Teo
Veinte días después, ella todavía no había aparecido en casa. Después de lo que había pasado en las carreras, yo no quería ni siquiera aparecer. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar cuando me encontrara cara a cara con Amaris otra vez; una parte de mí quería estrangularla y hacerle pagar por lo que su jueguito estúpido me había costado: mi auto, mi Porsche Cayman rojo que valía más de 150 mil dólares, y la ruptura definitiva de la tregua que mi pandilla tenía con la pandilla de Abel. El hijo de puta nos había disparado por la espalda, todavía recordaba cómo mi corazón casi se me había salido del pecho cuando escuché el disparo y el grito de Amaris en el asiento trasero.
Recuerdo que tenía miedo de mirar hacia atrás por miedo a ver lo que me iba a encontrar, recuerdo que pasé el mayor miedo de mi vida, y todo por la estupidez de una mujer que no podía hacer caso a nada de lo que le decían.
Al verla correr me sentía completamente impotente. Aún no me explicaba de dónde había sacado la habilidad de conducir así, pero joder, cómo había vencido a ese idiota. Una parte de mí admiraba la forma en que había tomado esa segunda curva, ni yo hubiera tenido los cojones de arriesgarse como ella, lo que también me dejaba claro la falta de instinto de supervivencia que tenía, pero lo había hecho genial, había sido impresionante.
Y por otro lado no podía sacarme de la cabeza el beso que le había dado y las ganas que me carcomía por dentro de hacerlo otra vez. No podía olvidar ese rostro excesivamente atractivo, esos labios carnosos y dulcemente sabrosos, ese cuerpo que me volvía loca...
Mierda.
No podía volver a casa, no sabía cómo iba a actuar, porque una parte de mí, la más pervertida y la que Veramente no pensaba con la cabeza, quería acostarse con esa chica de pelo rubio y ojos color miel por encima de todo, hacerle de todo y hacerle pagar por haberme hecho perder mi tesoro más preciado; y la otra, simplemente quería hacerle temer el simple hecho de estar cerca de mí, que ni siquiera se atreviera a respirar demasiado fuerte a mi alrededor... Pero claro, la primera opción era más atractiva que la segunda, y me maldecía por ello.
Llevaba cuatro días de fiesta, acostándome muy tarde y despertándome con una chica diferente cada noche. Después de lo que había pasado en las carreras, Abel y yo por fin habíamos terminado y me preocupaba cómo reaccionaría si nos volviéramos a ver, lo que sería más pronto que tarde teniendo en cuenta que nos movíamos por los mismos círculos.
Era increíble cómo esa chica lo había jodido todo en tan poco tiempo, y encima tenía que verla todas las malditas mañanas.
Así llegué a casa, con la ventana trasera de mi coche ya arreglada y de un humor de perros que estaba a punto de empeorar. Entré en mi plaza de aparcamiento, me puse las gafas de sol, ya que la resaca me estaba matando y me dirigí hacia la entrada, con ganas de desaparecer en mi habitación para pasar el día; por supuesto que eso iba a ser imposible.
Tan pronto como puse un pie dentro de la casa, un grito proveniente de la cocina me hizo maldecir internamente y rezar por la paciencia que iba a necesitar en ese momento. Lentamente, caminé hacia la cocina donde mi madrastra, su hija y ¿Vera? estaban desayunando en la encimera.
Mis ojos se detuvieron por unos segundos de más en mi infierno rubio personal. Amaris parecía haberse derrumbado tan pronto como entré por la puerta. Noté que su piel estaba bronceada por el sol y su cabello estaba más rubio y colorido que la última vez que la había visto. Estaba vestida con un traje de baño de una pieza y tenía una toalla envuelta alrededor de sus brazos. Su cabello mojado goteaba agua sobre la encimera donde estaba comiendo un tazón de cereal. A su lado, Vera estaba más o menos igual, excepto que llevaba un bikini y tenía una sonrisa de bienvenida que siempre reservaba para amigos y familiares.
¿Eran amigos ahora?
-Por fin regresaste, Teo, tu padre te estuvo llamando todo el día de ayer- me dijo Zeke amablemente y con una cara como si hubiera estado despierta durante mil horas. A diferencia del aspecto desaliñado de su hija, ella estaba vestida de gala, con su pelo pelirroja atado en un moño y un traje de lino blanco bien planchado.
Maldita sea, se había convertido rápidamente en la señora de Amber Jones.
-He estado ocupada- respondí secamente mientras me acercaba al refrigerador y sacaba una cerveza.
Me importaba un carajo que fueran las ocho de la mañana.
-¿Qué pasa, Teo, no nos estás saludando? - dijo Vera, dándose la vuelta en su silla para mirarme de cerca.
La miré con cara de pocos amigos. Vera sabía perfectamente que yo no estaba de humor para tonterías,
¿Por qué no hizo como Amaris y se quedó callada, mirando su tazón de cereal?
Gruñí un saludo mientras llevaba mi cerveza a mi boca y observé a Amaris intentar fingir que mi presencia allí no la afectaba en absoluto.
-Teo, la abuela de tu prima te llamó porque vamos a Nueva York esta noche- me dijo Zeke, llamando mi atención. -Ella tiene una conferencia y yo voy con ella, me gustaría que te quedaras aquí con Amaris, no quiero que esté sola en esta casa tan grande y...
-padre, ya te he dicho que estoy bien- Amaris se levantó de un salto, mirándola con enojo- Puedo quedarme sola, además, Vera se quedará para hacerme la cumpleañera de su prima, ¿verdad, Vera?- le preguntó, volviéndose hacia ella.
Vera asintió, encogiéndose de hombros y mirándome primero a mí y luego a Amaris. Amaris no quería verme, no quería que estuviera cerca de ella... Hmmm eso fue interesante.
-Me quedo, me olvido de mis asuntos por unos minutos, pocos saben que tengo una hija -dije entonces, sin saber muy bien en qué me estaba metiendo.