Amaris

capítulo veintisiete.

Amaris

Tuve que dejar que me abrazara; temblaba, temblaba de placer. No podía creer lo que acababa de pasar. Ni siquiera lo vi venir; todo había sucedido tan rápido. De repente, le estaba dando el regalo y riéndome de él, y de repente me tenía inmovilizada contra un árbol, haciéndome estremecer con cada roce. Había querido detenerlo -Dios mío, debería haberlo detenido-, pero sentir sus manos tocándome... había sido increíble.

-Eres hermosa- me susurró al oído después de presionar sus labios contra los míos para evitar que el grito que estaba a punto de soltar nos delatara a ambos.

Todavía recordaba todas las veces que Matt había intentado hacerme lo mismo: mi negativa había sido tan inmediata que ni siquiera había podido tocarme. Y ahora había dejado que Teodoro... Estaba perdiendo la cabeza.

-Creo que... deberíamos volver-dije, ajustándome el vestido. ¿Por qué de repente me sentía tan mal? ¡Oye! -exclamó Teo, agarrándome la barbilla y obligándome a levantar la vista-. ¿Estás bien?

-Sí, es que... no esperaba que pasara esto -admití, mirando a todas partes menos a él-. Nos dejamos llevar, me dejé llevar, y lo siento... Puedes volver con Anna o con quien quieras. No tienes que quedarte aquí conmigo -le dije, intentando que no viera lo nerviosa que me había puesto.

Algo brilló en los ojos de Teodoro.

En el fondo, quería que me abrazara, quería que se quedara conmigo, quería que nos enamoráramos, o al menos que nos conociéramos mejor... Teodoro era un completo misterio para mí, y yo para él; no podía dejar que creyera que una parte de mí anhelaba que me dijera que me amaba o que me llevara a un lugar donde pudiéramos estar realmente solos y no en medio de una fiesta apoyados en un árbol.

-¿Quieres que me vaya con Anna? -preguntó, alejándose de mí, repentinamente enojado. Quizás estaba molesto porque no quería seguir con lo que estábamos haciendo... Quizás pensó que quería hacerlo con él... La sola idea de acostarme con él en medio del bosque me daba asco.

Sí, ve con ella-respondí, mirándome los dedos de los pies para intentar evitar su mirada. -No tienes que quedarte conmigo. Ya te lo dije: esto fue un error. Lo estamos dejando ir demasiado lejos, y está mal.

Teodoro se apartó y pateó una piedra que había allí.

Lo oí maldecir en voz baja, luego se giró hacia mí con su cara de enfado y sus ojos fríos como el cristal congelado.

-De acuerdo- dijo. Luego se echó hacia atrás y se arrancó la camisa de un tirón. Antes de que pudiera entender qué hacía, me dio la espalda y, tras quitarse los vaqueros, corrió hacia el lago. Allí, todos vitorearon y gritaron su nombre.

Mi buen humor y mi autoestima se hundieron con él bajo esas aguas frías.

Durante la siguiente hora y media, evité todo lo que pude. No quería ni mirarlo; solo pensarlo me ponía nerviosa. Pero cuando dieron las cinco de la mañana y la mayoría de los invitados ya se marchaban, solo quedábamos unos ocho, entre ellos Reyna, Julio, Vera, Juanita, la dueña de la casa, una tal Juanita, Samuel, una amiga de Teo, Teodoro y yo. Nos habíamos reunido en la enorme sala con sus grandes sofás blancos y estábamos sentados en círculo. Me senté junto a Clara y Juanita, que era rubia y parecía bastante tonta. Teo estaba a mi derecha, Víctor, con Juanita en el medio, así que agradecí no tenerlo delante para no tener que enfrentarlo.

Desde lo ocurrido junto al árbol, no me había dirigido ni una sola mirada. Parecía enfadado o aliviado de no tener que quedarse conmigo. Sentía una punzada en el pecho cada vez que nuestras miradas se cruzaban por accidente y él apartaba la mirada, aunque una parte de mí sentía alivio. Prefería que me ignorara a tener que hablar de lo sucedido.

-¿Por qué no jugamos a ese juego de niños?-sugirió Juanita a mi lado.

-¿Verdad o reto?-respondió Vera riendo. -Madura un poco, Juana.

-No, venga, juzguemos -dijo Juanita con una mirada pícara. Me puse nerviosa al instante. Odiaba ese juego: una vez que elegí el reto y tuve que tragarme un vaso de grasa de cocina. Asqueroso.

-Llévate la botella de esa mesa- le pidió Juanita a su amiga.

Un minuto después, todos rodeábamos una botella de cerveza vacía. Juanita fue la primera en rodarla. La botella apuntaba a Anna.

-¿Verdad o reto?- preguntó con una sonrisa pícara. Teo se removió a su lado.

-Eh... Verdad- respondió, volviéndose hacia Teodoro. Tuve que apartar la mirada, y me habría gustado taparme los oídos si no hubiera sido ridículo.

-Dime la última vez que te acostaste con alguien- dijo Juanita, riendo abiertamente.

¡Dios mío! ¿En serio?

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Anna. Me molestó que su mirada estuviera fija en la mía mientras empezaba a describir cómo se había acostado con Teo.

-En la parte de atrás de un coche- declaró, riendo y mirando a Teodoro, que no podía apartar la vista de mi cara. -Prefiero una cama, pero...

Aparté la mirada. ¿Por qué me dolía tanto oír eso? ¿Por qué solo imaginar sus manos sobre el cuerpo de Teodoro me daban ganas de levantarme y arrancarle el pelo?

Me incliné hacia delante y giré la botella. No me importaba si ya había terminado de contar su historia; no quería saber los detalles.

Mierda, ahora la botella apuntaba a Teo.

Nuestras miradas se cruzaron.

-¿Verdad o reto?-pregunté con demasiada brusquedad.

-Reto, claro-respondió ella, abrazándome con sus ojos azul claro.

Pensé en algo que lo sacara de quicio... como, por ejemplo, beberme un vaso de grasa apestosa, pero para fastidio de su novia, Juanita se acercó y le dijo qué hacer.

-Quítate la camisa- ordenó, y entonces noté la lujuria con la que lo miraba. No pude evitar poner los ojos en blanco.




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