Amaris

capítulo uno.

Amaris

Mientras me iba informando y bajando la ventanilla del nuevo coche de mi padre para saludarlo, no podía dejar de pensar en lo que me depararía el día siguiente al visitar el cementerio en busca de la tumba de sus padres biológicos. Amaris lloraba, decía, extrañamos a tantos padres, la miraba.

A la izquierda de la señora millonaria, ésta que esperaba, te pregunto por ella.

¿Está bien? Regresó a casa para afrontar el siguiente año infernal que le esperaba.

Aún no podía evitar preguntarme cómo habíamos terminado así, abandonando nuestro hogar para cruzar otro país hasta Argentina.

Habían pasado tres meses desde que recibí la fatal noticia, la misma que cambiaría mi vida. Para mi padre adoptivo que se casó con Amber, la misma que sentí ganas de llorar por primera vez esa noche, la misma que logró hacerme rogar y despotricar como una niña de cinco años.

Años en lugar de diecisiete.

Pero ¿Qué podía hacer allí? No era mayor de edad, me faltaban once meses, una semana y cuarenta y nueve días para cumplir los dieciocho, y me faltaban once meses, tres semanas y ciento cuarenta días para poder ir a la universidad, para ser pediatra, lejos de un padre adoptivo como mi desconocido que sólo pensaba en sí mismo, lejos de esos desconocidos. ¿Con quién tendría que vivir, porque a partir de ahora tendría que compartir mi vida con dos desconocidos y dos chicas?

"¿Puedes dejar de hacer eso pronto? Me estás poniendo nerviosa", me preguntó mi madre adoptiva, mientras ponía las llaves en el contacto y arrancaba el coche.

"Muchas cosas que haces me ponen nerviosa, y tengo que soportarlo", le respondí con rudeza. El suspiro que salió como respuesta se había convertido en algo extraño y rutinario que ni siquiera me sorprendió.

Pero ¿Cómo podía obligarme? ¿Acaso no le importaba más el hecho de que hubiera tenido un accidente de tráfico con mis padres biológicos que mis sentimientos? —Claro —me había contestado mi madre mientras nos alejábamos en coche de mi ciudad favorita. Hacía cuatro años que mi madre y su padre adoptivo se habían separado; y no de una forma violenta, ni convencional, ni agradable: había sido un divorcio traumático e infiel, pero al final lo había superado... o al menos lo seguía intentando.

Me costó mucho adaptarme a los cambios, me desanimaba estar con desconocidos; no soy muy tímida, pero hacerlo aquí, muy reservada con mi vida privada por tener que compartir mis veinticuatro horas del día con dos personas a las que apenas conocía, me creó una incapacidad y una ansiedad que me hacían querer bajar del coche y vomitar.

—Todavía no entiendo por qué no me dejas quedarme —le dije, intentando convencerla por enésima vez. No creo que el matrimonio sea para esa millonaria, yo no soy una niña, puedo cuidarme mucho sola... Además, el año que viene estará en la universidad y, al final, vivirá sola... es lo mismo –con la idea de hacerle entrar en razón y que supiera que era verdad.

-Nena, sé que no me voy a perder tu último año de universidad, quiero disfrutarlo con mi hija antes de que te vayas a estudiar al extranjero; Amaris, ya te lo he dicho mil veces: sé parte de tu nueva familia, eres una hija como su única hija... ¡Por Dios! ¿De verdad crees que te voy a dejar vivir en otro país sin ningún adulto y tan lejos de donde estoy yo? –me respondió sin apartar la vista de la carretera y agitando su mano derecha.

Mi padre no entendía lo duro que era todo esto para mí. Ella estaba empezando su nueva vida con su nueva esposa que supuestamente la amaba, pero ¿y yo?

-No lo entiendes, padre. ¿No te has parado a pensar que este también es mi último año de graduación? ¿Qué tengo a todos mis amigos, a mi novio, a mi trabajo, a mi equipo allí...? ¡Toda mi vida, padre! - grité, intentando contener las lágrimas. Esas situaciones me afectaban, eso estaba muy claro. Yo nunca, y repito, nunca, lloré delante de nadie. Llorar es para personas débiles, para aquellas que no saben controlar sus sentimientos o, en mi caso, para aquellas que han llorado a lo largo de su vida y han decidido no derramar ni una lágrima más.

Esos pensamientos me hicieron recordar el comienzo de toda aquella locura. Me arrepentía una y otra vez de no haber acompañado a mi padre en aquel maldito crucero a la costa rica, porque fue allí, en el barco en medio del Pacífico Sur, donde había conocido a la increíble y enigmática Ámbar Marroquín.

Si pudiera retroceder en el tiempo hasta lo que sabía hoy, no dudaría ni un momento en decirle que sí a mi madre cuando apareció a finales de enero con billetes para irse de vacaciones. Había sido un regalo de su mejor madre, Ana. La pobre chica había sufrido un accidente de coche y dijo feliz:

- ¿Qué? - Y se había roto la pierna derecha, un abrazo, dos costillas. Obviamente, no podía ir a esas islas con su marido y por eso se lo regaló a mi madre. Pero a ver... ¿finales de enero? En aquel momento yo estaba en los exámenes finales y metida de lleno en los partidos de baile. Mi equipo había quedado primero después de estar en segundo lugar desde que tenía memoria: había sido una de las mayores alegrías de mi vida. Sin embargo, ahora volviendo a mirar a la señora millonaria, ella es muy joven, me parece que estoy viendo las consecuencias de no haber ido a ese viaje, devolvería el trofeo, dejaría el equipo y no me hubiera importado reprobar inglés, literatura, con tal de no permitir que se realizara la boda.

¡Casarse en un barco! ¡Mi padre estaba completamente loco! Además, se casó sin decirme absolutamente nada, me enteré apenas llegó, y encima me lo dijo con tanta tranquilidad como si casarse con una millonaria en medio del océano fuera lo más normal del mundo... toda la situación era tan surrealista y, encima, quería mudarse a una mansión en Buenos Aires, Argentina. ¡Ni siquiera era mi país! Nací en Miami, aunque mi familia nació en España y mi padre adoptivo en Argentina, y me gustaba mucho, era todo lo que conocía...




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