Izan Leclerc
No sé cuánto tiempo pasó en el umbral de la puerta, con los ojos fijos en el vacío, mientras lágrimas y más lágrimas resbalaban por mi mejilla. Mi mente daba mil vueltas, me repetía que era lo correcto dejarla ir. O saldría lastimada. Pero por hacer lo correcto lastimé dos corazones, el de la mujer que amo, y el mío que palpita con dolor desde su primer sollozo.
El aire se había vuelto pesado, difícil de consumir, pero no más que esta horrible sensación abrumadora de vacío.
—Esta es la única forma de que mi Dani esté libre.
Mi decisión era la peor equivocación de mi vida. Una espiral de arrepentimiento y confusión me invadió.
Llevé mis manos a mi cara, dejé escapar un sollozo desgarrador. Terminé con el amor de mi vida. Con quien compartí tanto, ahora saldrá Dios donde está. Muy a pesar de buscarla como loco, gritar su nombre por las calles como demente, no logré dar con ella.
¿Por qué fui tan imbécil? ¿Qué demonio hice? El rostro de felicidad pura de mi amada cuando llegue ahora es un recuerdo amargo.
—Para mí no hay perdón, reconciliación, ni rendición. Lo arruiné todo en un instante.
Extraño a mi flor canela.
Su retrato me arde en las manos. Es un suplicio estar separado de mi flor desde ese puto día
—Perdóname, Danielle —es un matraz que repito como sentencia cada día—. Perdón.
Su delicado rostro, su sonrisa de labios cerrados adornada con unos encantadores hoyuelos, y su extenso cabello rizado que desprendía un aroma a flores y miel, eran irresistibles. Mi mano solía perderse por horas entre sus mechones, disfrutando de su suavidad. Ahora toda esa perfección está encapsulada en un retrato. Retrato que no le hace justicia a cómo se ve en realidad, mi Danielle debe estar más hermosa. Era dueño de un tesoro, pero por cobardía lo tiré a la basura.
La cobardía se paga caro.
Merezco todo este dolor que he pasado estos cinco años. Esas pesadillas de ella llorando mientras me pide que no me vaya y se aleja con lentitud.
Sin tan solo hubiera puesto de mi parte, no estaría durmiendo abrazado a su recuerdo en mi mente.
Retiro las lágrimas de mi cara. Guardo su retrato en un cajón bajo llave, antes que llegue mi padre.
Aprieto los dientes con rabia al pensar en Benjamín Leclerc.
Respiro y cuento hasta tres.
Algo molesto, regresé mi atención a los planos de la naviera de los Lewis. Aprieto los labios justo cuando entra el hombre que me trajo a la vida.
—¿Qué quieres? —le suelto molesto.
—Saber qué demonios te sucede, la pobre de Tatiana está con los ojos rojos por culpa de tus indiferencias con ella. Compórtate como un esposo, maldita sea. Deja de llorar como un ridículo por la caribeña esa —expresa con ira contenida.
Mi cuerpo se tensa.
—No duró ni dos horas para ir a tu departamento de quejas —suelto con amargura —. Esa, como le dices, tiene nombre, en primer lugar —hablo con los dientes apretados, igual que mis manos—. Segundo, Tatiana sabe bien cómo son las cosas entre los dos. Estoy casado por obligación, no por mi amor.
—Me sabe a demonio tus gustos. Dale su lugar a tu esposa, no me hagas…
—¡Cállate! No te sabes otra sucia estrategia para mantenerme doblegado. Ya déjame en paz —un fuerte dolor de cabeza provoca que cierre mis ojos.
—A mí me hablas así, como tu padre me respetas.
—¿Mi padre? ¿Respeto? Ese sí fue un buen chiste, Benjamín, ¿cómo respetar a alguien que nunca me respetó a mí? ¡Vete de aquí! —gritó irritado. Siendo como la furia raspaba mi garganta.
Este hombre… este hombre, era mi ejemplo a seguir, soñaba con llenar sus expectativas para ver orgullo por mi causa en su rostro. No me veía como su hijo; era la extensión de su ego. Tarde comprendí que era un error buscar complacer a mi padre, todo era en pro de su beneficio, mi felicidad era menos que nada para él. Solo existía para cumplir las demandas de su grandeza propia.
Mis labios ardían por gritar tantas cosas, blasfemar miles de cosas a su persona, pero ¿de qué servía? Nunca escuchó, nunca entendió, no lo hará ahora.
—Actúa como hombre, querido hijo —dijo despacio con sorna. Antes de que le reventara su vejestorio de rostro, su celular sonó.
Su maldito semblante burlón, se convirtió en uno tenso cuando leyó el mensaje. Su boca se torció en una mueca de desagrado, con los ojos fijos en la pantalla con incredulidad, sus labios se apretaron con fuerza, como si estuviera conteniendo algo que no quería decir.
Sea cual sea el mensaje desagradable que leyó, me alegro totalmente, ojalá la situación sea aún peor.
Pienso con frialdad.
—Tú y yo, hablaremos luego, no t…
—Termina de irte, esta conversación quedó hasta aquí. No hablaremos nada —ignoró mi dolor de cabeza y regresó a los planos. Murmuró una amenaza antes de escuchar sus pasos y el fuerte azote de la puerta.
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Editado: 06.02.2025