hablar con alguien. Con cualquiera que pudiera ayudarlo a entender cómo Claudia había entrado sin que nadie lo notara. Pero al llegar, se encontró con la mujer mayor que siempre les regalaba flores. La abuela Lidia. Ella lo miró con extrañeza.
—Muchacho… ¿están bien tú y el rubiecito?
Evan tragó saliva.
—Solo… un poco de estrés.
—Eso no es estrés, hijo —dijo ella con los ojos entrecerrados— Esa mirada, esa forma de caminar….Eso es miedo.
Evan bajó la voz.
—¿Ha visto a alguien extraño por el pueblo?
¿Alguna mujer… joven… elegante?
La abuela Lidia frunció el ceño.
—No. Pero…
—¿Pero qué?
Ella respiró hondo.
—Ayer vi un carruaje negro en la entrada del bosque. Muy lujoso. Demasiado lujoso para este pueblo. Y a una mujer con un abrigo blanco bajar de él.
Evan sintió un escalofrío.
—¿Un abrigo blanco…?
—Sí. Bella. Pero sus ojos…Eran fríos como la nieve. Me miró como si yo fuera menos que aire.
Claudia. Había entrado al bosque. Había rondado su casa. Y había entrado al baño. Evan sintió una oscuridad profunda instalarse en su pecho.
—Gracias, señora —dijo con la voz tensa.
—Ten cuidado, hijo —dijo ella— Algunas flores parecen hermosas hasta que uno huele lo que tienen dentro.
DE VUELTA A LA CABAÑAEvan regresó con la mente en llamas. Cuando abrió la puerta, Anthony estaba sentado en la cama con una manta sobre los hombros, el gato en su regazo como un pequeño guardián gris. Anthony levantó la mirada.
—V-volviste…
Evan dejó las cosas e inmediatamente se acercó a él, sentándose a su lado.
—Siempre vuelvo contigo.
Anthony se inclinó sobre él, apoyando la cabeza en su pecho.
—Claudia… no va a parar…
—No —susurró Evan acariciándole la espalda— Pero nosotros tampoco.
Anthony sonrió débilmente.
—Te amo.
—Y yo a ti.
Evan lo besó en la frente.
—Vamos a proteger esto, Anthony..Nuestro hogar. Nuestra vida. Nuestro amor.
Anthony lo abrazó más fuerte. Y por primera vez en mucho tiempo, su abrazo tuvo menos temblor y más fuerza. Esa noche, cuando Evan salió a apagar la vela de la sala vio algo por la ventana. Un resplandor blanco. Una silueta de mujer detenida entre los árboles.
Muy quieta.
Muy elegante.
Muy real.
Pero cuando Evan abrió la puerta para enfrentarla. La silueta ya no estaba. Solo quedó, colgando de una rama frente a la cabaña: un collar de perlas. El mismo que Anthony llevaba en cada evento aristocrático. Evan lo tomó. Y vio, enganchado en el broche, un pequeño papel.