Amantes de Cristal

El Aristócrata, el Telepata y la Mansión Que Muerde

Al amanecer, Anthony Valemont se vistió como solo un aristócrata puede hacerlo cuando planea destruir a alguien legalmente:

Traje negro. Guantes blancos. Mirada que podría helar un volcán. Entró al despacho recién instalado en la mansión, levantó el teléfono.y llamó a la Asociación Legal Valemont, esa misma que había reemplazado a los abogados de su padre.

—Aquí Anthony Valemont —dijo, helado—
Deseo interponer una orden de prohibición territorial absoluta a nombre de Nathaniel Hale.

El abogado casi se cae de la silla al escuchar el apellido.

—El señor Hale es un telepata registrado. La ley no suele…

Anthony cortó.

—Entonces cambie la ley.

Media hora después, una motocicleta legalista avanzaba entre las calles del pueblo. A las once de la mañana, Nathaniel recibió una notificación oficial clavada en la tierra frente a él:

"Por orden del Imperio Valemont:
Nunca podrá acercarse a la Mansión ni contactar a Kael Valemont.
Transgresión = prisión perpetua."

Nathaniel leyó. Sonrió. Y habló al viento con ironía amarga:

—¿Ah es así? Un niño para mí, no por sangre
sino por destino.

Su sonrisa se evaporó..Algo oscuro se despertó en él.

Al caer la tarde, el pueblo entero comenzó a sentirlo. Los hombres de la plaza discutían y de repente dejaban de recordar de qué hablaban.

Los almacenes cerraban sin motivo..El carnicero lloraba cortando carne, sin saber por qué..Los perros ladraban al aire. Nathaniel no tocó a nadie..Solo insertó ideas. Susurros en la mente de los vecinos:

“Esa familia es peligrosa.”
“Los niños no son naturales.”
“No pertenecen aquí.”

Anthony escuchó comentarios desde la puerta de casa:

—Dicen que el rubio usa magia para mantenernos callados…
—Dicen que los niños pueden robar pensamientos…
—Dicen que si los miras te conviertes en algo menos humano…

Evan sintió cómo esa tensión le perforaba la espalda. Kael se volvió más silencioso. Aurelian dejó de cantar al caminar..Ellos mismos empezaban a encogerse.

Una noche, Anthony encontró a Evan en la sala central. Sentado solo. Las manos apoyadas en el piso.

—Voy a asegurar esto —dijo Evan sin mirarlo— Por ti. Por ellos.

Anthony entendió. No intentó detenerlo. El poder el viejo, ese que había creído muerto regresó. Desde su mente, extendió una orden:

Nadie entra si no ama a los que viven aquí.

La mansión respondió como criatura viva.

Las paredes se volvieron gris hierro,.el piso negro obsidiana, y el techo azul profundo..Un triángulo perfecto: miedo, muerte, cielo. Desde afuera, la casa ya no era hogar.
Era fortaleza.

DÍA 1 — El panadero intentó dejar pan en la puerta.
La puerta lo escupió. Literalmente..Un chorro de agua lo lanzó cinco metros.

—¡¡AGUA MALDITA!! —gritó.

DÍA 2 — El cura del pueblo quiso bendecir el jardín.
El jardín levantó el rociador automático…
y lo mojó durante diez minutos en forma de cruz. Los niños del pueblo aplaudieron.

DÍA 3 — El carnicero quiso acercarse para pedir explicaciones.
El portón rechinó se abrió y le arrojó una gallina viva, como bofetada simbólica.

Desde la ventana, Aurelian gritó:

—¡¡ESA GALLINA NO ES NUESTRA!! ¡SE LA ROBÓ DEL MERCADO!

DÍA 4 — Un hombre quiso grabar un video con el celular.
Su móvil se apagó. Se reinició. Y apareció un mensaje en pantalla: NO. El hombre huyó llorando.

El pueblo esperaba explicaciones. Disculpas.
Diplomacia. En cambio, recibieron esto Anthony y Evan en el balcón, tomados de la mano, mirando a los habitantes con expresiones de mármol.

Sin una palabra.
Sin una sonrisa.
Sin miedo.

Era la primera vez que el pueblo comprendía:
ellos no necesitaban ser aceptados. Era el pueblo quien dependía de que ellos no los destruyeran por error. Esa noche, Nathaniel, en la distancia, vio la fortaleza gris y murmuró:

—Muy bien, pequeño Kael serás defendido por amor. Eso te hará débil.

Mientras tanto, dentro. Kael soñaba con una voz tocando la puerta de su mente:

Yo soy tu origen. Tu poder no nació aquí. Y vendré por ti cuando duermas.

Kael despertó jadeando. Aurelian, medio dormido, lo abrazó:

—No vas a irte a ninguna parte. No sin mí.

En el pasillo, Evan y Anthony escuchaban. Y ambos supieron: Nathaniel aún no había empezado.




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