Danielle Reyes
Busqué todas las formas posibles de sacarla de su habitación. Todas fueron en vano. Me quedé en la puerta, recostada un buen rato en una posición incómoda. No obtuve ningún resultado, ni siquiera escuché sus pequeños pasos. La llave de su habitación se me perdió. Podría llamar a alguien para forzar la puerta, pero no tenía ánimos de ver a nadie.
Me sobrepasé con mis gritos. En otras ocasiones, le había impuesto límites sin necesidad de ofenderla. Darla es igual que yo: odiamos que nos griten. Una vez, la vecina le alzó la voz y, como resultado, todo su huerto terminó devorado por unas ardillas que mi hija dejó sueltas a propósito.
Suelto una pequeña risa mientras seco una lágrima de mi mejilla izquierda.
Izan
Aprieto los labios. Mi traicionera mente no deja de evocarlo. Recuerdos que había enterrado emergen como faros, iluminando heridas que creí cerradas. Verlo no me hace bien. Nos desconocimos la última vez hace cuatro años. Él me dejó. Por más que lo amara, le di su libertad. Con sus palabras dejó claro que el dinero era más importante que nuestro viejo amor. Y, por supuesto, lo que su padre dijera también.
Ojalá no me contacte pronto.
El arrebato de hace rato va de la mano con el dolor de volver a ver al padre de mi hija. Darla hizo mal en buscarlo sin mi consentimiento. Mi hija no confía en mí para decirme lo que siente. Quizás, si me lo hubiera pedido, la historia sería otra. Pero Darla no habla de su papá. En algún momento asumí que no le importaba no tener un progenitor. Nunca preguntó. Creí que le daba lo mismo.
Mi celular suena en algún rincón. Cuando logro encontrarlo, veo que es mi hermana. Le cuelgo; no tengo ganas de hablar con nadie. Le escribo un mensaje rápido. No necesito darle una larga explicación, Pamela entenderá enseguida lo que quiero decirle. Antes de enviarlo, noto un mensaje que claramente no escribí yo. Lo ignoro, envío el texto y apago el celular.
Cierro los ojos, intentando dormir. Ya lloré suficiente, y la cabeza me duele demasiado. Cuando no tengo más opciones para lidiar con la tristeza, dormir para no sobrepensar siempre es mi mejor alternativa.
Lo siguiente que supe fue que desperté de golpe, sintiendo un peso sobre mí. Tardé unos segundos en ubicarme, pero mi corazón saltó al reconocer su calor y su olor: era Darla, acomodada sobre mí, con su oreja pegada a mi pecho, del lado de mi corazón.
Estiré mi mano para acariciar su sedoso cabello.
—Mami —susurró mientras se despertaba—. Perdón…
—Perdóname también, mi huracán. No quería gritarte. No estoy contenta con lo que hiciste, no estuvo bien, pero mi forma de regañarte tampoco fue la correcta. —La abracé con fuerza y dejé unos cuantos besos en su cabeza.
—Solo quería un papá… como los niños del jardín. —Un puchero triste adornaba su carita enrojecida. Había estado llorando.
—Cariño, lamento si, por mis tonterías, no te hablé antes sobre tu padre. Luego te contaré más a detalle.
—Mamá no me dejes de querer por buscar al señor no sirve.
—Primero deja de llamarlo así, sino quieres decirle papá, se llama Izan —Darla hace una expresión dándome a entender que lo sabe —. Segundo, mamá jamás dejará de quererte, eres mi vida. Te amo tanto qué haría lo impensable porque tú estés bien. No importa cuántas rabietas me des.
—¿Qué tipo de cosas? —indago con una mueca.
—Muchisimas si me pongo a numerarlas no termino.
Darla toma con delicadeza mi rostro entre sus diminutas manos.
—Yo no quiero que te hagas daño. Tienes que siempre estar bien para darme muchos abrazos.
—Ay, mi amor —la atraigo más a mí. Sus palabras arrugan mi corazón en buen sentido.
—¿Papá volverá, verdad? —preguntó con cierta ilusión.
Fue inevitable tensarme.
—No tengo una respuesta positiva para eso, amor. Recuerda que tu padre trabaja y tiene obligaciones.
—Es su deber hacer tiempo para mí. Soy su hija. —Acune su mejilla.
—Papá si tiene interés vendrán. No podemos forzar nada.
—No me gusta así —un puchero molesto adorna su cara.
—Por ahora, no hablemos de él —le pedí, quiero evitar el tema de Izan por lo menos el resto de éste día —.Vamos a dormir. No descansaste casi nada, tu estado de ánimo y tu carita te delatan.
Se acurruca mejor en mi pecho. Estiro la sábana para arroparnos a ambas. Le tarareó una canción, el sueño llega rápido para ella.
—Mamá te ama, Darla —susurro déjame llevar por el sueño también.
***
Al día siguiente, Darla vuelve con la misma energía de siempre. Salta en mi cama. Ya le he dicho más de seis veces que se detenga. Estoy doblando ropa, pero le ha dado por jugar a que es un canguro. Esta mañana pasaron un mini documental sobre ellos. Si lo hubiera sabido, habría apagado la televisión.
—Darla Stephanie Reyes, estate quieta. No eres un canguro.
—Pero yo quiero ser uno —termino de doblar una blusa para atraparla y la siento en la cama a la fuerza.
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Editado: 07.05.2025