Teodoro
Estaba desesperada. No podía soportar ni un minuto más toda esa presión. El miedo que me quemaba por dentro era tan intenso que quería ponerme la mano en el pecho y arrancarme el corazón para que dejara de dolerme como me dolía. Tenía que haber algo que pudiéramos hacer, no podíamos dejar que ese hijo de puta se quedará con el dinero y arriesgarnos a no devolver a AMARIS... había algo que se me escapaba, un detalle importante y no sabía qué podía ser. Faltaba una hora para el amanecer y no sabía si sería capaz de aguantar tanto tiempo sin salir yo misma a buscarla por toda la ciudad. Mi casa estaba llena de gente y nadie parecía saber cómo proceder. Algunos decían que mi padre debía ir solo a entregar el dinero mientras la policía quería seguirlo de cerca para tener la situación bajo control. Pero ¿y si ese cabrón de padre se daba cuenta de lo que estaba pasando y decidía hacerle algo a Amaris? Ese tío era un enfermo mental, había recorrido un país entero solo para secuestrar a sus hijas y pedir un rescate, era capaz de cualquier cosa.
Me levanté de la silla de la oficina de mi padre y subí las escaleras. Necesitaba estar cerca de algo que Amaris no hubiera tocado, oler su ropa, estar en su habitación. Tenía tanto miedo por ella que le había dado mi vida en ese momento solo por saber si estaba bien.
Cuando entré vi que su madre estaba allí. Tenía los ojos hinchados de llorar y en ese momento estaba abrazando una de las sudaderas que había visto usar a Amaris y que su otra hija ya había visto un millón de veces. Era una sudadera de los Dodgers y ni siquiera sabía por qué demonios la tenía, ya que ni siquiera era de aquí, pero esa era Amaris, rara y perfecta, y la amaba, maldita sea. Si algo le pasaba no sabía cómo podría seguir viviendo.
Zeke levantó la vista y me miró fijamente. Estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia afuera, y al verme, sus ojos parecieron iluminarse por un instante.
-Sé lo que me has estado ocultando-dijo en un tono neutral, sin emoción alguna. Me detuve un momento, sin saber cómo responder. -No sé qué sientes por ella. Ami Belson es tu madre biológica de los trillizos, Teodoro, pero Amaia, Amaris, es mi vida. Ha sufrido tanto; no se merece esto- dijo, llevándose la mano a la boca para tapar los sollozos. Sentí un nudo en el estómago. Hacía años que no la veía tan feliz como en los últimos días, y ahora... solo sé que tú tuviste algo que ver con ese cambio, y te lo agradezco.
Negué con la cabeza, sin saber qué decir. Me senté a los pies de la cama.
Mientras me sostenía la cabeza entre las manos, desesperada. No podía escuchar esas palabras, no podía, todo había sido mi culpa... yo la había llevado a esas carreras, fue mi culpa que ella hubiera conocido a Abel, pero lo que aún no podía entender era cómo tú tío y ese hijo de puta habían terminado conspirando para secuestrar al amor de mi vida.
Amaris, Amaia, eran chicas muy maduras, con diferencias desde pequeñas. Había vivido experiencias que nadie debería vivir jamás, y siempre se había mostrado reacia a confiar en la gente. Contigo, parece otra persona...
Noté cómo las emociones empezaban a invadirme. Miedo, tristeza, desesperación... Nunca me había sentido tan mal en mi vida. Sentí que se me humedecían los ojos y no pude hacer nada más que dejar que las lágrimas rodaran por mis mejillas.
Entonces Zeke me ayudó a levantarme y me abrazó. Me abrazó fuerte, y fue entonces cuando vi cómo era el abrazo de una madre. Puede que Zeke hubiera cometido errores en el pasado, pero Ami adoraba a sus hijas y jamás las abandonaría. Por primera vez en mi vida, sentí que por fin podía tener una familia.
Solté la sudadera de Amaris, que seguía aferrada a ella, y di un paso atrás.
La busqué con la mirada y le hice una promesa.
-Juro que no dejaré que le pase nada... Voy a encontrarla- dije con toda la calma que pude.
Me miró y asintió mientras salía de la habitación y entraba en la mía.
-¿Dónde estás, Amaris?
Empecé a dar vueltas por la habitación, sin poder dejar de pensar. No fue hasta que vi el coche miniatura que Amaris y otra hija me habían regalado por mi cumpleaños que lo comprendí. Lo tomé en una mano, mirando la nota: Lo siento por el coche, de verdad; algún día me compraré uno nuevo. Felicidades, Amaris.
Cómprate uno nuevo... Técnicamente, ese coche seguía siendo mío, los papeles estaban a mi nombre y todo...
Cuando me di cuenta, me quedé paralizada un segundo, sin poder creerlo. Luego me di la vuelta y corrí a la oficina de mi padre. Estaba sentado en su silla hablando con la policía y nuestro agente de seguridad, Steve.
Al verlo, no pude evitar sentir un escalofrío en el pecho, al darme cuenta de que, si tenía razón, podríamos averiguar dónde estaba Amaris.
-Papá-dije al entrar en la habitación. Tanto Steve como él se giraron hacia mí. Parecían cansados después de haber estado despiertos toda la noche, pero ambos estaban alerta y tensos por si acaso pasaba algo.
-¿Qué pasa?- preguntó mi padre.
-Creo que sé cómo podemos averiguar dónde la tienen, papá- respondí, rezando por no equivocarme.
Ambos me miraron fijamente.
-Hace como un mes y medio, perdí mi coche en una apuesta, el Porsche Cayman rojo que compré hace tres años-dije, y mi padre se enfadó.