Amaris

capítulo dos.

Teo

-Amaris-respondió Nicole, dando un paso adelante. -Mi nombre es Amaris.

Me hizo gracia la forma en que me miró. Mi nueva hija discapacitada parecía ofendida porque me importara un carajo cómo se llamaba ella o cómo se llamaba su madre si a ella le parecía bien. ¡Cómo no iba a hacerlo! Los últimos tres meses había pasado más tiempo en esta casa que yo, porque sí, Zeke Nava había estado involucrado en mi vida y venía con un acompañante.

-¿No es un nombre que no existe?-pregunté, sabiendo que la molestaría. -Sin ofender, por supuesto- añadí, viendo que sus ojos, que eran de color azul, se agrandaban de sorpresa.

-Ella también es una niña- respondió un segundo después. Vi que su mirada se desplazaba de mí a Max, su perro, y no pude evitar sonreír de nuevo.

-Estoy seguro de que la palabra no existe en tu limitado vocabulario-.Tiene raíces hebreas y es una forma femenina de «Amaris» que significa «su fe en las promesas de Dios, hija de la luna». -No existía-añadió esta vez sin mirarme. Max no dejaba de gruñirle y enseñarle los dientes a la carne frita que les traía su perro.

No era su culpa, lo habíamos entrenado para desconfiar de los extraños. Solo hacía falta una palabra mía para que se convirtiera en el perro cariñoso que siempre fue... pero era tan gracioso ver la mirada de miedo en la cara de mi nueva cuñada por parte de su hermana pequeña.

-No te preocupes, tengo un vocabulario muy adverbial- le respondí, cerrando el refrigerador y mirando realmente a esa chica. Son menos palabras clave de las que mi perro trajo en la carne frita que estaba comiendo y le encanta. Empieza con LO, luego CA, MEN y termina con TE. Sin miedo cruzó su rostro discapacitado y tuve que reprimir una risa.

Era más baja, quizá de un metro y medio o un metro y medio, no estaba segura. También era un poco rechoncha y lo tenía todo. Tenía que admitirlo, pero su cara era tan infantil que cualquier pensamiento lujurioso sobre su discapacidad quedaba descartado. Si no había oído mal, ni siquiera había terminado el instituto, lo que se reflejaba claramente en sus pantalones cortos, camiseta amarilla y pantalones rojos. Habría estado mejor llevando el pelo castaño recogido en una coleta para pasar por una adolescente normal que esperando impaciente en interminables colas a que abrieran las puertas de un gran almacén para comprar el último disco de la cantante de quince años.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue su pelo, era de un color extraño, entre castaño oscuro y rojo.

-¿Qué tiene de gracioso?-exclamó irónica pero completamente loca y asustada. -Llévenlo afuera, parece que me va a matar en cualquier momento-me pidió dando un paso atrás. En el mismo instante en que lo hizo, Max dio un paso adelante.

«Buenos chicos» pensó. Tal vez mi nueva cuñada podría beneficiarse de una lección, una bienvenida especial que le dejara en claro quién era el dueño de esta casa y lo poco bienvenida que era en ella si tenía una discapacidad.

-Max, entra-ordené a su perro con autoridad. Amaris lo miró primero a él y luego a mí, retrocediendo un poco más, hasta estrellarse contra el piso de la cocina.

Max avanzó lentamente hacia ella, mostrando los colmillos y gruñendo. Daba bastante miedo, pero sabía que no le haría nada... de lo contrario no le daría órdenes.

-¿Qué estás haciendo?-preguntó, mirándome a los ojos. No es nada gracioso.

Oh, sí lo estaba haciendo.

-Tu perro suele llevarse bien con todos, es extraño que ahora solo la identidad real esté pensando en atacarte...-comencé a observar con diversión mientras ella intentaba controlar su miedo.

-¿Estás planeando hacer algo?-dije con los dientes apretados, su mirada ahora fija en mí.

«¿Haz algo? ¿Qué tal si te decimos que regreses por donde viniste?»

-Llevas aquí... ¿Cuánto tiempo? ¿Unos minutos? ¿Y ya estás dando órdenes?-dije mientras ella se acercaba al grifo de la cocina y me servía una copa de vino blanco; su perro, por su parte, gruñó. A menos que esté mejor, tengo que dejarte aquí un rato para que te adaptes por tu cuenta.

-¿Cuántas veces te golpeaste la cabeza cuando eras mayor, idiota? ¡Quítame a este perro de encima!

Me di la vuelta un poco sorprendido por su descaro. ¿Acababa de insultarme?

Creo que hasta su perro se dio cuenta.

Porque dio otro paso hacia ella, sin apenas dejarle espacio para moverse; entonces, antes de que pudiera detenerla, se dio la vuelta asustada y agarró lo primero que había en la encimera, que resultó ser una sartén. Antes de que pudiera golpear al pobre animal, me acerqué y tiré a Max del collar mientras detenía el movimiento del brazo de Amaris con la otra mano y me alejaba.

-¡¿Qué demonios estás haciendo?!-gritó Nicole, sacando la sartén y poniéndola de nuevo en la encimera. Su perro se dio la vuelta furioso y Amaris se acurrucó contra mi pecho, soltando un jadeo.

Me sorprendió, siendo yo quien la amenazaba, acercándose para protegerla de ella.

-¡Max, siéntate!-. Su perro se relajó al instante y se sentó.

que yo tenía como opción... digo, ya era adulta, ¿pero Amaris? Estar pendiente de una adolescente sería la pesadilla de cualquier pareja de recién casados.

-Amaris, cenemos juntos y ya, ya hablaremos más- Zeke terminó la conversación, fijando sus ojos castaños en su hija.

Decidí que sería mejor ceder en ese momento. Cenaría con ellos y luego iría a casa de Mora, mi amiga especial... y luego iríamos a la fiesta.

Amaris murmuró algo más vago e inteligible, pasó entre los dos y se dirigió al pasillo donde estaban las escaleras.

-Denme una hora para ducharme- les pedí señalándolos con mi ropa sudada.




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