Amaris

Capítulo quince.

Amaris

—Está muy cabreado—me dijo Vera segundos después de que Teo hubiera cerrado de un portazo la puerta de la cocina.

Me quedé en shock al volverlo a ver. Durante esos cuatro días había logrado más o menos olvidar lo que había provocado en las carreras y sobre todo había tratado de evitar pensar en él, ya que cada vez que lo hacía sentía un extraño y desagradable nudo en la boca del estómago. Era consciente de que él le había hecho perder su tesoro más valioso, su coche según Vera, y también era consciente de que podían habernos matado esa noche, pero no era del todo culpa mía con mi venganza. Teo me había invitado a ir a esas carreras, si no hubiera sido por él nunca hubiera ido y menos con una amiga suya, y además el criminal de Abiel me había engañado, me había hecho creer que podía competir con él, que quería que compitiera con él y cuando vio que le gané en la carrera se había aprovechado de esas estúpidas reglas y se había quedado con los quince mil dólares y el coche de Teo.

Yo sabía que pasarían días, meses, años para que el chico rico me perdonará y olvidará lo que había perdido, y la verdad es que después de pensarlo en mis ratos libres, había llegado a la conclusión de que se merecía haber perdido el coche. Teo Jones era un hombre engreído y arrogante, capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que quería, y mira por dónde, por una vez le había salido el tiro por la culata.

Con esos pensamientos en la mente y otros mucho más dolorosos y difíciles de soportar, había pasado esos días en aquella casa a la que intentaba acostumbrarme y cuyos lujos aún me costaba asimilar y disfrutar. Lo realmente malo y la causa de mi mal humor y tristeza constante era saber que mi ex novio me había engañado a lo grande, y eso no era lo peor sino las miles de llamadas y mensajes que me seguía enviando a mi teléfono con la intención de que lo perdonara y volviéramos a estar juntos. Cada vez que sonaba mi teléfono mi corazón dejaba de latir para luego dolerme con cada latido lento y doloroso. En todas las horas que llevaba tomando sol había comprendido que todo lo que me ataba a mi ciudad, a mi hogar, se había roto para siempre y haber llegado a esa conclusión me dolía más que cualquier otra cosa. Mi mejor amigo había decidido arriesgar nuestra amistad por un chico, mi chico, y encima tenía el descaro de querer que lo perdonara. ¡Estaba loca!

No volvería a hablar con ninguno de los dos, nunca sería tan estúpida como para caer rendido a los pies de un chico; los hombres ya me habían dado suficientes palizas y ahora tenía que vivir con un chico atractivo y estúpido, con una vida paralela que nadie con un poco de sentido común querría ni siquiera oler de cerca.

—Que se dé una ducha fría— le respondí a mi nueva amiga Vera, lo único bueno que había sacado de aquella desastrosa noche, y cuya alegría y sentido del humor habían hecho más llevaderos aquellos días. Vera me había dicho que conocía a Teo desde que era una niña; y por tanto lo conocía mucho mejor que nadie por aquí.

Según ella, mi nuevo cuñado era un mujeriego de pies a cabeza, lo único que le interesaba era salir de fiesta, beber, divertirse, coger a cuantas chicas pudiera y pegarle a Abiel las veces que fueran necesarias para demostrarle que él era el que mandaba en ese mundo de la vida nocturna.

Vera, nada de lo que me había confesado me había sorprendido, salvo una cosa, y ella tampoco sabía mucho al respecto. Vera me había confesado que cuando Teo tenía dieciséis años (Eliza es prima adoptiva de la tía de Vera) estuvo a punto de quedarse embarazada, pero él lo negó por miedo al futuro de sus padres, que estaban separados y siempre hacían horas extras para la empresa de los padres de Teo. Su madre lo abandonó cuando era un niño de ocho años, y Eliza no tuvo más remedio que quedarse embarazada o dejarlo. Su familia se quedó impactada al saber que, cuando Teo estudiaba en el colegio, sus padres la esperaban con ella al terminar, pero ella no tuvo más remedio que quedarse embarazada y ocultar la enfermedad. Era un cáncer, que aceptaron de bebé, y a veces las cosas chocaban con el futuro de su hija como prima. Nadie, él es su padre biológico. Pero ella y Eliza fueron al hospital donde le practicaron una cesárea que casi lleva al nacimiento de su hija, Gabriela. Elizabeth no estuvo con nosotros, dejándonos una carta de ambos, hasta este año, cuando cumplió dieciocho años y dejó la casa de su padre. Durante año y medio, vivió en los barrios bajos, en casa de Julio, metiéndose en un sinfín de problemas. Por eso conoció a tantos delincuentes y se metió en ese mundo, en el que estaba hasta el cuello. Julio fue el padrino de Gabriela; fue una de esas amistades que perduran desde entonces.

Esa revelación me había dejado completamente sorprendida. Seguramente mi madre no tenía ni idea, de lo contrario me lo hubiera dicho. Ahora entendía cómo un chico de buena familia como Teo había terminado metido en cosas tan peligrosas como las que había presenciado las dos noches que lo había conocido.

Vera se echó a reír.

—Debes ser la pesadilla de Teo en persona— me dijo mientras sacaba un paquete de cigarrillos de su escote y encendía un cigarrillo. No pude evitar sacar la cabeza para ver si mi madre estaba cerca.

- ¿Y eso por qué? - pregunté distraídamente mientras terminaba mi cereal.

—¿Te ha visto pensar que eres su padre para ella? — me preguntó y no pude evitar fruncir el ceño —Eres muy sexy, no dudes en responder, de hecho, lo enfrentas sin siquiera detenerse a pensar en las consecuencias, lo retas... —añadió haciéndome dejar caer el bol y la cuchara sobre la encimera con un golpe — Te apuesto lo que sea a que ahora mismo está pensando en hacerlo mil veces encima de esta mesa y así desahogar la frustración y el rencor que siente hacia ti... Es su forma más común de solucionar las cosas.




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