Evan no esperó al amanecer.
Cuando vio el collar de perlas colgando en el árbol, entendió que ya no había margen, ni tiempo, ni excusas para quedarse. La cabaña su pequeño paraíso ya no era un refugio. Era una trampa. Entró a la casa con pasos veloces pero silenciosos. Anthony aún estaba sentado en la cama, abrazando la manta, con los ojos abiertos y un miedo casi infantil asomándose en ellos.
—Evan ¿Por qué tardaste?
Evan se arrodilló frente a él y tomó su rostro con ambas manos.
—Anthony, tenemos que irnos.
Ahora.
Anthony se tensó de inmediato.
—¿Ahora? ¿Por qué?
¿Ella…?
Evan respiró hondo.
—Sí. Está aquí. En el bosque. Y ya no es seguro.
Anthony no preguntó más. Simplemente asintió, tragando saliva con fuerza.
—Entonces vámonos. Quiero ir a cualquier lugar que no tenga árboles, sombras ni collares colgando.
El comentario, aunque tembloroso, tuvo un humor involuntario que le arrancó a Evan una sonrisa breve. Y luego empezó la huida.
UNA SALIDA A OSCURASEvan apagó todas las luces. Cerró puertas, ventanas. Guardó lo esencial: dinero, ropa, documentos, el gato envuelto en una manta (quien protestó con dignidad).
Anthony estaba temblando, pero se mantenía firme, decididamente cerca de Evan en cada paso.
—No me sueltes —murmuró— Por favor…
—Jamás —respondió Evan.
Salieron por la parte trasera, sin hacer ruido.
La noche estaba fría, silenciosa, densa. Evan llevaba una linterna pequeña, pero apenas la encendía: no quería ser visto. Anthony se aferraba a su brazo y al gato, respirando agitado.
—Caminemos hacia el camino viejo —dijo Evan— No por la carretera. Ella esperaría eso.
Anthony asintió.
Y así avanzaron entre los matorrales, esquivando raíces, piedras, fango. Huyendo.
Escapando de una sombra que ya no era solo una amenaza psicológica sino una presencia real, tangible, obsesionada.
EL AUTO NEGRODespués de casi una hora caminando, llegaron al viejo camino rural. Desierto. Sin luces.
—Anthony… —susurró Evan— Allí está.
Un auto viejo, cubierto de polvo, que habían visto cuando llegaron al pueblo. Evan lo había reparado en secreto hacía semanas, por si pasaba algo. Anthony lo miró con asombro.
—¿Tú lo dejaste todo planeado?
—Nunca confío en la suerte —respondió Evan, tomando el volante.
Subieron.
El motor tosió.
Luego rugió.
Evan dio marcha atrás, giró y se internó en la ruta que llevaba lejos del pueblo.
—¿Crees que nos seguirá? —preguntó Anthony, mirando por la ventanilla.
Evan no respondió..La respuesta era evidente. Sí. Claudia no iba a aceptarlo. Nunca. Pero por ahora iban ganando terreno. Anthony respiró, esta vez más profundamente. Estaban huyendo juntos.
Y eso era su fuerza.
A tres kilómetros del pueblo, Claudia llegó a la cabaña acompañada por dos hombres de traje oscuro. La nieve comenzaba a caer sobre su abrigo blanco. Apenas cruzó el umbral, vio: La manta doblada..La taza de té tibia. La cama revuelta. Y ninguna señal de ellos. Claudia se quedó muy quieta. Tan quieta que los hombres la miraron con cautela. Los ojos de ella empezaron a perder su brillo humano y a llenarse de un fuego enfermizo.
—Se fueron —murmuró en un tono helado.
Uno de los hombres habló:
—Podemos rastrearlos. El auto....
El sonido que siguió fue seco. Claudia lo había abofeteado tan fuerte que el hombre cayó de rodillas.
—NO QUIERO RASTREARLOS. QUIERO A ANTHONY.
La voz resonó en la cabaña entera. El segundo hombre retrocedió. Claudia caminó hacia la ventana rota donde había colocado el pétalo la noche anterior. Sus dedos se aferraron al marco hasta blanquearse.
—No puede irse. No puede abandonarme de nuevo. YO LO AMO. YO LO QUIERO. YO…
Se interrumpió. Respiró hondo. Con dificultad. Y luego sonrió. Una sonrisa dolida. Vacía. Violenta.
—Anthony cree que puede esconderse pero olvidó una cosa.
Sus ojos brillaron con locura.
—Conozco su miedo mejor que él mismo. Y usaré su miedo para guiarme a él.
El hombre de la mejilla hinchada tragó saliva.
—¿Cómo lo encontrará, señora?
Claudia dio un paso hacia la puerta.
—Porque Anthony no huye. Anthony se quiebra. Y cuando se quiebra busca refugio.
El hombre preguntó:
—¿En dónde?
Ella se giró lentamente, con la sonrisa más peligrosa que jamás había mostrado.
—En Evan.
EL CAMINO SIN NOMBREMientras Claudia desataba su tormenta, Evan manejaba en silencio. Sus manos firmes..Los ojos en la ruta negra.
Anthony lo observaba, abrazado al gato, intentando mantener la calma.
—¿A dónde vamos?
—A donde nadie nos conozca —respondió Evan— A donde no existan registros. A donde ni mi nombre ni el tuyo tengan peso.
Anthony respiró hondo.
—Evan si me convierto en un problema
puedes dejarme en un lugar seguro.
Evan frenó tan fuerte que Anthony tuvo que agarrarse del asiento.
—Anthony, escúchame bien —dijo con voz grave— Tú no eres un problema. Tú eres mi razón. Mi amor. Mi vida. Mi todo.
Anthony quedó inmóvil. Evan volvió a conducir.
—Y aunque me ardan los huesos, aunque el mundo entero te persiga, yo te seguiré sosteniendo.
Anthony apoyó la cabeza en su hombro.
—Evan gracias.
LA RUTA QUE SE PIERDELa carretera se hacía más oscura, más estrecha, más desconocida. El mundo parecía desvanecerse. Y cuando el reloj marcó las tres de la madrugada Evan vio un desvío sin señalizar. Un camino sin nombre. Un camino que se perdía entre montañas y niebla.
—Vamos por ahí —dijo.
Anthony asintió. Evan tomó el desvío. Las ruedas crujieron. La niebla los tragó. El bosque los envolvió. Se estaban alejando. Por fin. Mientras el auto avanzaba lentamente por el camino sin nombre, Anthony se giró hacia atrás para asegurarse de que nadie los siguiera.