Amaris

capítulo treinta.

Teodoro

Observé su reacción con atención. Desde que la vi palidecer aquella vez que jugábamos a la botella y tuvo que meterse en un armario oscuro, no podía dejar de preguntarme qué demonios le había pasado para que le diera tanto miedo a la oscuridad. Y ahora era igual. Su cuerpo se había tensado y estaba pálido, como si el recuerdo de algo la atormentara por dentro.

-Tranquila, Amaris-le dije, abrazándola fuerte. Sentirla en mis brazos había sido un sueño, pero ahora que había conseguido que se relajara, lo había arruinado todo con la maldita pregunta.

-No quiero hablar de esto -insistió, y noté que temblaba bajo mis brazos. ¿Qué demonios le había pasado?

-Tranquila, tranquila-asentí, acariciándole la espalda. Ese día no pude evitar besarla; había pasado demasiado tiempo desde la última vez, y mis manos no podían separarse de las suyas. Nicole tampoco me había cautivado, y estaba descubriendo que había un nuevo Teo, uno en el que no podía dejar de pensar ni aunque lo intentara.

-Creo que debería irme, Amaris- dijo unos minutos después. Me maldije por dentro por haber provocado esa reacción. No me gustaba verla alejarse cada vez que la cosa se ponía seria o cada vez que nos intimaba más.

-No, quédate-me negué, hundiendo la cara en su cuello, oliendo su magnífica fragancia, cautivadora, dulce e increíblemente sexy.

-Estoy cansada. Hoy ha sido un día muy largo- Nicole dijo, retorciéndose y levantándose. La tomé de las manos para estabilizarla.

-Hay otra habitación aparte, y duerme- supliqué, y supe lo que creería en cuanto las palabras salieron de mi boca.

Me miró con los ojos como platos. Maldita sea, esto iba de mal en peor. Con Amaris de guardia, tenía que tener mucho cuidado.

-Duérmete- dije, reconociendo el tono suplicante en mi voz.

Parecía pensárselo un momento.

-Prefiero dormir en mi cama- dijo Nicole en broma, soltándose de mi agarre. Parecía arrepentirse de tener que decirme algo así, pero una parte de mí lo entendía: después de despertar recuerdos incómodos, no querría quedarmos conmigo.

-De acuerdo, te acompaño a tu habitación- ofrecí, levantándome.

Soltó una risita y mi corazón se llenó de felicidad. Esta era la Amaris que había heredado de mis padres y que tanto me gustaba.

-Teodoro, mi habitación está al lado de la tuya o de la de tu novia; no tienes que venir conmigo-me recordó, entrando en la habitación y recogiendo sus cosas. Se veía tan atractiva con una de mis camisetas... Estaba un poco escotada en su trasero, y no pude evitar apartar la tela y mirarla fijamente durante horas.

-No me importa.

Sonrió.

-Gracias- dijo simplemente.

Le quité los zapatos y le abrí la puerta. No sé por qué lo hice, pero me sentí un poco idiota.

Caminamos por el pasillo hasta su puerta, y la vi sacar su tarjeta de la cartera y pasarla por la cerradura. Se encendió una lucecita verde y, con un clic, la puerta se abrió.

Se giró hacia mí. Parecía nerviosa o asustada. No entendía bien qué había logrado al preguntarle lo que le había preguntado, pero de repente se sintió mucho más lejos. Antes de que se diera la vuelta y entrara en la habitación, la agarré por la cintura y la atraje hacia mí. Coloqué mis labios sobre los suyos y le di un beso profundo y excitante que me dejó con ganas de más. Me devolvió el beso en la mejilla, pero unos segundos después se apartó y me quitó los zapatos.

-Buenas noches, chicos-dijo con una sonrisa tímida.

-Buenas noches, Mar.

A la mañana siguiente no tenía claro qué me iba a encontrar, pero cuando nos encontramos con las chicas frente al ascensor, no me importó que Vera y Julio nos estuvieran observando. Me acerqué a Amaris y le di un beso en la mejilla. No se lo esperaba, pero no giró la cabeza cuando lo hice. A diferencia de la noche anterior, ese día llevaba una camiseta blanca, un bikini rojo y zapatillas deportivas. Al ver su atuendo juvenil e informal, no pude evitar pensar que Emmanuela era completamente diferente a todas las chicas con las que había salido. Era sencilla, sí, pero por dentro era tan compleja como un rompecabezas de mil piezas, y yo seguía sin saber dónde encajaba.

-Buscan habitación- nos dijo Vera entre risas. Me aparté de ella y le ofrecí una sonrisa, que me devolvió agradecida.

-Cállate, Vera-le pedí sin siquiera mirarla. -Estás muy guapa-añadí, mirando a Amaris. Pensé que la había herido la noche anterior al enviarle ese mensaje, y no era algo que quisiera provocar de nuevo.

-Tú también- respondió como si nada hubiera pasado.

Todos subimos al ascensor y fuimos directos a desayunar. La conversación giró en torno a lo sucedido la noche anterior y a cómo Vera pensaba que estábamos completamente locos. Amaris apenas dijo una palabra, así que me tocó a mí defendernos de los leones.

Ese día íbamos a pasear por la ciudad, visitar algunas tiendas y salir a comer. Al día siguiente volvíamos a casa, y una parte de mí temía que todo lo que había pasado entre nosotros desapareciera en cuanto cruzáramos la puerta. No podíamos negar que nuestras personalidades chocaban de vez en cuando. La mayoría de mis recuerdos con Amaris y Nicole eran de peleas o besos en la mejilla, y eso me asustaba: no quería perderla, sino seguir adelante con lo que fuera que se estuviera desarrollando entre nosotros.

La tarde pasó volando. Comimos en un lindo restaurante y disfruté invitándola a comer lo que quisiera, lo cual era muy poco comparado con Vera, que había estado recorriendo todas las tiendas del lugar sin parar.

Me detuve junto a Nicole, con su hijo en brazos, quien contemplaba unas pulseras con gemas de todos los colores. Eran baratas, pero eran lo primero que le había llamado la atención desde que salimos del hotel, aparte del entusiasmo que había mostrado por la ciudad y sus alrededores.




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