Teodoro
Estaba prácticamente dormido cuando la vibración del teléfono me despertó. Me pasé la mano por la cara y desperté al ver que era Vera quien me llamaba.
-Espero que tengas una razón para preocuparte por despertarme a las tres de la mañana-gemí, cerrando los ojos y recostándome en las almohadas.
-Teo, necesito que vengas... Amaris no se encuentra bien- me dijo, y sentí que todo mi cuerpo se tensaba al instante. Me incorporé, intentando encender la luz.
-¿Qué le pasa? ¿Está herida?-pregunté, cruzando la habitación buscando algo que ponerme.
-Lleva vomitando más de media hora, está completamente borracha.
Maldije por lo bajo y agarré las llaves del coche.
-Dame la dirección, Amaris.
Tardé quince minutos en llegar. Había gente por todas partes, así que me abrí paso a empujones en la casa. Busqué a Clara en el salón y la cocina, y mientras cogía el teléfono para preguntarle dónde demonios estaba, la vi bajar las escaleras.
-¿Dónde está?-pregunté furioso.
Clara no tenía la culpa, pero, maldita sea, ¿no se suponía que debían cuidarse mutuamente? No estaba mal; de hecho, estaba completamente sobria.
-La llevamos arriba-me informó, y empecé a subir las escaleras de dos en dos. Sabía que me estaba pasando, pero no me hizo caso. Me lo dijo Teo, pero la ignoré hasta que llegué al dormitorio. Entré y me arrodillé junto a Amaris. Tenía la cara pálida y sudorosa, probablemente por el esfuerzo de vomitar durante tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo lleva así?-pregunté, y como nadie respondió, me volví hacia Vera, furioso. ¿Cuánto tiempo? -Lleva más de media hora vomitando y perdió el conocimiento hace cinco minutos... o quizás esté dormida... No sé, Teodoro, lo siento, le pedí que parara, pero...
-Déjalo-la mandé callar, y entonces vi a Julio entrar en la habitación con el rabillo del ojo.
La otra chica que estaba junto a Vera me miró con decisión.
-Estudio Filología, etc. No te preocupes. Tiene el pulso estable. Simplemente se excedió. Necesita dormir. Mañana tendrá una resaca terrible, pero está bien.
-¿Cómo puedes decir que está bien?- casi le grité mientras tomaba el rostro inconsciente de Amaris entre mis manos y la miraba con total preocupación.
-Sí que lo está. Llévala a casa y cuídala esta noche, me dijo esa chica, y eso era lo que pensaba hacer.
-Lo siento, Teodoro, me voy de Eros... No pensé que terminaría así-admitió Vera con culpa.
-No me interesa lo que tengas que decir ahora- respondí con frialdad mientras me inclinaba sobre Amaris y la levantaba en brazos sin dificultad. Me asustó ver que apenas emitía un sonido, a pesar de que respiraba con normalidad. Su cabeza descansaba sobre mi hombro y me culpó por no saber cómo protegerla otra vez. Ella estaba así por mi culpa, pero algo no cuadraba: mientras bajaba las escaleras con ella en brazos, no pude evitar preguntarme qué demonios había pasado para que decidiera emborracharse tanto.
En cuanto entré en la entrada y me giré para mirar a Amaris, no pude evitar sentir una especie de déjà vu desagradable. La misma noche que conocí a Amaris, ella había terminado exactamente así, solo que drogada con algo en su bebida. Eso también había sido culpa mía, y recordar cómo la había dejado tirada en la carretera me ayudó a darme cuenta del cabrón que había sido con ella desde el primer momento en que la vi. No la merecía, pero no podía hacer nada al respecto; me había cautivado.
Bajé del coche y la saqué con cuidado. Seguía completamente inconsciente, y tuve que entrar corriendo en casa y subir las escaleras. Era bastante tarde, y no quería que Milan viera a Emmanuela en tan mal estado. Fui directo a mi habitación sin pensarlo dos veces. Esa noche no le quité la vista de encima hasta que la vi recobrar el conocimiento. Mientras la colocaba con cuidado en mi cama, no pude evitar pensar que había querido recostarla sobre esas almohadas desde la primera vez que la vi con vestido, y ahora tenía que devolverla a ese estado. Le quité los zapatos con cuidado y encendí la lamparita de mi mesita de noche. Estaba tan inconsciente que ni siquiera se había dado cuenta de la oscuridad total que nos rodeaba, y me hacía sentir una opresión en el pecho y no podía ni respirar. ¿Y si estaba peor de lo que parecía? ¿Y si tenía que llevarla a un hospital para que la vieran? Descarté ese último pensamiento, ya que Amaris era menor de edad y estaría en serios problemas si descubrían que había bebido demasiado alcohol.
Su ropa estaba manchada de vómito y tenía la piel de gallina. Con la cabeza fría, comencé a quitarle la falda y luego las medias. Fui a buscar una de mis camisetas, y antes de ponérsela, algo me llamó la atención: Amaris tenía muchas cicatrices largas que le cubrían un lado del estómago... La miré, completamente perdido. ¿Cómo se las había hecho? No era una cicatriz normal; tenía muchas grandes, y probablemente tenía muchos puntos. Uno de mis dedos se deslizó sobre la suave superficie de esa marca que afeaba el cuerpo más espectacular que jamás había visto. En sueños, Amaris se inquietó y aparté la mano bruscamente. ¿Sería por eso que nunca había querido estar en bikini?
¿Por las tantas cicatrices? Entonces, muchos momentos y detalles pasaron por mi mente y finalmente cobraron sentido: por qué siempre llevaba traje de baño, o por qué se ponía nerviosa si le pedían que se quitara la ropa; también, por qué su rostro había cambiado cuando jugábamos a verdad o reto y le pedíamos que se quitara el vestido.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Amarís estaba a miles de kilómetros de mí. Había tantas cosas que desconocía sobre ella, y sentía la necesidad de protegerla de cualquier cosa que la preocupara o asustara. Le puse la camiseta por la cabeza y la cubrí con mis mantas.