Amaris

Capítulo veinticinco.

Amaris

Lo último que esperaba encontrar al entrar en casa era a un chico Teodoro completamente destrozado. La sorpresa de verla llamar a mi celular dio paso al horror en menos de un segundo.

-¿Dónde estabas?-preguntó, intimidante, como siempre. Esa pregunta me dejó desorientada por un momento, pero lo que más me impactó fue su apariencia. Tenía el ojo izquierdo completamente morado y el labio partido, pero eso no era lo peor: en su torso desnudo, podía ver los moretones que empezaban a formarse bajo esa piel bronceada y esos abdominales. Por un instante, ver esas heridas me paralizó. Sentí que el corazón me latía a mil por hora y el pánico me invadió, mareándome. No me gustaban las heridas ni la sangre, y me empezaron a zumbar los oídos, así que tuve que sujetarme a la puerta un momento.

-¿Qué te pasó?-pregunté con la voz entrecortada.

Teo estaba enfadado: lo notaba por cómo apretaba la mandíbula y cómo me miraba: como si yo fuera la culpable de sus heridas.

-Te hice una pregunta-dijo, tirando bruscamente la bolsa de guisantes congelados sobre la mesa del recibidor.

Negué con la cabeza mientras cerraba la puerta sin hacer ruido. Mi padre y Amber ya estarían acostados, y no quería despertarlos, algo que a Teo no pareció importarle, dado el volumen de su voz.

-Estaba con Eros, besándote- respondí, acercándome a él. A pesar de mi terrible deseo de escapar de esas heridas, no podía ignorar su estado. Julio y Vera se unieron a nosotros poco después de tomar el helado; además, ¿qué más da? ¿Te has visto? -respondí, extendiendo la mano para tocar inconscientemente uno de los moretones que tenía junto al estómago.

Su mano voló hacia la mía para apartarme, pero en lugar de abofetearme, que era lo que esperaba, la apretó con fuerza, tan fuerte que me dolió. Lo miré y vi ira y miedo en sus ojos.

-Ven a la cocina, necesito hablar contigo-me pidió, tirándome de mí. Sin darme cuenta, noté su espalda desnuda. ¡Dios mío, cada músculo era visible al caminar! Y esa visión despertó en mí el deseo de acariciar la suave piel de su cuerpo. Vi que se le formaba otro moretón en el costado, y de repente sentí tanto odio hacia quien le había hecho esto que se me nubló la vista.

Teo solo encendió la lamparita del timbre, así que la luz era tenue mientras estaba sentado en uno de los taburetes junto a la isla, sin soltar mi mano. Verlo en ese estado me mataba. Veía sus ojos entrecerrarse de dolor con cada movimiento que hacía, y mi mente no dejaba de imaginar maneras de hacerle sentir mejor.

-¿Notaste algo extraño hoy cuando estuviste ahí fuera?-preguntó, con la preocupación reflejada en su rostro. -¿Alguien te sigue o algo así?

No me lo esperaba. Me obligo a mirarlo a la cara para responder.

-No, claro que no, ¿por qué?-respondí con incredulidad.

Me soltó la mano y apartó la mirada, frustrado. Quería volver a contactarlo, pero preferí quedarme.

-Abel no se ha olvidado de las carreras- me informó, y entonces empecé a entender de qué hablaba. -Quiere venganza y no dudará en hacerte daño si te vuelve a verte- añadió, con sus ojos azules fijos en los míos.

Eso me dejó desorientado por un momento.

-No, claro que no. ¿Por qué?-respondí con incredulidad.

Me soltó la mano y apartó la mirada, frustrada. Quería volver a contactarlo, pero preferí quedarme.

-Abel no se ha olvidado de las carreras- me informó, y entonces empecé a repetir entender de qué hablaba. -Quiere venganza y no dudará en hacerte daño si te vuelve a verte-añadió, con sus ojos azules fijos en los míos.

Eso me dejó desorientada por un momento.

-¿Fue él quien te golpeó así?-pregunté, maldiciendo al bastardo que llevaba dentro.

-Él y sus tres amigos-confesaron.

-¡Dios mío, Teo!-dije, sintiendo una extraña presión en el pecho y abriendo los ojos de par en par con horror. Subí las manos inconscientemente a su rostro, examinando sus heridas. ¿Cuatro contra uno?

Lo sentí al tensarse bajo mi tacto, pero luego se relajó. Mis dedos apenas rozaron sus heridas, pero los dejé deslizar por sus mejillas, sintiendo la piel áspera y sin afeitar bajo las yemas, que le daba ese aspecto aterrador y a la vez sexy.

-¿Te importa, Mi Mar?- preguntó con sarcasmo, pero lo ignoré al ver que le tocaba la herida e hizo una mueca. Levantó las manos y tomó las mías.

-Estoy bien-añadió, y vi que sus ojos me escrutaban el rostro involuntariamente.

-Tienes que denunciarlos- dije, alejándome, pues me sentía incómoda con su mirada.

Me alejé de él y fui al refrigerador. Cogí el primer paquete congelado que había y me acerqué de nuevo. Hizo una mueca cuando le puse el paquete sobre el ojo.

-A esos tipos no se denuncia, pero eso no es lo que importa-dijo, tomando el paquete y apartándolo de su cara para poder mirarme con los ojos. Amaris, de ahora en adelante y hasta que las cosas se calmen un poco, no quiero que vayas sola a ningún lado, ¿me oyes? Me advirtió con el tono de mi hermano mayor. Retrocedí un paso, mirándolo con incredulidad.

Esa gente es peligrosa y te tiene jurada a ti... y a mí, pero no me importa si me dan una paliza, y sé defenderme. Te devorarán viva si te encuentran sola e indefensa.

-Teo, no me van a hacer nada. No se van a meter en líos por herir el orgullo de ese imbécil-respondí, ignorando la mirada amenazante que me dirigió.

-Hasta que esto se resuelva, no te voy a quitar los ojos de encima. Puedes hacer lo que quieras- dijo entonces.

¿Alguna vez nos llevaríamos bien?

-Eres insoportable, ¿lo sabes?-espeté.

-Me han llamado cosas peores-dijo, encogiéndose de hombros y haciendo una mueca segundos después.




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