—¡Aurelian! —Evan gritó desde su habitación— ¿¡Por qué hay un león rugiendo a las seis de la mañana!?
Aurelian apareció en el pasillo, despeinado, aún con pijama, pero sonriendo con esa inocencia que podía convencer a un ejército entero:
—Papá, ¡así entrenan los millonarios! Hay que despertar con energía o dormirse para siempre.
Kael salió detrás de él arrastrando los pies, cara de pocos amigos:
—Yo preferiría dormirme para siempre.
Anthony abrió la puerta de su habitación con calma elegante hasta que otro rugido estremeció las paredes.
—Muy bien —dijo Anthony, suave y frío— Aurelian, desactiva el rugido antes de que convierta esta casa en una jungla.
Aurelian levantó la mano. Chasqueó los dedos.
—Fssssh. Silencio instantáneo.
Kael lo miró con enojo y admiración a la vez:
—Ojalá pudiera chasquear y borrar la escuela de la existencia.
Aurelian le palmeó el hombro.
—Hermano, si tuviera ese poder, lo habría usado ayer.
En la cocina, tres cocineros y dos ayudantes del servicio doméstico estaban paralizados mirando la mesa del desayuno. La noche anterior les habían dado instrucciones. Lo que NO esperaban era un desayuno así:
—Dos chocolates calientes —para los niños—
—Café puro como lava —para Anthony—
—Pan casero con forma de corazones —para Evan
—Y un plato lleno de gomitas rojas— pedido por Aurelian, aprobado por Evan y desaprobado silenciosamente por Anthony.
Aurelian se trepó a la silla y aplaudió:
—¡Sirvientes! ¡Hoy les enseñaré cómo funciona esta familia!
El jefe de cocina tragó saliva.
—¿C-cómo, joven lord?
Aurelian tomó una gomita, la levantó como si fuese un diamante y anunció:
—En esta casa el amor manda. La risa gobierna. Y mi papá Anthony siempre tiene la última palabra. Excepto cuando mi papá Evan dice no. Porque ahí no gobierna nadie.
Kael que apenas toleraba a la humanidad en general murmuró:
—Y yo…. yo solo existo.
Uno de los cocineros, confundido, preguntó:
—¿Y nosotros… qué somos?
Evan respondió con firmeza y ternura:
—Hombres con nombre. No cosas. Van a vivir aquí como trabajadores dignos, no siervos.
Anthony añadió:
—Pero si desean postre extra… deberán sobrevivir al rugido matinal.
Los cocineros palidecieron. Aurelian levantó su mano como un rey anunciando decreto:
—El rugido es NO negociable.
Mientras tanto, al otro lado del pueblo, una anciana en bata observaba por la ventana:
—Norma, ¡corre! ¡Anthony Valemont construyó un castillo!
—¿Y qué hace un castillo aquí? ¡Esto es pueblo rural! ¡Aquí solo hay vacas y panaderías!
—Y ahora también un millonario con dos hijos con poderes que hacen flotar cubiertos —dijo un niño, muy serio.
Los rumores crecían como fuego:
“El hombre rico volvió”
“El modelo de piel oscura tiene esclavos”
“El niño rubio brilla cuando duerme”
“Uno de los niños habla con las lámparas”
Lo peor fue cuando alguien dijo:
—¿Viste a Evan? ¡Es tan guapo que da ganas de confesar pecados!
Y la iglesia del pueblo registró su récord de visitas ese día.
Mientras el pueblo deliraba, el verdadero caos estaba dentro: Aurelian y Kael habían decidido "mejorar la mansión". Con poderes.
—Si hago que las paredes cambien de color con el estado de ánimo de papá…—Aurelian razonó— Podremos saber si está triste antes de que diga “estoy bien”.
Kael levantó una ceja.
—¿Y eso no es invasión mental?
Aurelian lo pensó dos segundos.
—Sí. Pero con amor.
Kael suspiró y lo ayudó.
Resultado: Cuando Anthony entró al living, las paredes se volvieron azul rey solemne. Cuando Evan lo abrazó por detrás… viraron a rosa. Los cocineros miraron aterrorizados.
—Señor Evan su amor cambia el color de las paredes.
Evan sonrió orgulloso:
—Como debe ser.
Esa noche, cuando los niños ya dormían, Anthony y Evan se quedaron en el jardín mirando la luna.
—Pensé que había perdido todo —susurró Anthony—.Mi hogar, mi nombre, mi fuerza.
Evan lo tomó del rostro, suave.
—Anthony tú eres hogar. Nosotros solo entramos.
Anthony respiró. El viento movió los árboles como si los escuchara. Y por primera vez, en años, dijo sin miedo:
—Estoy feliz.
Desde la ventana del cuarto, Aurelian, despierto, lo escuchó y sonrió.
—Mañana —susurró— haré que las paredes canten.
Kael, medio dormido:
—…por favor no.