Teo.
—¿Qué coño le has metido?—le pregunté al idiota que sostenía la camiseta.
El idiota me miró con los pies en el suelo.
—¿Contéstame?— le grité maldiciendo el día lluvioso en el que había conocido a mi cañada de su hermanastra, y también maldiciendo a ese gilipollas de Abdiel Vázquez por traerla a una fiesta como esta.
—¡Joder, amigo!—dijo con los ojos bien abiertos. —Burundanga— admitió mientras lo estampaba contra la pared.
Joder... esa era la droga que usaban los gilipollas para violar a una chica como un Miami. No tenía color ni dolor y por eso era tan fácil echarla en tu bebida sin que te dieras cuenta.
Solo pensar en lo que podría haber pasado me nublaba la mente y no podía controlarme. ¿Qué clase de idiota era capaz de hacerle eso a una chica discapacitada? Para cuando terminara con ese tipo, no lo reconocerían ni con su DNI. Iba a terminar con los puños en la mierda esta noche.
Le di tantos puñetazos que perdí la cuenta.
—¡Teo, para!— gritó una voz detrás de mí. Detuve mi puño antes de poder estampárselo de nuevo en la cara al hijo de puta.
—Trae a ese pedazo de mierda a una de mis fiestas otra vez y lo que te hice hoy te parecerá basura en comparación— lo amenacé, asegurándome de que escuchara cada palabra que dijera. —¿Me escuchaste?
El mejor gilipollas se tambaleó, sangrando, lo más lejos posible de mí.
Me di la vuelta para encontrarme con Emmanuela completamente arraigada.
Algo se agitó dentro de mí al ver esa experiencia en ella. Maldita sea, por poco que pudiera soportarlo y por mucho que quisiera matarla, nadie merecía ser drogado sin consentimiento. La mirada de terror en su rostro mostraba que Emmanuela había cruzado su límite esa noche.
Me acerqué a ella, observándola con atención y tratando de disminuir un poco mi ira. Cuando estuve lo suficientemente cerca, ella dio unos pasos hacia atrás, mirándome con la boca abierta, asustada y temblando.
—Joder, Amaris? No te voy a hacer daño, ¿vale?— sintiéndome como una perfecta criminal cuando en realidad no tenía absolutamente nada que ver con ella.
Cuando la dejé tirada allí, supuse que simplemente llamaría a su madre y se iría a casa con nuestros padres. No oculté el hecho de que se subiría al coche del primer idiota que se detuviera y vendría directa a la fiesta, lo cual era lo menos apropiado para una chica como ella.
—¿Qué me has dado?— me preguntó tragando saliva y mirándome como si fuera el mismísimo diablo.
Suspiré y miré hacia el techo mientras intentaba pensar con claridad. Mi tía acababa de llamarme para preguntarme dónde demonios estaba Nicole y Amaris. Su padre estaba preocupado, así que le dije que la llamaría lo antes posible, que Amaris había venido conmigo a Axel y que en ese momento estaba viendo una película con su hermana.
Había sido una mentira completamente improvisada, pero mi tía no podía averiguar qué había pasado esa noche, ni dónde había estado. Ah, ya me había salvado de suficientes situaciones difíciles como para descubrir ahora que todo seguía absolutamente igual. Ya me había costado bastante mantener mi vida privada en la sombra... no iba a dejar que alguien como Amaris la arruinara.
En menos de un día había conseguido cabrearme más que cualquier otra mujer que había tenido el placer de conocer.
—¿Estás bien?—dije ignorando su pregunta.
—Quiero matarte— respondió, y miré hacia abajo y pude ver que sus párpados habían empezado a sentirse pesados. Mierda, tenía que ponerla al teléfono con su madre antes de que la situación empeorara.
—Está bien... mejor en otra ocasión— respondí tomándola del brazo. —Estarás bien— traté de calmarla.
En cuanto llegamos a mi auto, abrí la puerta del conductor y esperé a que se sentara.
Entonces saqué mi celular.
—Tienes que decirle a tu padre o tu hermanastra que estás bien y que no te espere despierta— le dije. —Dile que estamos viendo una película en la casa de una amiga.
—Vete a la mierda—dijo ella, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fuerza.
Me acerqué a ella y le agarré la cara con una mano. Abrió los ojos y me miró con tanto odio que no pude evitar sentir ganas de patear algo sólido y romperlo en mil pedazos.
—Llámame o esto se va a poner muy feo— exigí, pensando en cómo se sentiría mi padre si se enterara de lo que había pasado esa noche. Y el padre de Amaris, por cierto.
—¿Qué me vas a hacer?—dijo, mirándome con las pupilas cada vez más dilatadas. —¿Dejarme tirada ahí para que alguien me viole? —preguntó él, pensándolo mejor. —Espera... ya hiciste esto— añadió irónicamente.
Está bien, me lo merecía pero no teníamos tiempo para eso.
—Estoy marcando, será mejor que le digas lo que te dije— le advertí mientras acercaba el teléfono a su oído.
Unos segundos después, la voz de Nicole se escuchó del otro lado de la línea.
—Amaris, ¿estás bien?
Me miró antes de contestar.
—Sííííí — respondió para mi gran alivio—. Estamos viendo películas... Llegaremos... un poco tarde— continuó diciendo mientras su mirada se desviaba hacia el techo del auto.
—Me alegraré de que hayas ido, cariño, pronto verás lo mucho que te gustan los amigos de Teo...
Desvié la mirada al oír eso.
—Por supuesto—dijo Amaris sin volver a mirarme.
—Hasta mañana, cariño, te quiero mucho. —Y yo, adiós—se despidió, y luego le quité el teléfono y lo guardé en mi bolsillo.
Caminé alrededor del auto y me senté en el asiento del conductor. Esperaríamos allí para ver cómo toleraba Amaris las drogas.