Amarnos de nuevo

Capítulo 5

Izan Leclerc

Una hija.

Tengo una hija.

Por mucho, no esperaba oír algo de esa magnitud. Incluso respondí con una negativa sin detenerme a procesarlo. Era irracional. No tenía la mala costumbre de frecuentar mujeres al azar ni había tenido alguna aventura en el pasado. Mucho menos era donador de esperma. Solo existía una respuesta válida.

¿Mi Danielle estuvo embarazada?

Algunos recuerdos vagos navegan con prisa.

Miles de cosas que debo preguntar. Ciento de cosas por decir. Aunque en este instante tengo la mente en blanco. De todas las noticias las cuales me podrían ver el día de hoy, era la más lejana. Por ende estoy tan desconcertado que no sé qué decir, mi reacción es contemplarla.

—¿Te vas a quedar todo el día mirándome como si fuera una escultura de museo? —se queja. En parte tiene razón; he permanecido inmóvil, detallando a la miniatura que tengo enfrente. Parece una versión niña de mí, solo que con ojos negros y un carácter terrible. ¿Cómo es posible que una cosita tan diminuta tenga semejante personalidad?

—Mira, niña, ¿cómo llegaste? ¿De dónde sacas que eres mi hija? —pregunto, muy desconcertado. Tengo que admitir que es como mirar mi reflejo en versión femenina y pequeña.

—En primer lugar, me llamo Darla, no "niña". Segundo, ¿qué te importa? Tercero, ¿sufres de ceguera? ¿No ves que me parezco a ti? Es cuestión de lógica, señor no sirve.

¿Qué clase de respuestas son esas para una niña? Debe tener menos de cinco años. Habla como una adulta de cien.

—Mira, niña...

—Dije que me llamo Darla.

Gruño y respiro hondo.

—Darla —digo con suavidad—, ¿cómo entraste aquí?

—Por la puerta.

—¡Ugh! —Diablos, ya me fastidié. Si esto es un examen de paciencia, ya lo reprobé.

—Oiga, a mí no me gruña —se levanta sobre mi escritorio.

—Bájate de ahí. —Intento bajarla, pero patalea. Logro ponerla en el suelo, no sin llevarme unas cuantas patadas de regalo—. Intento hablar contigo, pero no me dejas.

Se cruza de brazos, molesta.

—Para hablar como la gente, no hay que gruñir como animal. ¿Acaso es así con todos los niños que conoce?

—¿Así le hablas a todos los adultos?

—Solo a los que me faltan al respeto. En menos de dos minutos me ofendiste…

Tomo la misma postura que ella.

—Si hablamos de ofensas, tú eres la principal. Serías una excelente fuente de inspiración para un libro dedicado a ese tema. Ahora, te agradecería que te quedaras quieta; necesito hablar contigo, Darla.

Suspiro y la cargo para llevarla al sofá conmigo. Ahora que está tranquila, el calor de su cuerpecito y sus manos frágiles apoyadas en mi pecho remueven algo que no logro descifrar dentro de mí. El contacto con esta niña, que no tengo idea de dónde salió, me estruja el corazón. Ella, con su carita fruncida, no sabe lo que provoca.

La coloco a mi lado.

—¿Quién es tu mamá?

—La mujer más hermosa del planeta: Danielle Reyes.

Suelto un jadeo; de repente, el aire se va de mis pulmones. Por unos segundos, todo se desvanece. Mi flor canela tuvo una hija. Me dio una hija. El asombro se abre paso junto con la incredulidad. ¿Mi hija? Me perdí uno de los que pudo haber sido el mejor momento de mi vida, por culpa del miserable de mi padre, sus malditos perjuicios.

Dudar sería lo mejor para evitar este torbellinos de emociones que me corren por dentro. Todas son tan caóticas que intento mantener los pies bajo la tierra, sin embargo siento todo inestable.

Un golpe en la cara me regresa a la realidad.

—Por Dios, no vuelvas a hacer eso… —le reclamo.

—Era para que aterrizaras, malagradecido. Ahora, ¿qué más necesitas para comprobar que soy tu hija? Si quieres un ADN, te advierto que nadie me va a sacar sangre ni a tocar mi cabello.

Entrecierro los ojos. Su actitud no combina con lo preciosa y tierna que se ve.

—Esa manita tuya es muy pesada.

—Señor no sirve, es demasiado llorón para ser un adulto.

Eleva una ceja, gesto que me provoca una tonta sonrisa. Eso fue demasiado Danielle.

—No me llames así, respétame.

—Pero sí abandonaste a una madre y a su hija. No te ganaste el sobrenombre de a gratis.

¿Qué le pondrán en el desayuno? No es normal su actitud.

—Para que esto no se vuelva una discusión infinita, voy a ignorar eso. De acuerdo, te llamas Darla. ¿Cuántos años tienes?

—¿No tienes preguntas más interesantes que hacer?

Se estira en el sofá con una postura de aburrimiento.

—Bien, ¿desde cuándo sabes que existo?

—No sé, supongo que desde siempre. Mami no me habló de ti. Eres su tema menos favorito de conversación, después de su equipo favorito de fútbol. Solo sé que no estabas.




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