Amaris
Nunca lo había visto tan preocupado; bueno, sí, si contamos la noche anterior, cuando me encontré gritando, encerrada en el armario. Ahora estaba igual. Tenía el rostro triste y el ceño fruncido. Estábamos en su coche. Conducía con una mano y con la otra me sujetaba la mía en la palanca de cambios. Era increíble cómo sus preocupaciones podían importarme y afectarme tanto. Quería borrar esa tristeza y hacerle sonreír como lo había hecho estas últimas horas, pero sabía que sería inútil. Había pocas personas por las que Teodoro Jones pudiera derrumbarse y darlo todo, y sabía perfectamente que su hermana era una de ellas. Por lo poco que me había contado de su madre, me quedó claro que la odiaba, o al menos no quería saber nada de ella. El hecho de que no le hubieran puesto insulina a su hermana, considerando que era diabética, era una razón perfectamente comprensible para odiarla aún más.
Condujimos casi todo el camino en silencio. Me dio pena que después de estar tan unidos y tan felices, todo hubiera terminado así, pero al menos me besaba la mano de vez en cuando o se giraba y me acariciaba la mejilla con nuestras manos unidas. Era muy cariñoso, y cada una de sus caricias me causaba un profundo dolor en el centro del estómago. Acostarme con él había sentado un precedente, y no podría pensar en nada más cuando me tocara así.
Ni siquiera paramos a comer. Cuando llegamos a San Miguel de Tucumán, cuatro horas después, fuimos directos al hospital.
Florencia Grason estaba en el cuarto piso de pediatría, y en cuanto nos enteramos, corrimos hacia allá. Al llegar a la sala de espera, solo vimos a una pareja y a una mujer regordeta. Se acercó a la puerta cuando vio a Teo allí de pie, mirando a la mujer que estaba detrás de ella.
-Teo, no quiero que montes una escena- advirtió la mujer, mirándonos a ambos. A mi lado, Teo se había tensado y apretaba la mandíbula.
-¿Dónde está?- preguntó, apartando la mirada de la mujer, que ya se había levantado y miraba a Teo con preocupación.
-Está durmiendo. Le han estado dando insulina para contrarrestar sus altos niveles de azúcar. Está bien, Teodoro, estará bien-dijo para tranquilizarla.
Apreté su mano con fuerza; quería que se calmara, pero casi temblaba.
Pasó junto a Alice, la trabajadora social, y fue directa hacia la otra mujer. Era rubia y muy guapa, y al mirarla de cerca, supe exactamente quién era: la tía.
-¿Dónde demonios estabas para que pasara algo así?-dijo sin siquiera reconocerla. El hombre calvo a su lado se interpuso entre ellos, pero la mujer lo evitó.
-Teodoro, fue un accidente-se disculpó, mirándolo con tristeza, pero con calma.
-Deja a mi esposa en paz. Ya estamos bastante preocupados sin que estés encima de nosotros...
-¡Mierda!-exclamó, sin soltarme la mano. La apretaba tan fuerte que me dolía, pero no me la iba a soltar: me necesitaba ahora mismo. Necesita insulina tres veces al día; es fácil, cualquier idiota lo sabría, ¡pero la rodeas de niñeras estúpidas e ineptas y te quedas tan tranquilo!
-Cuídate. Florencia sabe que tiene que inyectarse y no dijo nada. -Rose creía que ya estaba harta -explicó el hombre calvo, pero Teo lo interrumpió de nuevo-. ¡Tiene siete años, maldita sea! -gritó descontrolado-. ¡Necesita a su tía!
Esto era más que una simple discusión sobre la hermana de Teo. Se notaba. Mientras gritaba por ella, también gritaba por sí misma. No me había dado cuenta de lo dolido que estaba hasta ese momento, pero debió haber sido duro perder a su madre tan joven... Había perdido a mi padre... Bueno, me había salvado de él, pero mi madre siempre había estado ahí; Gabrielle no había tenido un padre que la quisiera, sino uno que le daba dinero... Odiaba a esa mujer por hacerle daño, y odiaba a Toti por no tener corazón para su hijo.
Lo aparté cuando un médico apareció en la habitación.
-¿La familia de Florencia Grason?
Los cuatro nos giramos hacia él.
El médico se acercó a nosotros.
-La niña está respondiendo al tratamiento. Se recuperará, pero tendrá que pasar la noche en el hospital. Quiero controlar sus niveles de glucosa y vigilarla.
-¿Qué le pasa, doctor?-preguntó Teo, dirigiéndose a él solo.
-¿Es usted...-
-Soy su tío-respondió con frialdad.
El doctor asintió:
-Su sobrina sufre de cetoacidosis diabética, señor...-Todos lo miramos, esperando su explicación. -Esto ocurre cuando el cuerpo, al carecer de suficiente insulina, utiliza la grasa como fuente de energía. Las grasas contienen cetonas que se acumulan en la sangre y, en niveles altos, causan cetoacidosis— cmlontinuó el doctor, mientras yo intentaba comprender todas esas extrañas palabras.
—¿Y qué se debe hacer cuando eso ocurre?— preguntó Teo.
—Bueno, los niveles de azúcar en sangre de su hermana estaban altos, por encima de 300, porque su hígado estaba produciendo glucosa para intentar combatir el problema; sin embargo, las células no pueden absorber la glucosa sin insulina. Le hemos estado administrando las dosis necesarias y parece que se está recuperando. Hay que hacerle más pruebas, pero no debe preocuparse.— Me preocupé cuando la trajeron porque había perdido mucho líquido por los vómitos, pero estará bien. Hemos descartado lo peor y los niños están fuertes.
-¿Puedo verla?-dijo Teodoro.
-Sí, ya se despertó, y si eres Teo, te animo a que pases. Ha estado preguntando por ti-. Vi a Teo apretar la mandíbula con fuerza. Saber que su hermana casi había sufrido algo mucho peor por culpa de sus padres debía de estar causándole problemas.
-Ven conmigo. Quiero que la conozcas-me indicó, tirándome hacia atrás. Por un momento, pensé que iba a entrar solo, pero ver que quería que conociera a alguien tan importante para él me llenó de alegría.