Teo
Ella me devolvió la mirada con una sonrisa radiante. Desde que la había conocido solo había recibido miradas sarcásticas, sonrisas arrogantes y ojos enojados y malhumorados; y ahora ella me sonreía. Su rostro se veía diferente y si ya era bonita con su habitual cara antipática, ni hablemos de cómo era cuando sonreía. Sentí una sensación cálida en el pecho al ver que había logrado eso; bueno, había sido Mariana Enriquez, pero yo se la había presentado, y no veía la hora de que me regalara otra de esas sonrisas. Y entonces sonó su celular y su rostro relajado y luminoso se transformó primero en sorpresa, luego en incredulidad y luego en un profundo dolor que la hizo cerrar los ojos con fuerza como si hubiera estado tratando de contener las lágrimas. Instintivamente me acerqué a ella y entonces vi la imagen en su teléfono: Un chico rubio besando sin pudor a otra chica morena.
- ¿Qué pasa? - Le pregunté queriendo entender la razón de ese repentino cambio de actitud. Ella pareció estremecerse al oír mi voz y luego se volvió hacia mí con un odio increíble ardiendo en sus ojos color miel. Golpeó el teléfono contra mi pecho y salió de la habitación sin decir palabra hacia los baños. La miré, sin entender nada en absoluto, y luego noté el mensaje debajo de la foto: Esto es lo que pasa cuando te vas de la ciudad. ¿De verdad creías que Dan te iba a esperar para siempre? Ahora está embarazada de un hombre casado. ¿Quién diablos era Matt? ¿Y quién era ese idiota de Jambi, que le envió un mensaje como ese? Sin importarme lo más mínimo, abrí la carpeta de fotos en su teléfono. Había un montón de fotos con una chica morena, que si no me equivoco era la misma de la foto, y después de unas cuantas con amigos y en lo que parecía ser su escuela, vi la foto que estaba buscando. Aquel sujeto, Matt, sujetaba con sus manos la cara de Amaris y la besaba mientras ella no podía contener la risa, seguramente sabiendo que le estaban tomando una foto... Le habían puesto los cuernos... ¿y quién iba a aguantar eso ahora? Bloqueé el teléfono y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón. No tenía ni idea de por qué me daban ganas de tirar ese teléfono a las profundidades del océano ni de por qué esa foto de Emmanuela besando a ese cabrón me había cabreado tanto, pero lo que sí entendía eran las terribles ganas de echar a patadas a la primera persona que me cabreó esa noche.
Me acerqué a la mesa donde habían colocado un papelito con mi nombre, con Amaris de un lado y Anna del otro. Frente a mí se sentaban mi padre y su hermana menor a su lado y también había dos parejas más de las que no recordaba sus nombres. La gente había empezado a sentarse en sus respectivos asientos y charlaban animadamente. No habían pasado ni dos segundos desde que me senté cuando Reyna apareció a mi lado. Olí su aroma apenas me senté y me incliné sobre la mesa para beber el vino rojo sangre que habían vertido en casi todas las copas.
—¿Y tú, hermana?— me preguntó con desdén. —Llorando porque la han engañado—respondí secamente, sin importarme lo más mínimo y sin ningún remordimiento. A mi lado, Reyna soltó una carcajada y eso también me irritó bastante. —No me sorprende, es una niña con un cabello horrible que ni siquiera sabe lo que es tener sexo; por eso tiene esa cara de amargada", respondió. La observé unos instantes, analizando su respuesta. ¿Un cabello horrible? ¿Acaso todas las mujeres no pagaban cientos de dólares a los peluqueros para que les pusieran mechas de distintos tonos en la cabeza? Amaris sí las tenía, pero eran naturales, no como la mayoría de las rubias decoloradas que había en esa habitación. Y a juzgar por la foto de su novio, nadie podría decir que Amaris no se había acostado con él y quién sabe con qué otros chicos.
-¿Vas a hablarme de Amaris toda la noche? Porque ya tengo bastante con lo que aguantar en casa –dije, volviendo a colocar mi vaso sobre la mesa. Ella sonrió y se acercó a mi oído. -Podemos hablar...-dijo con voz seductora mientras se acercaba a mi oído- O podemos volver a lo que terminamos hace una hora en mi habitación-agregó mordiéndome la oreja. Sentí que mi mente se desconectaba de todo lo que me había puesto de mal humor y cómo la excitación comenzaba a apoderarse de mí. Me giré hacia ella y la besé rápidamente en los labios. -Esta noche nos hartaremos, pero ahora no –dije deteniendo su mano que había ido subiendo lentamente hasta llegar a mi entrepierna.
Ella pareció satisfecha y se giró hacia delante, retirando su mano y comenzando a hablar de manera amable y exquisitamente educada con la mujer que estaba a su otro lado. Sin siquiera darme cuenta comencé a buscar a Emmanuela por el salón. La mayoría de los invitados ya estaban sentados y en cuanto la localicé, la vi caminar hacia nuestra mesa con paso decidido y como si nada hubiera pasado. Ni siquiera me miró cuando se sentó a mi lado. Esperaba ver manchas negras de maquillaje en sus mejillas o en su rostro en sus mejillas o sus ojos hinchados... pero nada de nada, estaba igual que cuando se había ido de casa. Su papá la miró unos instantes con cara de preocupación, pero una sonrisa se dibujó en su rostro y su mamá o pareció creérselo o simplemente actuó como si lo hubiera comprado. Entonces se giró hacia mí.
"Dame mi celular" me ordenó con ese tono indiferente de siempre. Sonreí, disfrutando de tener algo suyo e imaginándola suplicándome que se lo devolviera.
—Lo siento, Mar, pero olvidaste la palabra mágica—dije y disfruté viendo cómo se coloreaban sus mejillas al enojarse con ese apodo que le venía como anillo al dedo.
A mi lado, Anna se apoyó en mí para poder ver a Amaris abrazar a Nicole. De repente me puse tenso.
Lamento que tu novio haya elegido a alguien mejor que tú, debe ser duro –dijo con esa voz de arpía que usaba con las personas que consideraba inferiores, aunque conociéndola probablemente era porque se sentía amenazada: Amaris no era fea en absoluto y ella lo sabía.