Amantes de Cristal

El Regreso del Último Valemont

La mañana era tranquila en la cabaña convertida en mansión: Evan horneaba pan, Aurelian hacía que las plantas bailaran como juego matinal, Kael dibujaba en silencio, y Anthony respiraba una paz que jamás conoció de niño.

Hasta que alguien golpeó la puerta. No fue un toque normal. Fue un golpe que sonaba a sentencia. Anthony abrió. En el umbral, un hombre de traje gris rígido voz fría, olor a dinero viejo se inclinó solo lo justo:

—Lord Valemont. Vengo en nombre del Consejo. Administrativo de su imperio.

Kael retrocedió. Aurelian sintió un escalofrío. Evan apareció de inmediato junto a Anthony, como un escudo. El abogado habló, indiferente como una lápida:

—Su ausencia prolongada está perjudicando la estabilidad de la fortuna Valemont. Y la aristocracia exige algo más: su heredero debe ser presentado públicamente.

Sus ojos se clavaron en Aurelian. Anthony se tensó.

—Él no es una pieza de exhibición —escupió Evan.

El abogado continuó sin mirarlo siquiera:

—Si no vuelve a la ciudad dentro de 72 horas y presenta a su hijo el imperio Valemont pasará a control estatal. Y usted, Anthony, será declarado en abandono legal de título.

Las manos de Anthony temblaron..No por miedo. Por memoria. Y obedeció. Tal como lo había hecho toda su vida antes de Evan.

—Me voy —dijo— Tengo que resolverlo.

Evan solo murmuró:

—Anthony no vuelvas a esa prisión.

Pero él ya estaba saliendo..Con los ojos apagados como antaño.

La puerta de la antigua mansión Valemont se abrió sola, como si lo hubiera esperado décadas. El mármol blanco, los candelabros fríos, la sombra del niño que Anthony fue todo seguía allí. Y también los hombres que ejecutaron los caprichos de su padre mientras vivía:

—Bienvenido, lord Valemont. Lo asesoraremos sobre qué debe decir, cómo debe comportarse y cómo presentará al heredero…

Anthony levantó la mano.

—No van a decirme nada. No otra vez.

Y colocó un documento sellado sobre la mesa. El nuevo sello Valemont, firmado por él.

—Todos ustedes están despedidos —dijo, sin elevar la voz.

Silencio. Estupor. Los abogados que temían a su padre más que a Dios.no entendían cómo el niño sometido había crecido tanto. Anthony los miró con una calma que quemaba.

—Mi padre está muerto. Su voz murió con él. El apellido Valemont ahora responde a mí. Y mi decisión es jamás volver a obedecer sin amor.

Los hombres se retiraron en silencio, derrotados. Anthony caminó por la mansión, rozó una pared y recordó golpes.nLlanto sin testigos. Silencios obligados.

—Nunca más —susurró.

Y salió de esa casa como quien escapa de un cadáver.

La noche cubría el pueblo cuando una silueta apareció frente a la nueva mansión. Aurelian y Kael esperaban en la ventana. Evan estaba de pie en la sala una estatua de temor y amor mezclado. La puerta se abrió.nAnthony entró. Aurelian se lanzó hacia él, abrazándolo con fuerza suficiente para hacer vibrar la lámpara.

—Papá… volviste…

Kael, intentando parecer mayor, dijo con voz seria:

—Ya estaba pensando tomar tu cuarto.

Evan no habló. Se acercó. Tomó su rostro. Y lo besó como quien recupera aire tras casi ahogarse. Anthony tembló.

—Me despedí del pasado —susurró— para poder vivir un presente que yo elegí.

Evan apoyó su frente en la suya.

—Bienvenido a casa, Valemont. A la casa que te pertenece en el alma, no en los papeles.

Anthony sonrió y por primera vez en años lloró sin miedo. Detrás de Anthony entraron varias personas: cocineros, jardineros, personal de limpieza hombres humildes con ojos sorprendidos. Anthony anunció:

—No servirán como esclavos..Serán parte del hogar. Y este hogar será digno de todos nosotros.

Había cambiado. Definitivamente. Esa noche, se sentaron los cuatro. Pan quemado por Evan, postre perfecto del chef contratado, risas desordenadas, y Kael dibujándolo todo para recordarlo siempre. Anthony tomó la mano de Evan bajo la mesa.

—Nunca me fui de verdad. Solo necesitaba volver siendo libre.

Evan apretó sus dedos.

—Mientras regreses a nosotros, lord Valemont.nada se pierde.

La mansión respiró. Sí, respiró. Como un ser vivo que al fin tenía alma.




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