Amarnos de nuevo

Capítulo 1

Danielle Reyes

Me pregunto qué habré hecho en mi otra vida para estar pagando tanto. Cierro los ojos por un instante, queriendo que el desorden que mis ojos vieron se esfumara. Con pesadez los abro y suspiro profundamente. Rastros de pintura de aerosol: las paredes, la televisión, el suelo, mis cortinas nuevas, hasta el perro que parece ni inmutarse por su nuevo color azul oscuro. Lo peor de todo no eran mis muebles o mi mascota que lograría sacarle con esfuerzo y mucho tine esas manchas de pintura; lo peor era el cabello de Darla, impregnado en su totalidad de pintura.

—¿Por qué no me tocó una hija normal? —me quejé con los ojos fijos en mi pequeño huracán de categoría 5. Con una mueca de cansancio me acerqué a ella. La chamaquita sinvergüenza estaba muy tranquila balanceando sus pies con una paleta de colores en la mano. Como el desastre que había causado fue como dejar un juguete regado en el suelo. Otra vez suspiró, la señorita ni se inmutó, parecía inmersa en su propio mundo de arcoíris que no tiene ninguna preocupación. Pero ya verá.

—¿Mami sabías que cuando una estrella explota brilla así de lindo? —dijo mientras señalaba su cabello lleno de pintura.

Observé desconcertada a mi hija, que no tenía ni un rastro de arrepentimiento. Me acerqué, le quité la paleta y la tiré al bote de basura. Ella quería hacer una rabieta, pero sabe que conmigo no le salía. La arrastré al baño. Quitar esa pintura va a ser una tarea difícil.

—Estás haciendo una huelga, ¿cierto? Hiciste este reguero porque te castigué por lo de la escuela.

Asiente, con orgullo, por amor a la virgen; no puede ser más descarada, está carajita.

—Me quieres castigar por todo, era una bromita.

—No es ninguna bromita llenar de tisa y pegamento la silla de la maestra —Darla sonrió siniestra, mejor ni intentaba regañarla de nuevo, por eso, era en vano. Abrí la ducha, preparé el champú; esta tarea sería difícil. Metí a mi hija en la bañera. Salí un momento para buscar bicarbonato para mezclar con champú.

—¡Mamiiii! Está fría —se quejó al primer contacto con el agua.

—Silencio, huracán. Yo no te mandé a teñirte con pintura, te aguantas, señorita —gruñí.

En suspiros de exasperación empecé a frotar su cabello.

—¿Por qué no puedo tener una hija normal, de esas que juegan con muñecas o con jueguitos de cocina, no una que me llena de pintura la casa?

—Las hijas normales son muy aburridas. Yo soy única y especial —dijo con una sonrisa un inocente—que quien la ve la compra. Ok, mi hija era muy especial, aplicada para lo que ella le daba la voluntad, sabe cuándo comportarse, aunque eso es cada dos mil años un día. Muchas veces me cuestionaba si esta “especialidad” no traía algún instructivo, me debo quejar. Nunca recibí el manual de cómo lidiar con una genio.

Tras varios intentos de retirar la pintura, la frustración hizo acto de presencia, no salí del todo.

—¡Darla, esta pintura, no sale! ¿Se puede saber qué pensabas cuando te la tiraste en el cabello?

—Pensé que brillaría como las estrellas —respondió tranquila.

—Te quedarás sin televisión, dulces, libros de colorear y sin clases de flauta el resto de la semana.

Me quedé a la espera de sus gritos, pero Darla se quedó en silencio y se encogió de hombros. Actuó con tanta calma que me sorprendí.

—Está bien. No prometo portarme bien —dijo, chapoteando el agua, la detuve. Volví a seguir lavando su pelo, esta vez con pasta dental también.

—Amor, no puedes continuar haciendo estas cosas, te castigo porque lo que haces no esta bien, no es por molestarte. Es para que tomes ejemplo de que tus acciones traen consecuencias.

—Lose, mami —volteó y me dio un beso —. Sí, ya estoy castigada, ¿por qué no divertirme un poco?

Una risa involuntaria se me escapó, era una batalla perdida desde el inicio para ganarle a Darla. La lógica con que movía todo a su favor dejaba a quien sea sin palabras.

Finalmente, luego de lo que parecía una eternidad, logré quitar la mayor parte de la pintura. Darla estaba incontrolable, con sus chapoteos cubrió de agua, el piso y las cortinas. La saqué de la bañera cargada con una toalla alrededor de su castaño cabello mojado. Me dispuse a la tarea de secarla, también vestirla, iríamos a casa de mi padre y mi madrastra. A la cual veía como mi madre, la señora que me dio a luz le dio por abandonarnos a mi hermano y a mí, luego de ver que no podía sacarle más dinero de manutención a mi papá, que ella gastaba en su chulo.

Desde hace años dejé de darle mente a mi antigua realidad antes de mi madrastra, que demostró que no todas son la reencarnación de la maldad.

—Darla, necesito que te comportes. ¿No te aburre que te castigué? —le puse crema en la cara.

—No tanto, hay veces que extraño los dulces y mi flauta, pero no es eterno.

Negué con la cabeza, dándole un golpecito en la nariz.

—No tienes remedio —dije resignada mientras le ponía sus zapatos.

Ella me devolvió una sonrisa dulce, una que no me engañaba. Era un huracán de categoría 5, disfrazado de niña de cara tierna. Para mí era tedioso seguirle el ritmo, sus travesuras eran las banderas de su reino de caos.




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