Amaris

Capítulo siete.

Amaris.

Cuando abrí los ojos esa mañana me sentí muy mal. Por primera vez en mi vida la luz me molestaba. Me dolía muchísimo la cabeza y me sentía muy extraña. Fue difícil explicar más anoche, pero estaba consciente de cada movimiento, de cada sensación que estaba sucediendo dentro de mi cuerpo y era tan incómodo como muy molesto y perturbador. Sentía la garganta seca, como si no hubiera bebido líquido en más de una semana.

Con dificultad fui al baño y me miré en el espejo. Dios mío, ¿de qué tengo miedo?

Entonces recordé.

Sentí que todo mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.

Me miré en el espejo, tenía los ojos hinchados y el cabello despeinado y atado en una mala coleta. Me sorprendí porque no recordaba haberme recogido el cabello. Me quité el vestido vintage blanco, me cepillé los dientes para quitarme el sabor amargo de la boca y me puse unos shorts de pijama y mi camiseta favorita con agujeros que decía "Winter".

Los recuerdos inundaron mi mente como imágenes que pasan demasiado rápido. Solo podía pensar en una cosa: lo de las drogas... me habían drogado, me había drogado, me había subido al coche de un desconocido, había ido a una fiesta de todos los colores... y todo por una sola persona.

Salí de la habitación donde una puerta se cerró de golpe y crucé el pasillo hasta la habitación de Teo.

La abrí sin molestarme en tocar y me encontré con una cueva de osos, si es que se podía comparar con eso. Había una persona debajo de la manta de esa enorme cama de color oscuro.

Me acerqué a ella y sacudí al tipo que dormía allí como si nada hubiera pasado, como si no me hubieran drogado por su culpa.

—Joder... — murmuró con voz fuerte y espesa sin abrir los ojos.

Miré su pelo despeinado escondido entre las sábanas negras lisas y tiré del edredón con fuerza, descubriéndolo por completo y sin importarme en absoluto.

Al menos no estaba desnudo, pero llevaba unos boxers grises que me dejaron un poco confundida por unos momentos.

Estaba durmiendo boca abajo, así que tenía una vista perfecta de su hermoso trasero.

Me obligué a concentrarme en lo que era importante.

—¿Qué pasó anoche? —Casi le grité mientras lo sacudía del brazo para despertarlo.

Gruñó, muy molesto, y agarró mi mano para detenerme, todo esto con los ojos cerrados.

De un solo movimiento me arrojé sobre su cama.

Me dejé caer a su lado e intenté alejarme, pero no me dejó. —Ni siquiera eres demasiado silenciosa, niña, aunque estés drogada.... — repitió la expresión malhumorada y finalmente abrió los ojos para mirarme.

Dos de color verde claro me miraron fijamente.

—¿Qué quieres?— me preguntó, soltándome la muñeca y sentándose en la cama.

Me sonrojé de inmediato. -¿Qué hiciste anoche cuando me tenías drogada? -pregunté temiendo lo peor, mocoso, Dios mío... si me había hecho algo...

Teo cerró los ojos y me miró enojada.

-Todo –respondió, haciendo que todo el color se le fuera del rostro.

Y entonces empezó a reír y le di un golpe en el pecho.

-¡Hijo de puta! –lo insulté, sintiendo la sangre subir a mis mejillas por la rabia.

Teo me ignoró y se puso de pie.

Entonces alguien entró a la habitación; un ser muy peludo rubio, también muy parecido a un perro como su dueño y esa maldita habitación.

-Mi niño, Max, ¿tienes hambre? -le preguntó, mirándome con una sonrisa amable-. Tengo una frase en tu pijama, aquí tienes un pequeño gran regalo que te resultará muy atractivo...

-Me voy-dije, empezando a caminar hacia la puerta. No quería volver a ver a ese idiota, nunca, y el hecho de que eso fuera imposible me ponía de peor humor aún.

Theo me interceptó en medio de la habitación. Casi me daba miedo tocar su pecho desnudo.

Sus ojos buscaron los míos y yo sostuve su mirada con desconfianza, también maldiciendo y retándole.

-Te estaba pidiendo perdón, que equivocada estaba-, pero no puedes decir absolutamente nada, o se me podría caer el pelo- continuó y supe entonces que lo único que le importaba era salvar su culo, podía irse al infierno.

Solté una risa irónica.

-Dijo el futuro ingeniero económico, muy hombre de negocios- comenté sarcástica.

-Cállate la boca- me advirtió ignorando mi comentario. -¿O qué?- respondí retándole.

Sus ojos recorrieron mi rastro, mi cuello que parecía una cicatriz y se detuvieron en mi oreja izquierda. Uno de sus dedos tocó un punto muy importante para mí.

-O quizás este nudo no es lo suficientemente fuerte para ti- susurró y yo di un paso atrás. ¿Qué sabía él de ser fuerte o de mi tatuaje?

-Ignórame y yo haré lo mismo... así aguantaremos los pocos momentos que nos quedan para estar juntos. ¿De acuerdo?- sugerí, rodeándolo y alejándome de él.

Max me observaba, meneando la cola.

Al menos el perro había dejado de odiarme, me dijo como consuelo cuando salí de aquella habitación.

Lo primero que hice al salir de allí fue ir directo a mi dormitorio. No me gustaba no poder recordar nada de lo que había pasado. Que Teo pudiera haber visto algo en mí que yo nunca había querido mostrarle.

¿Qué fue lo que me hizo odiarlo tanto en ese momento? No entendía cómo en tanto tiempo había sido capaz de formar un rechazo tan grande hacia él, pero supuse que no era de extrañar ya que Teo Jones representaba absolutamente todo lo que odiaba en una persona, era violento, muy peligroso, abusivo, un mentiroso compulsivo, una amenaza... todos los rasgos que me hicieron correr en la dirección opuesta.

Noté que mi bolsillo estaba tirado al azar sobre mi cama individual. Saqué mi celular de adentro y lo enchufé al cargador mientras lo encendía nerviosa. Mierda, Dan me iba a matar, le prometí llamarlo por la noche, estaría trepando las paredes. Maldita sea Teo Jones? ¡Todo era culpa suya!




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