Amaris.
Lo último que quería en ese momento era tener que deberle algo a ese mocoso que parecía su hermano gemelo perdido hace mucho tiempo, pero quería menos aún tener que quedarme solo con mi padre y su esposa y su hija, no tan importante como funcione la relación abiertamente con su novio para no guardárselo todo para sí, viéndola mirarlo aturdido y como hacía alarde de su dinero e influencia.
Teo me dio la espalda y comenzó a caminar hacia la salida.
Me despedí de mi madre sin mucho entusiasmo y corrí tras ellos. En cuanto llegué a su lado en la entrada del restaurante, esperé con el brazo cruzado a que su coche nos trajera.
No me sorprendió verla sacar un paquete de cigarrillos de su chaqueta y encender un cigarrillo. Observé cómo se lo ponía en la boca y segundos después exhalaba el humo lenta y suavemente.
Yo nunca había fumado, ni siquiera lo había probado cuando todos mis amigos empezaron a hacerlo en el parque de afuera del colegio. No entendía qué satisfacción podía obtener la gente al inhalar un humo cancerígeno que no sólo dejaba un olor repugnante en la ropa y el pelo, sino que dañaba miles de órganos del cuerpo.
Como si leyera mi mente, Gabrielle se giró hacia mí y, con una sonrisa perfecta y sarcástica, me ofreció el paquete.
—¿Quieres uno, cuñada?— me preguntó mientras se llevaba el cigarrillo a los labios y respiraba profundamente...
—Yo no fumo... y si fuera tú, haría lo mismo. No quieres matar la única forma en que funcionan tus neuronas—dije, dando un paso hacia adelante y colocándome donde no tuviera que verla.
Sentí entonces su cercanía detrás de mí pero no me moví, aunque sí me asusté cuando soltó el humo de su boca cerca de mi cuello.
—Ten cuidado... o te dejaré aquí para que camines", me advirtió y justo en ese momento llegó el auto.
Lo ignoré lo más que pude mientras caminaba hacia su auto. Su 4×4 era lo suficientemente alto como para que se pudiera ver absolutamente todo si no subías con cuidado y mientras lo hacía me arrepentí de haberme puesto esos estúpidos zapatos... Toda la frustración, la rabia y la tristeza no habían hecho más que crecer a medida que avanzaba la noche y las al menos diez discusiones que ya había tenido con ese imbécil habían logrado hacerme sentir peor esa noche.
Me abroché rápidamente el cinturón de seguridad mientras Teo arrancaba el coche, apoyaba la mano en el reposacabezas de mi asiento y daba marcha atrás hacia la entrada. No me sorprendió que no siguiera hacia la pequeña rotonda que había al final de la calle, una rotonda que estaba diseñada precisamente para evitar la infracción que estaba cometiendo Gabrielle.
No pude evitar emitir un sonido de descontento cuando volvimos a incorporarnos a la carretera principal. Una vez fuera del club, mi hermanastro aceleró y puso el coche a más de ciento veinte, ignorando deliberadamente las señales de tráfico que indicaban que allí solo se podía ir a ciento ochenta.
Teo giró su rostro hacia mí.
—Ahora, ¿qué te pasa? —me preguntó con rudeza, como si no pudiera soportarlo ni un minuto más—. Ja, bueno, ya somos dos.
—No quiero morir en la carrera con un loco que no sabe leer ni una señal de tránsito, ese es mi problema —respondí, alzando la voz. Estaba nervioso: si gritaba más, ella comenzaría a gritarme como un gato asustadizo, recordándome que mi madre biológica tuvo un accidente de tránsito. Yo era consciente de mi mal carácter; una de las cosas que más odiaba de mí era mi falta de autocontrol cuando me enojaba, ya que tendía a gritar y decir palabrotas.
—¿Qué coño te pasa? —me preguntó enojado, mirando hacia la pista de carreras—. No has parado de quejarte desde que tuve la desgracia de conocerte y la verdad es que me importa una mierda cuáles sean tus problemas. Está en mi casa, en mi ciudad y en mi coche, así que cierra la boca hasta que lleguemos -me dijo, alzando la voz igual que yo.
Un calor intenso me recorrió al escuchar aquella orden salir de entre sus labios. Nadie me decía lo que tenía que hacer... menos él.
-¡¿Quién eres tú para decirme que me calle?! -grité como loca.
Entonces Teo hizo un volantazo y frenó tan fuerte que si no hubiera llevado el cinturón de seguridad puesto habría salido despedida por el parabrisas.
Apenas me recuperé del susto cuando miré hacia atrás, asustada al ver dos coches girando rápidamente a la derecha para no atropellarnos. Los bocinazos y los insultos que venían de fuera me dejaron momentáneamente aturdida y desorientada; luego reaccioné.
-¡¿Qué haces, cabrón?! -grité, sorprendida y aterrorizada de que nos fueran a atropellar.
Teo me miró muy serio y, para mi desconcierto, completamente imperturbable.
-Sal de ahí. —No, no ... Lo miré con la misma frialdad con la que él me miraba. Entonces saqué mis llaves, me metí debajo del auto y dejé la puerta abierta.
Tengo que reconocer que el tipo me daba mucho miedo cuando se enojaba y en ese momento parecía más enojado que nunca. Mi corazón empezó a latir alocadamente cuando sentí esa sensación tan familiar que me sepultaba por dentro... miedo.
Abrí la puerta de golpe y él repitió lo mismo que antes. —Sal del auto.
Mi mente seguía trabajando mil horas. Estaba loca, no podía dejarme tirada en medio de la carretera rodeada de árboles y en completa oscuridad.
—No voy a hacerlo— me negué y me maldije al notar que mi voz temblaba. Un miedo irracional se estaba formando en la boca de mi estómago. Mis ojos recorrieron rápidamente la oscuridad que rodeaba el auto y supe que si ese idiota me dejaba tirada allí, me desplumaba.
Entonces me sorprendió una y otra vez para peor.