Amarnos de nuevo

Capítulo 11

Izan Leclerc

¿Por el amor a Dios como trepó ahí tan rápido? ¿Y si se cae y se fractura una pierna? Danielle no me daría oportunidad de tener un funeral decente. No quedaría ni mi recuerdo.

El sol me quemaba la nuca; el calor era insoportable. No más que la presión en el pecho provocada por la situación.

Mantener la calma era lo principal. Luego, lidiar con ella, que parecía tener entre quince y ochenta años, dependiendo de cómo actuara. Justo hoy, conmigo, tuvo esa maravillosa idea.

El árbol no era alto, y sus ramas no parecían frágiles. Aun así, el miedo de que se cayera no me abandonaba. Darla estaba sentada en una rama con demasiada tranquilidad. Incluso balanceaba los pies. Parecía no conocer el miedo ni la prudencia. Bastante irónico, considerando que le teme al dentista. Mi hija era un caso digno de estudio.

—¡Mira, papi, una niña bonita y rebelde! —gritó un niño gordito que comía un burrito. ¿Cómo que bonita?

Concéntrate.

Me reprendió mi subconsciente.

—¡Hijo! —lo reprendió su padre. Eso me alegró un poco—. Lo siento, señor. ¿Necesita que llamemos a los bomberos para bajarla?

—Por ahora no. Intentaré que baje sola. Si soy sincero, no quiero hacer de esto un escándalo —respondí. Involucrar a los bomberos implicaría grabaciones y videos que, sin duda, llegarían a manos de Danielle. Que se entere es inevitable, pero prefiero que lo escuche por mí. Las probabilidades de salir ileso son ligeramente más altas.

Varias personas comenzaron a reunirse alrededor. Algunos murmuraban; otros decían en voz alta lo que pensaban:

“¿Qué hace el padre que no la baja? Alguien debería llamar a seguridad.“

'¡Qué peligro! Esa niña podría caerse.“

'Qué hombre más irresponsable. Y la gente, también, que solo mira.“

'Seguro se escapó del dentista. Los niños de ahora son tremendos.“

'Si fuera hija mía, ya la habría bajado.“

Ignoré los comentarios. No ayudaban en nada. Yo era el que estaba en aprietos.

—Cariño, baja. Podrías lastimarte, peor que un dolor de muela —levanté la cabeza, cubriéndome del sol con la mano. Elevé un poco la voz, pero la suavicé para que sonara amable.

—No negociaré contigo hasta que me prometas que nos iremos —dijo, molesta, sin dejar de mirarme.

—No podemos irnos. Hoy hay que tratar tu problema —esto será difícil. Sé diseñar con presupuestos limitados, he lidiado con inversionistas e ingenieros tercos… pero con mi hija, no tengo idea qué hacer.

—Entonces no bajaré. Fingiré que esto es un nido y viviré aquí. Suerte cuando mamá se entere. La vas a necesitar —miró al horizonte y luego hacia mí, con una sonrisa cargada de malicia.

La gente se rió. Varios parecían encantados con Darla.

—No me amenaces con tu madre. La que estará en problemas serás tú —hablé más fuerte de lo habitual, sin llegar a gritar.

—Se supone que el adulto responsable eres tú, y me dejaste subir al árbol —respondió con un tono juguetón. Luego trepó a una rama aún más alta.

Se escucharon varios "ooohhh" en coro.

—¡Baja en este instante! —exclamé, perdiendo la paciencia.

—Entre más grites, más alto subo —advirtio.

Respira, Izan. Es solo una niña.

Las habladurías aumentaron. Varios sacaron sus teléfonos.

—Por favor, no llamen. Mucho menos graben y lo suban a internet, tomaré represalias legales para quien se atreva —pedí con firmeza y furia—. Llamar a emergencias podría empeorar todo. No hace falta armar un escándalo. Podrían poner más nerviosa a mi hija. Confíen en mí.

Algunos bajaron los teléfonos. Otros intercambiaron miradas dudosas. Hasta que un pelirrojo habló:

—Déjenlo manejar esto. Después de todo, es su padre.

El ambiente se calmó un poco, aunque muchas miradas seguían clavadas en mí. La presión se deslizaba por mis venas como una serpiente silenciosa. Suspiré. Esto era lo único que debería suceder. Quizás solo se escondiera. Pero a la señorita le dio por tener complejo de gato.

Saqué el celular. Solo una persona podía sacarme de este lío.

Tres tonos después, Maisa contestó:

—Buenos días, arquitecto. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó con cortesía.

—Estoy en aprietos —dije sin rodeos.

—¿Ahora qué sucedió?

—No tiene que ver con el trabajo —suspiré—. Mi hija hizo un berrinche y ahora está subida en un árbol.

No podía perder el tiempo.

—Comprendo —respondió, como si reflexionara.

Darla me sacó la lengua y luego levantó el dedo medio. Fruncí el ceño, en shock. Quiero creer que no vi lo que creo haber visto. ¿Mi hija de tres años me levantó el dedo? No. Seguramente el sol me tenía alucinado. Tenía que ser eso.

¡Este mundo se va a acabar! Los niños ya no respetan a nadie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.