Las mañanas en esa cabaña húmeda, pequeña, con filtraciones en el techo se habían vuelto la rutina más dulce para Anthony y Evan. Anthony preparaba té, Evan lo abrazaba por detrás, Kael dibujaba en su cuaderno, y Aurelian con la boca llena de pan preguntaba por qué el té sabía a libro mojado. Pero pese a todo había paz. Anthony sabía aunque no lo dijera que esta era la única vida que alguna vez eligió libremente.
—Aquí —susurró a Evan una noche— no soy heredero. No soy político. No soy prisionero. Soy… tuyo.
Evan lo besó con lentitud, como quien agradece con el cuerpo una verdad que no se puede pronunciar en palabras.
—Y yo —dijo— soy hogar solo porque estás en él.
Aurelian lloró en silencio desde el pasillo. Telepatía involuntaria.
Lo siento, papá escuché eso.
Anthony se palmó la cara.
—Necesito paredes que no transmitan emociones.
Y así nació la decisión.
LA DECISIÓN QUE CAMBIÓ TODOEsa madrugada, Anthony revisó cuentas. Su imperio aristocrático que antes había significado jaulas, cadenas y vergüenza ahora era una herramienta.
—Voy a usarlo —dijo— para algo que nunca tuve:
un hogar digno.
Evan, medio dormido, murmuró:
—Si compras más tazas, Aurelian las va a hacer flotar igual.
—No hablo de tazas —respondió Anthony— hablo de esto.
Y deslizó sobre la mesa un diseño arquitectónico holográfico. Una cabaña convertida en mansión. No una de ostentación vacía. Una con luz natural, biblioteca inmensa, taller de arte para Kael, sala sensorial para Aurelian, y un dormitorio que fuera un santuario para dos hombres que habían sobrevivido al mundo. Evan lo miró y sonrió.
—Construyamos.
LA TRANSFORMACIÓNEl pueblo despertó con el sonido más extraño que sus oídos habrían escuchado:
¡ZUUUUUM!
¡FSSSHHHH!
¡VRRRRRMMMM!
Hombres salieron de sus casas en bata. Niñas dejaron caer galletas. Ancianas se persignaron aunque no tuvieran religión.
—¿Qué demonios? —dijo uno.
Y donde había una cabaña marrón, con una puerta torcida,
empezó a levantarse una estructura gigantesca de paredes blancas, columnas de mármol, balcones dorados
y ventanales de cien metros cuadrados que brillaban como si hubieran nacido del sol. Un niño gritó:
—¡Se están mudando los reyes!
Otro:
—¡No! ¡Se mudó el cielo!
La anciana del pueblo murmuró:
—O los muertos salieron ricos.
Aurelian, emocionado, saltaba:
—¡Nuestra casa está creciendo! ¡ES UN POKÉMON!
Kael, serio, cruzado de brazos:
—Ojalá tenga puertas para esconderme de la sociedad.
Anthony, al lado de Evan, simplemente dijo:
—Hogar.
REACCIONES DEL PUEBLO — COMEDIA COLECTIVAA media tarde, la mansión ya estaba terminada. Tres pisos, jardines, piscina, observatorio astronómico, y por pedido de Evan, un balcón para besos privados con vista al atardecer. El pueblo entero se reunió frente a la reja automática recién instalada. Uno preguntó:
—¿Aceptan visitas?
Otro:
—¿Se puede pedir azúcar?
La anciana gritó:
—¡DEVUÉLVANME MI CABAÑA QUE SÉ DÓNDE COMER!
Anthony salió, educadísimo, elegante, impecable:
—Buenas tardes. Es solo nuestra casa.
Silencio. Luego la niña del moño violeta alzó la mano:
—¿Podemos jugar en tu mansión?
Kael, detrás de Anthony, gritó:
—¡NO!
Aurelian lo empujó suavemente y añadió:
—Después… tal vez.
Los niños empezaron a saltar. Las ancianas empezaron a especular. Los adultos comenzaron a rumorear…
—Son ricos.
—Nadie sabía.
—¿Qué hacen en un pueblo así?
—¿Por qué no están en una gran ciudad?
Kael murmuró:
—Porque aquí nos dejan ser personas y no marionetas de los demás.
Anthony escuchó. Y supo que jamás había tomado una mejor decisión.
AMOR DE PADRES — Y VIDA NUEVAEsa noche, la casa olía a madera nueva y promesas. Aurelian corría por el pasillo:
—¡Hay SOFÁS! ¡Hay ALMOHADAS! ¡Hay UNA BAÑERA DONDE CABE UN VOLCÁN!
Kael, con ojos brillantes sin admitirlo:
—Hay un estudio para dibujar. Con ventanas. Y luz.
Para mí.
Anthony lo abrazó desde atrás.
—Te lo mereces.
Kael no lloró..Pero el lápiz en su mano tembló. Evan abrazó a Anthony, apoyando su frente en la suya.
—¿Sabes qué es esto?
—¿Qué? —preguntó Anthony.
—Una vida sin permiso.
Anthony cerró los ojos.
—Y por fin la estamos viviendo.
Esa madrugada, Anthony salió al balcón. Aurelian dormía.
Kael también. Evan respiraba tranquilo en la cama.
Y Anthony, mirando la luna, dijo:
—Gracias por quedarte cuando yo no sabía quedarme conmigo mismo.
Evan, desde la cama, respondió:
—Y gracias por darme una vida que nunca soñé.
—¿Cómo estás escuchando?
—Telepatía de marido —murmuró Evan.
Anthony sonrió. La mansión no era símbolo de poder. Era símbolo de amor sobreviviente. Por primera vez no estaban a salvo por muros. Sino porque se tenían.