Amaris

capítulo treinta y dos.

Teodoro

La agarré antes de que cayera al suelo. Maldiciendo en voz baja, la levanté y la senté en el asiento del copiloto.

¡Maldición! Se había desmayado. Le grité a uno de los guardias que me trajera una botella de agua, y cuando llegó, vi a Amaris recobrando el conocimiento poco a poco.

-¡Amaris... oye!- grité, acariciándole la mejilla y llevándole la botella. -Bebe, Nicole... vamos.

Abrió los ojos y se llevó la botella a la boca.

-¿Qué ha pasado ahora?- preguntó, mirando a su alrededor. -¿Y Abel?.

Suspiré aliviado al recobrar el conocimiento.

-Se ha ido-respondí, reclinándome contra el reposacabezas. -Maldita sea, Amaris... me has dado un susto de muerte.

Se giró hacia mí; estaba pálida como un fantasma.

-Estoy bien-dijo, bebiendo agua de la botella y mirando al frente. -Joder, no estás bien-dije alzando la voz. León me dijo que te caíste jugando a las chanclas, que te lastimaste la espalda y que si querías ir al hospital, te lo rogaría.

-Sí, quiero ir al hospital porque sé exactamente lo que van a decir, pero solo te digo que me saludes de parte de los dos.

-Solo necesito descansar.

La miré, perdiendo los estribos.

-Podrías tener un coágulo.

-No, ni hablar.

No iba a escucharla. Arranqué el coche y me dirigí hacia la carretera.

-¿Qué demonios haces?

-Te llevaré a urgencias, enfrente del hospital. Te golpeaste la cabeza y perdiste el conocimiento. -Si quieres jugarte la vida, es asunto tuyo, pero no lo permitiré.

Amaris no dijo ni una palabra. Cuando llegamos al hospital, se acostó sin esperarme por el dolor de espalda y entró a urgencias con Emiliano. A diferencia de la última vez que Nicole y yo la acompañamos, se quedó callada, llenó los formularios y esperamos a que la llamaran.

-No quiero que entres conmigo. Espérame aquí.

-No te metas conmigo, Amaris.

-Hablo en serio.

Me molestaba quedarme afuera. Sabía que me había metido con Amaris, pero me mataba saber que podía salir lastimada y que yo no estaría ahí para tranquilizarla. Arbel no iba a parar hasta conseguir lo que quería, y temía que las cosas acabaran peor de lo que ya estaban.

Pensé en llamar a Benjamin, el jefe de seguridad de nuestros padres, y explicarle la situación, pero eso sería revelar demasiado. Mi padre se enteraría de lo que había pasado, y temía que si lo sacaba a la luz, querían ir a la policía. Si se supiera que había decidido perseguirlo, sería tres veces más peligroso de lo que era ahora. Las cosas entre pandillas se resolvían en la calle, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo sin perder a Amaris en el proceso. Me había costado no romperla, pero sabía que si lo hacía, Amaris y Nicole sonreirían, y ella no me perdonaría jamás.

Si quería recuperarla, tendría que tomarme en serio la violencia. Amaris por fin se había sincerado conmigo, por fin nos habíamos acercado; le había confesado lo de mi novia, había hablado con ella, había entendido lo que era amar a alguien, ella lo sabía, sabía que la amaba, la necesitaba para respirar... ¿Cómo pude haber sido tan idiota?

Emmanuela era la última persona a la que quería ver llorar, la última persona a la que quería herir. No sé cuándo cambiaron tanto las cosas, ni cuándo pasé de odiarla a sentir lo que sentía por ella ahora mismo, pero sabía que no quería perderlo.

Finalmente salió de la oficina y se acercó a mí. Me levanté nerviosa.

-Tengo un pequeño hematoma de sangre seca-dibujo sin mirarme y con la boca pequeña.

«Lo sabía, maldita sea.»

-Pero no es grave. Me dijo que si me mareaba o perdiera el conocimiento otra vez, volvería, pero con descanso seguro que me sentiría mejor. Me dio una nota del médico para faltar al trabajo mañana y unos analgésicos para el dolor de espalda.

Fui a acariciarle la mejilla, aliviado de saber que estaba bien, pero Amaris se apartó antes de que mis dedos siquiera tocaran los suyos.

-¿Me llevas a la mansión de mi familiar? Quiero recoger mi coche-preguntó sin mirarme.

Apreté la mandíbula con fuerza, pero decidí que era mejor callarme. La llevé a la mansión y la seguí para asegurarme de que llegara a casa sana y salva. Sabía que no iba a dejar que me acercara, sobre todo después de lo que había pasado, así que decidí ir a ver a Reyna.

Me había escrito varios mensajes desde que nos fuimos, y me di cuenta de que tenía que ser sincero con ella; Había dejado que el odio hacia mi madre me dominara, metiendo a todas las mujeres en el mismo saco cuando había mujeres increíbles -en mi caso, una mujer increíble- a quien tenía que convertir en mía a toda costa.

Cuando detuve el coche frente a su casa, la vi acercarse con cautela, con la mirada fija en la preocupación.

Se inclinó para besarme en los labios, pero aparté la mirada automáticamente. Mis labios solo besarían a una persona, y esa persona no era Anna.

-¿Qué pasa en Colmar ahora, Teo?-preguntó, dolida por mi desaire. No quería lastimar a Anna; nos conocíamos desde hacía años. Él no era el idiota que demostraba ser.

-No podemos seguir viéndonos, Anna-dije, mirándola a los ojos. Su rostro se ensombreció y vi cómo palidecía. Hubo silencio hasta que finalmente habló.

-Es por ella, ¿verdad?- dijo, y vi que se le humedecían los ojos. Mierda, ¿me había propuesto lastimar a todas las chicas del barrio o algo así?

-Estoy enamorado de ella. Decirlo en voz alta no fue tan horrible como pensé en ese momento. Fue liberador, gratificante, una verdad inmensa.

Frunció el ceño y se secó una lágrima con fuerza. -Eres incapaz de amar a nadie-declaró Teodoro, pasando de la tristeza a la ira. -Llevo años esperando a que te enamoraras de mí, haciendo todo lo posible por hacerme un hueco en tu vida, y me has ignorado por completo, me has utilizado, ¿y ahora me dices que estás enamorado de ese mocoso?.




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