Amaris

Capítulo dieciséis.

Teo

Yo ardía por dentro. En todos los sentidos posibles de la palabra, ardía. Llevaba una semana sin dejar de pensar en el beso que nos dimos en las carreras y cada vez estaba peor de humor. Verla allí en mi casa restregándose en la cara lo que yo no podía tener era algo que no soportaba. Estaba espectacular esa noche y no podía apartar la vista de su cuerpo. Sus piernas, su escote, su pelo increíblemente largo y brillante... pero lo que no soportaba era que bailara delante de mis narices con mis amigas y viéndolas todas mirándola con los ojos clavados en ella. Ya había tenido que soportar a varias de ellas diciendo obscenidades sobre ella y me sorprendió lo mucho que me afectaba, ya que yo era de las primeras en decir ese tipo de cosas cuando aparecía mi hija guapa, pero ¿hablar así de Amaris? Me volvía loca.

Cuando la vi en mi teléfono y miré las fotos que le estaban enviando, sentí un poco de pena por ella y enojo con quienquiera que fuera, incluido ese ex novio suyo, pero lo que Veramente no había planeado era llevarla a la oficina de mi papá y besarnos. Veramente había tomado unas copas de más y no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que se encendió la luz y la vi Claramente. Sus mejillas estaban rosadas y sus labios estaban hinchados por mis besos... Joder, solo pensarlo me daban ganas de ir a buscarla de nuevo. Pero no podía hacer eso, no con ella: era mi hermanastra, por el amor de Dios, la misma hermanastra que había puesto mi mundo patas arriba y la misma que me había hecho perder mi auto.

Saqué esos pensamientos de mi cabeza y salí al jardín. Me iba a alejar de ella, no podía dormir con alguien que vivía en mi casa, alguien a quien vería todos los días y menos con alguien que era la hija de la persona que había ocupado el lugar de mi madre, un lugar que yo hacía tiempo que había descartado de mi vida.

Me quedé afuera hasta que la mayoría de ellos comenzaron a irse, dejando un completo desorden a su paso, con vasos de plástico tirados en el pasto, botellas de cerveza... y un sinfín de cosas. Frustrada, me dirigí hacia la puerta de la cocina no sin antes notar a quienes permanecían allí. Entre los pocos rezagados estaban Clara y Julio. Ella estaba sentada en su regazo mientras él le besaba el cuello haciéndola reír.

Casi vomité en el camino. ¿Quién me iba a decir que esos dos acabarían así? Julio era como yo, le encantaban las mujeres, las fiestas, las carreras, las drogas... y ahora se había convertido en el perrito faldero de una chica como Clara.

Las mujeres sólo servían para una cosa, todo lo demás traía problemas, eso ya lo había visto en carne propia.

"¡Oye, tío!" me gritó Julio haciéndome dar la vuelta. "Mañana hay una barbacoa en casa de Emily, ¿te veo allí?"

"Barbacoa en casa de Emily": eso sólo significaba fiesta hasta el amanecer, muchas chicas guapas y buena música... pero yo ya tenía planes para el día siguiente, planes que estaban a más de seis horas de distancia y que amaba y odiaba a la vez.

Me volví hacia él.

-Mañana me voy a Las Vegas- anuncié mirándolo con una mirada seria en la cara. Él entendió al instante y asintió.

-Diviértete y dale recuerdos a Gabriela y Florencia- me pidió sonriendo.

-Te veo cuando regrese -le dije a modo de despedida, luego

recorrí la casa y subí a mi habitación. Había una luz tenue debajo de la

puerta de la habitación de Amaris, y me pregunté si estaría despierta, y luego

recordé que le tenía miedo a la oscuridad.

Algún día, cuando las cosas se calmaran entre nosotros, le preguntaría al respecto; esa noche sólo necesitaba descansar; el día siguiente sería largo.

La alarma de mi teléfono sonó a las cinco de la mañana. La apagué con un rugido, diciéndome que tenía que despertarme si quería estar en Las Vegas al mediodía. Esperaba que conducir durante tantas horas ayudará a calmar el mal humor que aún sentía de la noche anterior. Me levanté de la cama y me di una ducha rápida; me puse los vaqueros y una camiseta de manga corta, consciente del calor infernal que haría en Nevada y que odiaba desde la primera vez que había estado allí. Las Vegas era un lugar increíble siempre que estuvieras dentro de los hoteles con aire acondicionado; fuera era casi imposible permanecer más de una hora sin que te agobiara el calor húmedo del desierto.

Los recuerdos de la noche anterior me asaltaron de nuevo en cuanto entré por la puerta entreabierta de Amaris. ¡Como si no hubiera tenido suficiente de soñar con ella toda la maldita noche!

Bajé las escaleras y fui directo a la cocina a buscar café. Ayala no volvería hasta después de las ocho, así que me las arreglé para prepararme un desayuno decente. A las siete ya estaba en mi coche y lista para irme.

Con la música distrayendo, traté de ignorar la sensación que siempre me invadía cuando se suponía que se encontrarían en Florencia. Todavía recordaba el día que me enteré de su nacimiento y me horrorizo al pensar que si no hubiera sido por una simple coincidencia, mi hermana y yo nunca nos hubiéramos conocido. En ese momento, las cosas en mi vida cambiaron.

Eran bastante salvajes: yo ya no vivía con mi padre, vivía con

Julio y nos metemos en problemas constantemente. Un fin de semana fuimos con unos amigos a Las Vegas. Siempre había odiado ir allí porque sabía que era donde vivía mi tía gemela con su actual marido, Robert Clark.

Fue muy doloroso verla después de ocho largos años y más aún con un

bebé en brazos. Yo también estaba completamente congelada y por unos momentos nos quedamos mirándonos como si ambos hubiéramos visto un fantasma del pasado. Mi madre me había abandonado cuando tenía solo nueve años. Un día, al salir del colegio, no vino a recogerme y mi padre me explicó que a partir de ese momento íbamos a ser solo nosotros dos, nadie más.




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