La figura blanca en la montaña apenas había dado dos pasos más cuando una explosión de luces metálicas iluminó la ladera. Anthony dormía profundamente, pero Evan, desde el balcón, observó la escena con el corazón golpeando contra sus costillas. No entendía qué estaba viendo. Era como si el cielo se hubiese abierto y la montaña respondiera.
—¿Qué… demonios…?
Una nave. Una aeronave plateada, silenciosa, con tecnología que Eldermoon jamás había mostrado. Demasiado avanzada. Demasiado limpia. Demasiado fría. Aterrizó sin sonido sobre la roca. De ella bajaron tres figuras de traje negro y cascos brillantes, como soldados de un futuro que el resto del mundo aún no conocía.
Claudia, en su abrigo blanco, gritó algo.
Sus movimientos eran frenéticos, desesperados. Pero los hombres no la escucharon. Uno la tomó del brazo. Otro la sujetó por la cintura. El tercero le aplicó una inyección en el cuello. Claudia cayó de rodillas.
—¡NO! ¡SUÉLTENME! ¡ANTHONY! ¡A-ANTHONY! —chilló, casi sin voz.
Su grito resonó en la montaña. Evan apretó los dientes, paralizado, observando desde kilómetros de distancia como si estuviera frente a él. Los hombres la levantaron como si fuera un objeto roto. Claudia pataleó, arañó, mordió, lloró. Su cabello blanco flotó como un velo enfermo.
—¡¡NO QUIERO IRME!! ¡¡ÉL ES MÍO!! ¡¡MÍO!!
Pero sus gritos se perdieron cuando su padre bajó de la nave. El patriarca Marchand.
Un hombre alto, severo, con ojos helados que podían contener o destruir imperios.
—Se acabó, Claudia —dijo con voz grave—
Has deshonrado nuestro nombre. Has cruzado límites. Has humillado a nuestra familia.
Claudia lloraba con una rabia que quemaba.
—¡Ellos… LO ENVOLVIERON! ¡ESE NEGRO SE LO LLEVÓ! ¡ME LO ROBÓ! ¡PADRE, ME LO ROBÓ!
Pero su padre no parpadeó.
—Anthony Beaumont jamás fue tuyo. Y tú jamás debiste olvidar quién eres. Y lo que vales.
Hizo un gesto. Los hombres la arrastraron hacia la nave.bClaudia arañó la tierra, gritó hasta desgarrarse la garganta.
—¡¡NOOOOO!! ¡¡ANTHONY ES MÍO!! ¡¡MI VIDA ES ÉL!! ¡¡DÉJENME!! ¡¡DÉJENME IR!!
Pero nadie la escuchó. Ni la montaña. Ni el cielo. Ni el padre que jamás la había amado. Una compuerta se cerró. La nave elevó sus motores en silencio. Y Claudia desapareció del valle como si nunca hubiera existido.
UN MUNDO DISTINTO AL RESTOLa nave cruzó el cielo y dejó atrás las montañas que rodeaban Eldermoon. El destino era el país secreto de los Marchand, un territorio que pocas naciones sabían que existía: Adamas, un lugar discriminador, elitista, hipertecnológico, estructurado por castas y sangre. Un lugar donde Claudia nunca debió haber salido. Un país donde la ciencia mandaba y los sentimientos se reprimían.
Claudia fue arrastrada por un pasillo metálico, sus gritos resonando entre paredes frías.
—¡USTEDES NO ENTIENDEN! ¡¡ÉL ES MÍO!!
¡¡LO AMO!! ¡¡DEJENME VOLVER!!
Pero sus padres no respondieron. La arrojaron dentro de una habitación alta, esterilizada, sin ventanas.
—A partir de hoy —dijo su madre, firme, dura, cruel — no puedes salir jamás sin supervisión. Eres una amenaza para ti y para otros.
Claudia golpeó la puerta.
—¡¡NO PUEDEN HACERME ESTO!!
—Podemos —dijo su padre— Y lo haremos.
Se cerró con un chasquido metálico. La voz de su madre se escuchó detrás del vidrio blindado.
—Pero antes de irnos ya tomamos nuestras precauciones.
Claudia dejó de gritar. Se pegó al vidrio.
—¿Qué hicieron?
Su padre respondió con frialdad quirúrgica:
—Dejamos a alguien atrás.
Claudia abrió los ojos como si hubiera visto un dios oscuro.
—¿Quién?
—Un hombre perfecto para infiltrarse en ese pueblo. Bellísimo. Respetuoso. Educado.
Silencioso. Sin ataduras. Sin identidad pública. Y con una misión clara:
Ganarse la confianza de Eldermoon.
Acercarse a Anthony Beaumont. Y matarlo sin dejar rastro.
Claudia dio una sonrisa lenta, retorcida.
Rotísima.
—Entonces todo está bien.
Sus padres la observaron con desaprobación.
—Cuidadores, asegúrenla —ordenó su padre.
Dos asistentes entraron. Le sujetaron las muñecas. Le colocaron una banda metálica alrededor del cuello.
—Desde ahora —dijo su madre— no podrás salir del edificio ni comunicarte con nadie.
La banda emitió un sonido. Claudia cerró los ojos, respirando hondo. Su sonrisa se ensanchó.
—Pero él morirá… ¿no?
—Sí —respondió su padre— Y nadie sospechará jamás.
ELDERMOON: LA SERPIENTE ENTRA SIN SER VISTAMientras tanto, en Eldermoon un nuevo habitante llegó por el camino de piedra. Alto.
Elegante. Cálido. De voz suave. Llevaba una maleta pequeña. Un abrigo beige. Ojos color miel. Sonrisa tranquila. Lucien lo recibió en persona.
—Bienvenido, viajero. ¿Buscas refugio?
El hombre sonrió con una dulzura perfecta.
—Sí —respondió— Busco un lugar donde ser aceptado. Donde amar sin miedo.
Lucien puso una mano en su hombro.
—Entonces, Eldermoon es tu nuevo hogar.
El hombre bajó la mirada con gratitud.
—Gracias. Mi nombre es Elian.
Lucien no sospechó nada. Nadie lo haría. Y mientras Anthony y Evan dormían abrazados por primera vez sin miedo, .Elian caminó por el sendero de flores azules. Cada paso suyo era suave. Educado. Sereno. Y bajo esa serenidad había una orden clara en su mente:
Mátalo. Mátalo cuando menos se lo espere.
Mata a Anthony Beaumont.
Esa noche, Elian se detuvo frente a la casa de Anthony y Evan. Observó la luz tenue saliendo por la ventana. Sonrió. Y susurró:
—Buenas noches, Anthony.
Dio media vuelta. Y se mezcló con las sombras de Eldermoon como una serpiente escondida entre rosas.